Gozar de una reputación y un presupuesto crecientes puede ser un arma de doble filo: algunos directores aprenden a usarla con sagacidad –pensemos en Christopher Nolan– y otros dejan que se les escape entre las manos. Éste es por desgracia el caso de Aronofsky, que luego de dos filmes notables (Pi y Réquiem por un sueño) se ha precipitado en la grandilocuencia y aun el sinsentido. En pos de la fuente de la eterna juventud, que resulta ser un árbol maya, un hombre (Hugh Jackman) atraviesa tres épocas distintas encarnando en otros tantos personajes: un capitán español de la Conquista, un científico actual y una suerte de astronauta-Principito del siglo XXVI. El intento por elaborar un elogio del amor intemporal y una reflexión sobre la enfermedad y la muerte redunda en una fallida fábula new age. ~
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