La Peregrina del Mayab

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–Usted se sentará en la silla de Felipe –le dijo una mujer madura, un día de 1965 o 1966, a un joven senador que por entonces aspiraba a la gubernatura de Yucatán.

–Perdóneme, ¿quién es usted? –preguntó el sorprendido político.

–Alma Reed –repuso la mujer.

–Señora, es un honor… –acertó a decir el legislador, percatándose de que se le estaba augurando la concreción de sus sueños, pues el nombrado Felipe no podía ser sino Carrillo Puerto, el fusilado gobernador yucateco.

Para entonces, Alma María Sullivan –tal era el nombre verdadero de Alma Reed– había sido colmada de honores. Poseía la Orden del Santo Sepulcro del gobierno griego, la Medalla al Mérito de la República del Líbano y la Orden del Águila Azteca del gobierno mexicano. Con todo, el honor al que se refería Carlos Loret de Mola Mediz tenía más que ver con su calidad de periodista de The New York Times, porque él mismo era también periodista.

–Usted será gobernador de Yucatán –insistió Alma Reed–, y quiero pedirle un favor para cuando lo sea.

–No sé si lo seré. Pero estoy para servirla.

–Yo no lo veré como gobernador, moriré pronto. Y quiero pedirle que cuando yo muera, me sepulten en Mérida, cerca de Felipe.

Pasó el tiempo, y una noche el senador –quien efectivamente llegaría a la gubernatura yucateca– recibió, por conducto de un diplomático estadounidense, una urna con las cenizas de Alma María Sullivan, quien había fallecido en la ciudad de México el 20 de noviembre de 1966, justamente en el aniversario de la Revolución Mexicana que ella había conocido de cerca.

–Nos dejó dicho que usted sabría qué hacer con la urna…

Y Carlos Loret de Mola, con mucha discreción para no provocar escándalos en la ciudad, sobre todo porque algunos parientes de Felipe Carrillo Puerto podían sentirse ofendidos, cumplió con el encargo. Hoy Alma Reed descansa en el Cementerio General de Mérida, muy cerca –los separa sólo una vereda– de donde fue fusilado y sepultado su amado Felipe, sitio este último convertido en la Rotonda de los Socialistas Ilustres.

Esta versión, que tiene el encanto de la leyenda, la contaba Loret de Mola Mediz, muerto trágicamente en 1986. Hoy, cerca de la mencionada rotonda, existe una lápida labrada en piedra, en una de cuyas caras se lee este texto: “Alma Reed, escritora fecunda, conferencista emotiva, amó entrañablemente a México y México la honró con el Águila Azteca en reconocimiento a sus méritos como impulsora del arte, crítica, historiadora y humanista. Grecia y Líbano la distinguieron también imponiéndole sus más altas condecoraciones.”

En el libro Peregrina / Mi idilio socialista con Felipe Carrillo Puerto, de Alma Reed (Diana, 2006), Michael K. Schuessler explica en su estudio introductorio que en las memorias inéditas del periodista Joe Nash consta que Pablo Bush Romero, fundador del Club de Exploraciones y Deportes Acuáticos de México (CEDAM), rescató las cenizas de Alma de la funeraria Gayosso de la ciudad de México, donde habían quedado por falta de pago.

A Schuessler le resultó difícil hallar el manuscrito de la autobiografía de Alma Reed. El día que esta falleció, Richard Posner, su mejor amigo y confidente, acudió al departamento de la periodista en Río Elba 53 de la ciudad de México y recuperó diversos documentos suyos, entre ellos su autobiografía y cartas y telegramas de Carrillo Puerto. Posner los reunió todos en un sabucán (morral de henequén) y los llevó a su propio departamento. Treinta y cinco años después, en agosto de 2001, Michael K. Schuessler los encontró en el sabucán dentro del clóset de un departamento ya abandonado, entre almohadas y cobijas envejecidas. Fue un hallazgo oportuno porque dos semanas más tarde un aguacero dañó todas las cosas que estaban en el departamento.

El hallazgo permite asomarse a la existencia de esta mujer que defendió a los marginados de San Francisco, que fue la principal divulgadora del patrimonio arqueológico de México en los tiempos de Sylvanus G. Morley y Edward Thompson, y que fue también biógrafa de José Clemente Orozco e impulsora de su obra.

El libro, enriquecido con un prólogo de Elena Poniatowska, se ocupa de una etapa dramática de la historia mexicana, la del sueño socialista de Carrillo Puerto en el Mayab,1 y lo hace en el marco de un romance que se frustró justamente cuando se iba a consolidar. El 3 de enero de 1924, en el Cementerio General de Mérida, soldados delahuertistas que se habían rebelado contra el presidente Álvaro Obregón llevaron a Felipe Carrillo Puerto hasta una pared, listos para fusilarlo. Se cuenta que un momento antes de que el gobernante yucateco cayera abatido por las balas, llamó a uno de sus inminentes ejecutores, puso en sus manos un anillo2 y le dijo:

–Entrégaselo a Pixán Halal.

Instantes después, el cuerpo se desplomaba sin vida. Carrillo Puerto, El dragón de los ojos verdes que le decían sus amigos, hacía los preparativos para casarse en San Francisco, California, en segundas nupcias, con la periodista estadounidense cuando lo sorprendió la rebelión delahuertista que lo llevó al paredón. Ella era la Pixán Halal a la que se refería un instante antes de morir, pues Pixán significa alma en lengua maya y Halal, junco o caña, equivalente al reed del apellido de la hermosa mujer.

El nombre de Alma Reed y su romance con Felipe Carrillo Puerto están indisolublemente unidos a una canción, joya de la trova yucateca: “Peregrina”. Al narrar la historia de la canción, la periodista pone en labios del poeta Luis Rosado Vega, autor de la letra, palabras que prácticamente hacen coautor al líder socialista, y enmarca el origen de la música en la modesta casa de Ricardo Palmerín, donde éste tocaba el piano, mientras Felipe y Alma platicaban en el jardín, a la luz de la luna, bajo unos naranjos en flor. Idílica la escena, pero con licencia poética porque la casa donde vivía Palmerín no tenía jardín ni él tocaba el piano.

Más acorde con la realidad es la historia que Schuessler narra en el estudio preliminar del libro, tomándola de una carta que en mayo de 1951 Rosado Vega le escribió a Ramón Ríos Franco, director de La Revista Ilustrada. En términos generales, la narración coincide con la que recogí en Mérida ayer y hoy (Grupo Corme, 1992), libro de varios autores editado por iniciativa de Roberto Cortés Montero, con motivo del 450 aniversario de la capital yucateca.

He aquí la historia completa, tomada de la que el propio poeta Rosado Vega publicó en 1952 en el cancionero Clemens, dirigido por Rubén Peniche Díaz:

 

La letra fue simple consecuencia de una lluvia primaveral. Llovió copiosamente una tarde, y esta lluvia auspició una noche espléndida. Teatro, la Casa del Pueblo durante un festival. Concluido éste, nuestro inolvidable Felipe Carrillo Puerto, Alma Reed –la singular, por bella, periodista norteamericana, pero del sur de los Estados Unidos, o sea de San Francisco, California– y yo debíamos asistir a un convivio en la casa del maestro Filiberto Romero, director de la Escuela de Música.

En el auto iba Alma sentada entre Felipe y yo. Entramos en el suburbio de San Sebastián. Con el aguacero de la tarde la tierra había abierto sus entrañas, y despedía de ella misma ese grato y sugestivo aroma de la tierra cuando acaba de ser fecundada por la lluvia. […] y Alma dilató el pecho como para absorber a pleno pulmón aquellas fragancias y dijo: ¡Qué bien huele!

Le salí al paso con una frase simplemente galante:

–Todo huele bien porque usted pasa. Tierra, flores, quisieran besarla y por eso llegan a usted con sus perfumes.

Dijo Felipe al punto:

–Eso se lo vas a decir en un verso.

Contesté:

–Se lo diré en una canción.

Alma rió argentinamente. Así reía. Concluido el convivio y ya en mi casa, compuse la letra. No podía olvidar a Palmerín. En la mañana siguiente lo busqué y se la di. Dos días después ya había nacido la canción. Y eso fue todo.

 

Así, con modestia, contó Luis Rosado Vega la historia de su “Peregrina”, una de las más hermosas canciones yucatecas tanto por la galanura de su verso como por la melodía de su música:

 

Peregrina de ojos claros y divinos

y mejillas encendidas de arrebol,

peregrina de los labios purpurinos

y radiante cabellera como el sol.

 

Peregrina que dejaste tus lugares,

los abetos y la nieve virginal,

y viniste a refugiarte en mis

[palmares

bajo el cielo de mi tierra, de mi tierra tropical.

 

Las canoras avecitas de mis prados

por cantarte dan sus trinos si

[te ven,

y las flores de nectarios

[perfumados

te acarician en los labios, en los

[labios y en la sien.

 

Cuando dejes mis palmares

[y mi sierra,

peregrina del semblante

[encantador,

no te olvides, no te olvides de

[mi tierra,

no te olvides, no te olvides de

[mi amor.

 

Y no, Alma Reed no se olvidó de la tierra yucateca ni de su amor. Y quiso descansar para siempre en esa tierra mirando la tumba de su amado. ~

 

 

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1 Nombre maya de Yucatán. Ma yaab significa “no muchos, pocos, los escogidos”.

2 Schuessler refiere (p. XLVI) que la joya, hoy perdida, era “un anillo de compromiso con un enorme granate engarzado” y que Carrillo Puerto se lo entregó, poco antes de ser aprehendido, a una persona de su confianza.

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(Mérida, 1945) es periodista y escritor. Autor de Medios de comunicación (Santillana, 2002) y Qué pex con el voto (Terracota, 2006).


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