La lengua tambaleante

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Debe de haber sido durante una noche de copas cuando los enigmáticos agentes de la lengua de la Real Academia Española resolvieron admitir en la última edición del Diccionario (2001) el vocablo cederrón; ojalá hubieran acogido también cedegüisqui y el mexicanismo cedemezcal. En este número de Letras Libres, Gabriel Zaid emplea, más sensatamente y más acorde con su etimología (CD-ROM), la voz cederrom en plural: cederromes. Por lo demás, como señala Zaid, los mejores días de estos dispositivos quedaron atrás.

No es exagerado afirmar que en el DRAE hay tanta paja que, cada dos tres páginas, y eso haciendo la vista gorda, se halla algún vocablo deleznable, toda suerte de hápax prescindibles. ¿Quién ha utilizado alguna vez, en el sentido que se les adjudica, expresiones como a nativitate, diariero, gambox, justinianeo, monstro (acaso usted en su primera infancia; yo prefería mostro), pedio, seisavar, ultramaro? (No crea que llevo meses anotándolos: me bastaron diez minutos de búsqueda aleatoria.) ¿Qué necesidad de incluir uno abajo del otro los términos fino-ugrio y finoúgrio, ambos con tres acepciones casi idénticas salvo por variaciones sin duda efecto del emborrachamiento? ~

 

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es miembro de la redacción de Letras Libres, crítico gramatical y onironauta frustrado.


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