De niรฑa vivรญ casi cinco aรฑos en una banlieue francesa, uno de los barrios mรกs peligrosos de Aix-en-Provence, poblado sobre todo de argelinos y marroquรญes. Como asistรญamos a la misma escuela, lleguรฉ a saber que no eran precisamente queridos por los directores. A la menor provocaciรณn, los expulsaban del colegio o, en el mejor de los casos, eran redirigidos, antes de cumplir los quince, a escuelas tรฉcnicas donde pudieran aprender un oficio. Pocos maestros ponรญan esperanzas en ellos. Con frecuencia, me encontraba con mujeres golpea- das por sus maridos en las escaleras de mi edificio y con coches incendiados en la calle. Por motivos en apariencia nimios los adolescentes se peleaban a golpes o con navajas. Pero tambiรฉn habรญa momentos de remanso: por las maรฑanas y por las tardes, se oรญa una grabaciรณn con el inconfundible llamado al rezo y la vida parecรญa detenerse durante algunos momentos. Para mรญ, todo lo que describo era tan incomprensible como la lengua que mis vecinos usaban para comunicarse. Lo รบnico que saquรฉ en claro de esa convivencia es que pertenecรญamos a dos culturas distintas y que ni a ellos ni a mรญ nos interesaba demasiado conocernos. A veces pienso en esos niรฑos cuyo rostro, nombre y apellido recuerdo todavรญa. Me digo que ahora son adultos y que probablemente, a diferencia de mรญ que regresรฉ a mi paรญs de origen, ellos siguen viviendo allรก, entre sus compatriotas los franceses. Me he preguntado quรฉ hicieron de sus vidas con oportunidades tan limitadas como las que tenรญan. Me he preguntado tambiรฉn si alguno de ellos abrazรณ la causa de la yihad y la verdad es que me resulta muy difรญcil creerlo. Hay una gran diferencia entre pelearse en la calle y volverse un terrorista. Cuando leo las noticias recientes sobre el Estado Islรกmico, la decapitaciรณn de civiles, los videos de encapuchados defenestrando homosexuales, los atentados contra monumentos que, por su antigรผedad y belleza, forman parte del patrimonio de la humanidad, me invade una sensaciรณn de absoluto sinsentido. Como si nada de eso pudiera tener una explicaciรณn.
A pesar de la violencia cotidiana, de los constantes incidentes ocurridos en las banlieues parisinas, a pesar del escandaloso caso de Mohammed Merah, el islamista que matรณ a dos militares franceses, a un civil y a tres niรฑos de una escuela judรญa de Toulouse en 2012, Francia no habรญa tenido nunca un atentado tan estremecedor como el 11-s o el 11-m. No fue hasta enero del 2015 cuando el paรญs se vio medularmente atacado. La muerte de los doce periodistas de Charlie Hebdo conmocionรณ al mundo entero. No solo arremetiรณ contra la vida de civiles, sino tambiรฉn contra la identidad francesa y sus valores.
Todos tenemos el sueรฑo de ver al mundo รกrabe en paz con Occidente. Al รndalus –el territorio donde por un largo periodo las tres religiones del libro convivรญan sin demasiados problemas– persiste en nuestro imaginario. Era una รฉpoca en que los poemas –las famosas jarchas y moaxajas– se escribรญan en hebreo, รกrabe y castellano, simbolizando la uniรณn entre esas culturas. Ahora, sobre todo despuรฉs de los รบltimos actos de violencia, esa paz se antoja cada vez mรกs lejana e inalcanzable.
Un requisito fundamental para resolver cualquier querella es comprender el punto de vista racional y emotivo de nuestro contrincante, en pocas palabras, ponernos en los zapatos de ese otro a quien vemos como nuestro enemigo. Para eso, es necesario vencer algunos prejuicios. El primero consiste en creer que todos los musulmanes son potenciales terroristas. Otro, no menos desdeรฑable, es el de la religiรณn. Hace tiempo que las religiones estรกn en crisis en el mundo occidental y sobre todo en Francia. Muchos de nosotros las concebimos como folclor o una excentricidad tolerable mientras no caiga en el fanatismo. Para la derecha, los musulmanes son bรกrbaros y violentos por cultura (para la ultraderecha, lo son por raza), y por esa razรณn habrรญa que deshacerse de ellos. Una limpieza “con Kรคrcher”, prometiรณ en su dรญa Nicolas Sarkozy, al hablar de las banlieues. Para la izquierda, la yihad es la consecuencia de un profundo malestar cultural, de la marginaciรณn y la pobreza en la que han vivido los inmigrantes magrebรญes en Europa. Sin embargo, hay pobres y marginales en todo el mundo, incluido el mundo musulmรกn, y muy pocos se vuelven yihadistas. Michel Foucault lo dijo muy claro en un reportaje para Corriere della Sera tras su visita a Irรกn en 1978: “El problema del islam como fuerza polรญtica es esencial para nuestra รฉpoca y para los aรฑos venideros.” Los iranรญes, desde su punto de vista, se habรญan levantado en armas no tanto impulsados por los factores socioeconรณmicos como atraรญdos por la esperanza mesiรกnica: “En Irรกn los militantes del comunismo o de los derechos humanos se estรกn viendo reemplazados paulatinamente por aquellos que aluden a la sharia.” Otro prejuicio a vencer es que los yihadistas constituyen un ejรฉrcito de harapientos alienados. Tanto ei como Al Qaeda cuentan entre sus filas a hijos de familias acaudaladas, educados en las mejores universidades europeas, que creen en la religiรณn y en la pertinencia de la guerra santa. Para ellos, no se trata de una reivindicaciรณn de igualdad de oportunidades, sino de una lucha contra la herejรญa, un conflicto del bien contra el mal, en el cual ellos representan el lado luminoso. Cuesta entender, dice Jean Birnbaum, periodista de Le Monde, que el รบnico motivo por el cual miles de jรณvenes europeos estรกn dispuestos a enrolarse en una guerra sea la religiรณn. Cuesta entender que un ejรฉrcito de geeks, cientรญficos, ingenieros y hackers se movilice y arriesgue la vida por valores que a nosotros nos parecen obsoletos desde hace siglos, a saber, una polรญtica espiritual.
Este es el tema de Soumission, la novela mรกs reciente de Michel Houellebecq. La historia se sitรบa en el aรฑo 2022 tras el segundo y calamitoso mandato de Franรงois Hollande. Se trata, como lo han seรฑalado varios crรญticos, del libro mรกs endeble del autor de Las partรญculas elementales. Da la impresiรณn de que Houellebecq no se ocupรณ mucho ni de la estructura ni de desarrollar los personajes de su historia. Fuera del tema polรญtico, el escritor no juega casi nunca a la anticipaciรณn: sus personajes siguen usando iPads y smartphones idรฉnticos a los nuestros, la televisiรณn es muy semejante a la de ahora. La prensa tambiรฉn. La lectura no resulta apasionante pero sรญ รกgil y no exenta de sentido del humor, de ese humor provocador y un poco zafio que caracteriza a Houellebecq. Su mayor mรฉrito radica en la sรกtira polรญtica y social. Francia, al borde de la implosiรณn, ve como รบnica alternativa someterse al islam. Asรญ, Mohammed Ben Abbes, el candidato de un nuevo partido, Fraternidad Musulmana, un hombre moderado “con aspecto de tendero tunecino”, llega al poder de forma totalmente pacรญfica y democrรกtica. ¿Quรฉ motiva ese voto? Principalmente la ineptitud de los candidatos del Partido Socialista y de la Uniรณn por un Movimiento Popular, pero tambiรฉn el anhelo que tiene un sector importante de la sociedad por recuperar la espiritualidad en la vida cotidiana, la posibilidad de un rรฉgimen polรญtico-religioso, como el que mencionaba Foucault, ante el fracaso evidente de la v Repรบblica.
Los franceses que retrata Houellebecq pertenecen a esa clase media de la intelectualidad, constituida por profesores universitarios, apรกticos y convenencieros, absortos en sus querellas internas y que difรญcilmente se enteran de lo que sucede ahรญ, tras las puertas de la Sorbona o del establecimiento para el que trabajan. Franรงois, el narrador, es profesor de literatura especializado en Joris-Karl Huysmans y, como los personajes de este รบltimo, cultiva una postura flemรกtica y decadente. “Yo no tengo nada que ver con nada”, es lo primero que dice acerca de sรญ mismo. Sin embargo, esta indiferencia es solo una fachada y nos damos cuenta de ello por ciertos pรกrrafos virulentos en los que arremete contra la izquierda, especialmente la del 68: “momias progresistas moribundas, sociolรณgicamente exangรผes pero refugiadas en ciudadelas mediรกticas”. Y contra el humanismo: “siempre me ha dado ganas de vomitar”. Con esa distancia apรกtica que mantiene durante la mayor parte del relato, Franรงois observa cรณmo la Francia histรณrica, la Francia de la laicidad y de los derechos humanos, se desmorona o, mejor dicho, muta de cultura. Tras un par de semanas de caos, durante las cuales deja Parรญs y se sumerge en una suerte de retiro espiritual en la abadรญa de Ligugรฉ, Franรงois regresa a Parรญs para descubrir que no solo todo estรก inusualmente en orden, sino que la vida resulta ahora mucho mรกs agradable: hay paz en las banlieues, el desempleo ha bajado de manera dramรกtica, gracias a la salida de las mujeres del campo laboral, los petrodรณlares llueven desde Arabia Saudรญ y Qatar. Francia ha adquirido un nuevo protagonismo en la escena internacional al convertirse en el eje, entre Europa y el Mediterrรกneo, de lo que a todas luces estรก por constituir un imperio llamado Eurabia. Lo รบnico que Franรงois necesita para disfrutar de esos nuevos beneficios es volverse musulmรกn. El tรญtulo de la novela remite al significado original de la palabra islam y a su idea de que en esta radica la clave de la “verdadera vida”.
Contrariamente a lo que se ha dicho, la novela no es un elogio a esta religiรณn ni ve a la fe como รบnica alternativa para una sociedad en absoluta decadencia. Cuando los personajes se convierten, lo hacen sin ninguna convicciรณn y movidos por el interรฉs material: un mejor salario, una mejor vivienda, varias esposas. Se trata, como he dicho antes, de una sรกtira, pero tambiรฉn de una advertencia.
El dรญa en que Soumission apareciรณ en las librerรญas de Francia, se publicaron tambiรฉn algunas crรญticas ditirรกmbicas en los medios mรกs importantes del paรญs. Charlie Hebdo le dedicรณ una pรกgina doble donde el artรญculo principal estaba firmado por Bernard Maris, colaborador asiduo del semanario y amigo de Houellebecq, quien habรญa escrito: “ningรบn escritor ha conseguido como รฉl describir el malestar econรณmico que gangrena nuestra รฉpoca frente al sufrimiento y la destrucciรณn de la sociedad de consumo”. Un dรญa despuรฉs, Maris, conocido por quienes lo apreciaban como el “Oncle Bernard”, era asesinado por los yihadistas. El escritor decidiรณ suspender la promociรณn de su libro y se instalรณ de manera indefinida en Alemania, donde goza de un enorme prestigio. Cuando los noticieros franceses le preguntaron si รฉl tambiรฉn era Charlie, a Houellebecq se le atragantaron los sollozos: “Es la primera vez que asesinan a un ser querido.”
El atentado contra Charlie Hebdo desmintiรณ algunas de las tesis de Soumission. Para empezar, el islam no estรก llegando a Francia รบnicamente de manera pacรญfica y democrรกtica. La posibilidad de una Francia islamista que hubiera renunciado a los valores de la democracia, en particular a la libertad de expresiรณn, con tal de vivir en paz, no serรญa motivo de risa durante mucho tiempo. Tambiรฉn se equivocรณ en el retrato que hizo de sus compatriotas como seres apรกticos e indiferentes: las manifestaciones de protesta por la muerte de los periodistas y en defensa de la libertad de expresiรณn fueron apabullantes. Aquel domingo, los franceses, reunidos por millones en las principales plazas del paรญs, le dieron al mundo una verdadera lecciรณn de ciudadanรญa. Houellebecq, por cierto, no estaba entre ellos.
La coincidencia en el tiempo entre el atentado y la publicaciรณn de esa novela no pasรณ inadvertida. Aun si no tenรญan ningรบn vรญnculo, era imposible dejar de asociar los dos acontecimientos. Al escritor se le acusรณ tanto de proislamista como de islamรณfobo. Manuel Valls, el primer ministro, lo mencionรณ en su discurso sobre los atentados como el contraejemplo de la Francia democrรกtica: “Francia no es Michel Houellebecq, no es la intolerancia, el odio y el miedo.”
Mรกs allรก de su amistad con Maris, Houellebecq y Charlie Hebdo coinciden en muchas cosas. Ambos se sirven de la sรกtira, el humor y la provocaciรณn para denunciar la estupidez humana, en la que, por supuesto, se incluye el fanatismo. Congruente consigo mismo y con sus amigos periodistas, acribillados con kalashnikov en la redacciรณn de su periรณdico, Houellebecq no ha deplorado nunca el tono provocador de su รบltima novela. Al contrario, tanto en sus entrevistas como en sus apariciones pรบblicas en Alemania, se ha dedicado a defender la “neutralidad” del escritor y su derecho a decir lo que le viene en gana. ~
(ciudad de Mรฉxico, 1973) es escritora. En 2011 publicรณ en Anagrama El cuerpo en que nacรญ.