La mente cautiva

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En Persecución y el arte de escribir, Leo Strauss sostiene que a lo largo de los siglos los escritores y filósofos que han sufrido persecución suelen recurrir a la escritura entre líneas. Arte del engaño. Exagerarán las razones de sus persecutores. Se pondrán de parte de la injusticia. Se contradecirán. Dirán que nunca se fue más libre que durante el nazismo. ¿Sabremos leerlos? Cuando el autor egipcio Sayyed Al Qimni anuncia que se retracta de todo lo que ha escrito contra el gobierno, ¿sabremos descifrar su mensaje? En ningún lugar del mundo ser escritor es tan peligroso como en la órbita donde una lectura fanática y reaccionaria de la condición humana ha secuestrado el nombre del islam. Cada obra literaria que se publica en las regiones donde el radicalismo musulmán ejerce el control es un triunfo de la razón, una refutación de la historia universal de la infamia. Esta historia, por supuesto, precede al affair Rushdie. En cierto sentido es eterna.

Veinte años antes de que el Ayatolá Jomeini –sus ojos iracundos– tasara en un millón de dólares la cabeza del autor de Los versos satánicos, el escritor egipcio Muhammad Said Al-Ashmawi había sido amenazado por cometer el supuesto sacrilegio de interpretar el Corán de acuerdo con su contexto histórico. En enero de 1980 las autoridades egipcias le asignaron a un guardián para proteger su integridad física. Sin embargo, presionado por los sectores radicales dentro del gobierno, el Estado egipcio canceló esa protección. ¿Su solución? Mantenerlo bajo arresto domiciliario, pues las calles de las ciudades egipcias eran demasiado riesgosas para el escritor: El Cairo como una zona minada.

Antes conocíamos el concepto que define esa realidad. Lo llamábamos fascismo, una palabra de raíz latina que designa posibilidades universales. Hoy ya no estamos seguros de nuestro sentido político y moral. ¿Reconoceríamos a Hitler? Por las lejanas noticias que nos llegan del Medio Oriente intuimos que hay un mundo donde escribir y pensar son deportes de alto riesgo. Pero ¿qué tanto sabemos? Siempre con Saúl Bellow: “Abrimos nuestros periódicos llenos de información. No sabemos nada.” El caso de Al-Ashmawi es sólo una gota en el mar de la intolerancia religiosa de corte islámico. Los ejemplos se multiplican como si fueran espejos encontrados. Pero los disidentes de las sociedades islámicas no están sólos. Los sitios de internet www.elaph.com y www.metransparent.com están dedicados a divulgar los casos de persecución contra escritores y disidentes.

Allí leemos que Lafif Lakhdar, un intelectual tunecino, ha intentado lo inconcebible. Junto con dos colegas (Jawad Hashim, antiguo ministro de Planeación del gobierno iraquí, y el escritor jordano Shakir Al-Nabulsi) enviaron una carta a Kofi Annan en que solicitaban la creación de un tribunal internacional para juzgar a los líderes religiosos que inciten a la violencia mediante edictos como las fatwas. Miles de intelectuales musulmanes y occidentales firmaron la petición. ¿Cuántos escritores mexicanos la habrán suscrito? La respuesta de la ONU fue burocrática: sólo los Estados que integran el Consejo de Seguridad pueden solicitar la instauración del tribunal. Así las cosas, seguiremos atestiguando el triunfo del fanatismo, la victoria de la reacción. Proposición no refutable: el islam habrá pactado con la modernidad cuando ningún escritor sea ejecutado por apostasía.

Edward Said se cansó de repetir que, a pesar de la falta de libertades políticas en Medio Oriente, los escritores seguían hablando de los grandes y pequeños temas de la condición humana: Marcel Proust pudo haber sido musulmán. Hay otra lectura. Los escritores perseguidos en el orbe islámico parecen héroes de Stendhal que, desde su cautiverio, disertan sobre el amor. Mente cautiva: antes eran los Mandelstam, los Sinyavski, los Milosz. Hoy tienen otros nombres que parecen extraídos de los relatos de Sherezada.

Quizás escribir desde la tradición islámica es tocar la esencia de la política. Aunque los escritores disidentes del mundo musulmán hablen de los eternos temas de la literatura (la noche estrellada, los ojos de una mujer, el cielo luminoso del desierto), están condenados a escribir también sobre agresión, terrorismo, imperios, diplomacia: el desalmado lenguaje de la política. Cuando la propia existencia está en peligro, la palabra es arenga moral, sueño en libertad. Pese a ello, la imaginación nunca se disipa, la libertad siempre acecha.

En Washington Square, bajo el gran arco, tuve la oportunidad de conversar con un escritor kurdo. Su rostro era venerable, el de quien había sufrido muchas privaciones, visto demasiados sufrimientos. Mientras jugueteaba con un cerillo, me habló de Sulaimaniya, de Thomas Mann, de la blancura de Moby Dick. Lo supe de inmediato. Pese a todos los Ayatolás, la literatura siempre se abre camino. ~

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(ciudad de México, 1967) es ensayista, periodista e historiador de las ideas políticas.


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