La rebelión de una víctima

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Cuando se abreva en dos o tres ideas fijas, propias y monótonas, no pasará mucho tiempo sin que veamos abrirse las nuevas rosas lúgubres y sin perfume de la neurosis. Las obsesiones, en cambio, son prolíficas y estimulantes, siempre que respiren el aire libre del mundo exterior, que las llevemos de paseo entre la clausura de los libros, es decir, al espacio más íntimo y abierto, más variado y dinámico que podemos abordar los humanos.
     Por ejemplo: puede uno haber presenciado algunos lanzamientos desde un trampolín crítico a una piscina tentadora, pero carente de agua, y estarlo recordando. En la vida real,  proezas semejantes terminan en muerte o por lo menos en parálisis definitiva. Si un crítico confunde en un poema dos sentidos incomunicados de una palabra, pongamos por caso, "oración", el resultado puede ser mortal para el poema; si el crítico supone un preciso designio, sólo suyo, como "sentido" de un texto, apólogo o novela, puede suceder que sea el texto el que se ahogue en la falta de agua, junto con el angustiado autor. En cambio, el crítico sigue tan orondo, sin enterarse, dado que el discreto autor no se ocupará de mostrarle qu'un rat n'est pas un éléphant.
     Pero, a veces, alguno más ocioso o más escamado que otros, sí lo hace. Tommaso Landolfi, por ejemplo, del que muchos lectores quizás recuerden La bière du pecheur, editado por Vuelta, incluye en Le labrene, Adelphi, 1994, junto a seis relatos, una "Conferencia personalfilologicodramática con implicaciones", cuyo tema es la discusión que un narrador desarrolla, de dos críticas aparecidas en sendas secciones literarias de publicaciones periódicas de sus "Racconti impossibili" y, dentro de éstos, del primer relato. Ambas habrían coincidido en señalar el empleo hecho por Landolfi de palabras ininteligibles, que para uno de los críticos son inventadas. El otro, con precisión más audaz, afirma que son palabras dialectales, "probablemente de la parte de Pico", por lo cual la lengua usada resulta indescifrable y misteriosa.
     El texto adopta la forma de una argumentación defensiva ante un público, que asiste obedientemente, provisto del Zingarelli. Este es un espléndido diccionario italiano, cuya eficacia está reñida con la imposible condición de "portátil" y que contiene todas las palabras "indescifrables", que son cerca de cien. De todos modos, Landolfi lo considera un diccionario popular. Y es verdad, acabo de comprobar que incluye hasta la lambada (ya pasada de moda: ¡qué poco duró, caramba!). Por eso, el autor está provisto, además, del Tommaseo-Bellini, diccionario más exquisito, para literatos… y críticos. Entusiasmado porque el público, primero desconfiado, termina por darle la razón, aduce otro caso: aquí se trata de un comentarista televisivo, cuyas palabras sobre Landolfi tampoco son aprobadas por superficiales (éste cita y aquél las cree dichas por otro, sin reconocerlas, cosa que escandaliza a un autor tan consciente de las suyas).
     Los asistentes a esta operación de limpieza crítica se impacientarían y nosotros también, si de ella no se desprendiera una conclusión de orden (o desorden) general: que un crítico profesional puede no sólo desconocer el terreno que está obligado a pisar, la lengua en que escribe el autor al que juzga y que es la suya propia, sino que, carente de toda duda dado que en el Olimpo no se las admite, ni siquiera consulta el diccionario cuando no entiende algo. Como este texto es de 1969, y todo aquel que ha llegado por experiencia al escepticismo sabe que "todo tiempo pasado fue mejor", cabe preguntarse: ¿Cómo andarán hoy las cosas en Italia?  ¿Y fuera de Italia? –

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