¿Revolución en Miami?

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Como si Fidel Castro no tuviera suficientes problemas en su propia casa, ahora se le agrega uno en el frente externo: se está quedando sin argumentos contra su enemigo favorito, el exilio de Miami.
En efecto, una nueva encuesta, dada a conocer recientemente por The Miami Herald, revela que el exilio cubano está adoptando posiciones cada vez más moderadas a favor de una salida gradual y negociada a la crisis cubana, mientras que el presidente vitalicio cu-bano sigue sin permitir ninguna discusión interna sobre una eventual apertura democrática en la isla.
     Durante las últimas cuatro décadas, Castro se había mostrado al mundo como una víctima de ultraderechistas nostálgicos de la dictadura de Fulgencio Batista, concentrados en Miami. Su estrategia era justificar su dictadura, y la prohibición de libertades políticas en Cuba, diciendo que estaba defendiendo la soberanía nacional contra la amenaza de un grupo de traidores anexionistas que, desde Miami, estarían preparándose para regresar a Cuba y arrasar con todo, incluyendo las viviendas confiscadas a quienes se fueron de Cuba tras la Revolución de 1959.
     En las primeras décadas del gobierno de Castro, este discurso sonaba convincente. Aunque Castro enviaba guerrilleros y agitadores políticos a los lugares más remotos del mundo para propagar su revolución, el dictador cubano podía argumentar, sin faltar a la verdad, que desde Miami se estaban gestando acciones violentas para derribar su régimen. Algunos dirigentes de la primera ola de refugiados cubanos a Miami, como el médico Orlando Bosh, a quien Cuba acusó de ser el artífice de la bomba que derribó un avión de Cubana de Aviación en 1976, defendían abiertamente las acciones violentas contra el régimen cubano.
     Pero, con el correr de los años, Miami empezó a cambiar. Muchos de los "ultras" de la derecha batistiana se fueron muriendo, mientras que una nueva ola de refugiados cubanos —nacidos después de 1959, y desilusionados con la gradual transformación de la Revolución en un régimen militar cada vez más parecido a las dictaduras de derecha latinoamericanas— comenzó a llegar a las costas de la Florida.
     Y ahora, a comienzos del siglo XXI, una enorme masa de exiliados cubanos en Miami son hijos de la Revolución, gente que en muchos casos hasta no hace mucho tiempo estaba vestida de pioneros revolucionarios, cantando La Internacional, o peleando en Angola o Etiopía. Para quien vive en Miami hoy en día, ya no causa ninguna sorpresa que su jardinero, reparador de techo o electricista sea un ex militar cubano condecorado por defender el socialismo en algún lugar del mundo.
     La demografía de Miami está haciendo cambiar la política de la ciudad. Desde los acuerdos migratorios de Cuba con Estados Unidos de 1994, que permiten la emigración ordenada de veinte mil cubanos por año a Estados Unidos, han llegado a Miami unos 250,000 cubanos. La mayoría de ellos son jóvenes, que aún tienen a sus padres, hermanos y amigos en la isla, y que no consideran a los cubanos que dejaron atrás como sus enemigos.
     Por supuesto, siguen estando presentes —y hablando por las radios a viva voz— quienes se vanaglorian de ser "intransigentes" con la dictadura de Castro, pero son cada día menos. La encuesta publicada en el Miami Herald el 16 de mayo, realizada por Bendixen y Asociados y patrocinada por el Grupo de Estudios Cubanos, una nueva agrupación de millonarios cubanos de línea moderada, muestra que la mayoría de los exiliados de Miami han abandonado la idea de una rebelión violenta en la isla, que era la postura de una abrumadora mayoría del exilio hasta hace poco tiempo.
     Un 79 por ciento de los encuestados dijo que prefiere una transición "gradual y pacífica" a la democracia, mientras que apenas dieciséis por ciento dijo que prefiere un cambio "abrupto y violento" del régimen de Castro. Lo que es más, una mayoría del 56 por ciento dice que apoyaría una amnistía para los funcionarios del régimen de Castro que cooperen en una transición a la democracia, mientras que sólo el veintinueve por ciento se opuso a cualquier amnistía.
     "La encuesta demostró que los exiliados cubanos ya no son un grupo intransigente, aferrado al pasado", dice Carlos Saladrigas, presidente del Premier American Bank y uno de los potentados que financió la encuesta. "Es un grupo que está dispuesto a buscar nuevas alternativas que podrían ser más efectivas en producir un cambio democrático en Cuba."
     
Otras conclusiones de la encuesta
– Un 48 por ciento de los exiliados admitió que envía dinero a sus parientes en Cuba, lo que confirma estimaciones de varios economistas en el sentido de que las remesas de los exiliados de Miami han pasado a ser la principal fuente de divisas de Cuba. Según estimados del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y otras instituciones financieras, las remesas de los exiliados oscilan entre los 600 y los 950 millones de dólares anuales.
     – Aunque 61 por ciento de los exiliados dice que quiere que el gobierno de Estados Unidos mantenga el embargo comercial a la isla —cada vez más poroso, por cierto—, 52 por ciento dice que las sanciones económicas ya no deberían ser el tema central de la política estadounidense hacia Cuba.
     – Un 46 por ciento de los exiliados dijo que Estados Unidos debería levantar la prohibición de viajar a la isla a ciudadanos norteamericanos, mientras que 47 por ciento prefiere mantener la ley como está. Dado el margen de error de tres por ciento de la encuesta, se trata de un empate técnico.
     Pero uno de los datos más reveladores del cambio que se está dando en el exilio cubano salió a relucir en una encuesta anterior del Grupo de Estudios Cubanos, publicada el 6 de diciembre del 2001 en The Miami Herald. Según esa investigación, 58 por ciento del exilio de Miami ahora califica de "patriotas" a los disidentes pacíficos en la isla, muchos de los cuales —como Elizardo Sánchez Santacruz— se oponen al embargo comercial de Estados Unidos. Hasta hace poco, estos últimos eran calificados como "agentes de Castro" por los líderes del exilio. Según la encuesta, sólo 19 por ciento de los exiliados en Miami califican ahora a los disidentes cubanos como "fidelistas disfrazados".
     Por primera vez , existe una coincidencia entre los moderados de Miami y los moderados de la oposición democrática en Cuba, en torno del Proyecto Varela. La propuesta de la oposición cubana, conocida como el Proyecto Varela y firmada con gran riesgo personal por más de diez mil cubanos en la isla, pide un referéndum en ella —tal como lo permite la actual Constitución Cubana— para que el pueblo de Cuba decida si quiere cambios pacíficos y graduales en el país, conservando muchas leyes sociales que probablemente una buena parte de la población cubana desea mantener.
     El Proyecto Varela, apoyado por el ex presidente norteamericano Jimmy Carter y gran parte de la izquierda democrática internacional, marca —como lo hizo el referéndum contra Pinochet en Chile, en su momento— un hito en la historia reciente de la isla. No es casual que Castro no haya permitido siquiera la publicación del texto del Proyecto Varela en Cuba. El proyecto de referéndum es un problema para Castro no sólo porque está convalidado por su propia constitución socialista, sino porque desplaza el eje del debate del conflicto cubano de un problema entre Washington y La Habana —donde Castro siempre ha querido mantenerlo— a un conflicto no resuelto entre Castro y su propio pueblo. Y, por primera vez, el Proyecto Varela ha puesto a los disidentes a la ofensiva, y a Castro a la defensiva, llevándole a realizar una recolección de firmas en toda la isla para cerrarle las puertas al referéndum y proclamar al actual sistema comunista como "intocable".
     "Hay una pregunta para el gobierno", me dijo el líder del Proyecto Varela, Oswaldo Payá, en una entrevista telefónica que refleja el nuevo aire de la disidencia cubana. "Si usted tiene el apoyo del 99 por ciento de los electores, ¿por qué no permite la publicación del Proyecto Varela? ¿Por qué no le permite al pueblo cubano escuchar del proyecto a través de los medios de comunicación, que son propiedad de todos los cubanos? ¿Por qué no vamos a un debate público, donde Castro, [el presidente de la Asamblea Nacional, Ricardo] Alarcón y todos sus expertos hablen seis horas, y yo quince minutos?", preguntó Payá. "No se animan a hacerlo."
     El cambio en el exilio cubano en Miami se está reflejando también en la cúpula de su dirigencia. La Fundación Cubano-Americana (FNCA), que hasta la muerte de su fundador, Jorge Mas Canosa, atacaba con virulencia a quienes proponían una salida pacífica y negociada hacia la democracia en Cuba, se volcó hacia el apoyo al Proyecto Varela y a la reconciliación nacional, lo que provocó un cisma en esa cúpula. Los sectores más intransigentes de la FNCA renunciaron, y formaron su propia agrupación, el Concilio por la Libertad de Cuba (CLC).
     Pepe Hernández, el presidente de la FNCA, explicó en una entrevista con The Miami Herald que "en los últimos años, pero especialmente desde el episodio de Elián González, ha habido un cambio: cada vez más exiliados ya no miran a la situación en Cuba bajo una óptica confrontacional, sino bajo una óptica de conciliación, como buscando una solución en que no haya vencedores ni vencidos". Además del cambio generacional que se ha producido con la llegada de 250,000 cubanos desde 1994, "hay un sentimiento de que los cubanos ya hemos sufrido demasiado, y que necesitamos encaminarnos a un proceso de transición", aseguró Hernández.
     Finalmente, hay otro hecho que está haciendo cambiar a la comunidad cubana de Miami: ya no son el único grupo hispano en la ciudad. Miami es una ciudad cada vez menos "cubana", y cada vez más "latinoamericana". Según el censo nacional de Estados Unidos del 2000, mientras que la enorme mayoría de los hispanos de Miami eran cubanos hace apenas diez años, hoy en día constituyen sólo la mitad de los hispanos residentes en la ciudad. Según el censo, el porcentaje de cubanos en Miami ha aumentado en un quince por ciento desde 1990, mientras que los mexicanos han aumentado 65 por ciento, los dominicanos lo han hecho en 55 por ciento, los argentinos también 55 por ciento, y los venezolanos 119 por ciento.
     El número de cubanos en Miami —unos 700,000— sigue siendo mucho mayor que el de personas provenientes de ningún otro país latinoamericano, pero hoy en día es igual al conjunto del resto de los latinoamericanos que viven en la ciudad. No es casualidad que, en las elecciones primarias de este año, hayan ganado los primeros candidatos colombianoamericanos —Juan Carlos Zapata, nominado por el Partido Republicano, y Patrick Vilar, por el Partido Demócrata— para las elecciones legislativas de noviembre. Cada día se escuchan más voces colombianas, mexicanas y argentinas en las radios de la ciudad, hasta hace poco monopolizadas por los cubanos.
     Y la "latinoamericanización" de Miami está produciendo una cada vez mayor diversidad cultural y política en la ciudad. A diferencia de Cuba, donde la dictadura de Castro todavía no permite siquiera un minuto de acceso a la radio o la televisión a los opositores pacíficos del régimen, en Miami existen programas de radio diarios que apoyan al régimen de Castro (o por lo menos encuentran la forma de justificar todas sus violaciones a los derechos humanos) y los opositores al embargo de Estados Unidos publican periódicamente sus opiniones en The Miami Herald.
     En la contienda por uno de los escaños de Miami en el Congreso de Estados Unidos, durante las elecciones de noviembre, la candidata Annie Betancourt se manifestó abiertamente opuesta al embargo norteamericano a Cuba, señalando que es hora de cambiar la política de Estados Unidos hacia la isla, en abierto desafío a su opositor, el republicano Mario Díaz-Balart, hermano del congresista del mismo apellido. A pesar de esporádicos brotes de intolerancia —que los hay, y lamentablemente los seguirá habiendo—, Mercedes Sosa viene a cantar a Miami, y critica a quienes todavía llama "gusanos", y hay pintores de la isla que exhiben sus cuadros en las principales galerías de la ciudad.
     Miami necesita abrirse aún mucho más a la diversidad de opiniones políticas, y convencer a sus "ultras" de lo contraproducente de sus posturas. Pero se ha convertido en un lugar mucho más abierto y tolerante que Cuba, donde todavía no se permite ningún acceso de los opositores políticos a la prensa escrita, la radio o la televisión. Castro, por supuesto, sigue diciendo que su revolución no puede permitir la menor libertad porque está bajo una supuesta amenaza de "la mafia de Miami". Sus argumentos suenan cada vez más huecos. Mientras Castro no conceda el menor espacio de libertad de prensa en Cuba, habrá que preguntarse si —contrariamente a su discurso— no estamos viendo una revolución en Miami, y una mafia en La Habana. ~

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