El tipo exacto de socialismo que promueve Bernie Sanders ha sido tema de las discusiones bizantinas que suelen ocupar a la izquierda, como si la alta definición conceptual fuera un factor primordial para explicar el amplio apoyo que su candidatura ha generado. Sobre eso se ha escrito mucho y queda poco por añadir para clarificar el término. Lo que sí resulta evidente es que la campaña presidencial del senador Sanders ha venido a ocupar un espacio que reclamaba a gritos una expresión electoral masiva, agotada ya su capacidad de movilizar conciencias con la sola enunciación de los problemas, como fue el caso del movimiento Occupy Wall Street. Sabemos ahora que el discurso contra la desigualdad social resuena profundamente en un gran segmento del electorado estadounidense, no solo el más castigado por décadas de desindustrialización y magras expectativas económicas, sino también entre los jóvenes que se integran a la actividad económica en condiciones de enorme incertidumbre.
Las encuestas de mayo le otorgan a Sanders una ventaja promedio de trece puntos sobre Donald Trump, el virtual candidato republicano, mientras que Hillary Clinton aventaja al magnate neoyorquino por solo seis puntos. La capacidad de Trump para capitalizar el descontento entre votantes de clase trabajadora ha sido bien documentada, pero igualmente claro es el hecho de que Sanders tiene mucha más credibilidad que Trump entre ese sector de la población.
No obstante esa amplia ventaja que lo perfilaría hacia un triunfo histórico en noviembre, todo parece indicar que Bernie Sanders no será el candidato del Partido Demócrata a la presidencia de Estados Unidos. Las razones son complejas, pero pueden agruparse en dos rubros principales. Por un lado, las elecciones primarias en ese país son una trama complicadísima donde todo cambia de estado a estado: formato, reglas para adjudicar el número de delegados, el peso que tienen los funcionarios del partido, etcétera. Por otro lado, la amplia coalición que los Clinton han venido construyendo durante décadas atraviesa líneas de clase, etnicidad e idioma, mientras que el electorado de Sanders es más homogéneo. La campaña de Sanders opera mejor en el universo de las asambleas locales (caucuses) con votantes blancos de clase trabajadora y lejos de las grandes ciudades. El perfil del Partido Demócrata contemporáneo es lo opuesto: una alianza entre las élites liberales y las maquinarias políticas urbanas arraigadas en comunidades afroamericanas y latinas.
El movimiento generado por la candidatura del senador por Vermont no llegará a hacerse de la presidencia. Por ello tiene ante sí un reto histórico: consolidarse como un polo político con identidad propia, a la vez bien definida y lo suficientemente abierta para dar cabida a sectores hasta ahora escépticos, como las dirigencias sindicales, así como generar una plataforma política que se traduzca en programas de gobierno a nivel local y en proyectos legislativos.
En los medios cercanos al senador socialista y entre sus redes de activistas empiezan a perfilarse varias alternativas y decisiones importantes, la más apremiante de ellas: ¿se volcarán los seguidores de Sanders a impedir el triunfo de Trump en noviembre?
No es una decisión sencilla. Muchos de los activistas más comprometidos de la campaña del senador consideran a Hillary Clinton como la figura más representativa del matrimonio de conveniencia entre el ala socialmente liberal de Wall Street y algunas de las anquilosadas estructuras del viejo pacto social estadounidense, el cual ha mantenido un férreo control sobre el Partido Demócrata y lo ha alejado de las causas de los trabajadores y los sectores menos favorecidos. Sin embargo, la posibilidad del triunfo de Trump, así como un pronunciamiento claro de Sanders en favor de la unidad frente a la amenaza, podrían ser el factor que incline la balanza.
Más importante aún será la capacidad de los simpatizantes de Sanders de consolidar orgánicamente la “revolución política” que anuncia el candidato. La opción más obvia, un nuevo partido, es también la más problemática. Bernie Sanders siempre fue un socialista sin partido, conscientemente alejado de la miríada de grupúsculos que se disputan la marca “socialista” en Estados Unidos. Por otro lado, existe ya un partido bastante a la izquierda del Partido Demócrata: el Partido de las Familias Trabajadoras (Working Families Party), que ha tenido éxito impulsando candidaturas propias e iniciativas políticas en cabildos y congresos locales en el noreste del país. Aunque este partido ha respaldado oficialmente a Bernie Sanders en las primarias demócratas y una alianza con la estructura de campaña del senador le daría proyección nacional, es muy improbable que su liderazgo acepte diluirse en la marea “sanderista”.
A mediados de junio se realizará una “cumbre popular” con dirigentes y activistas que han confluido en la revolución de Bernie Sanders. Se espera que de ahí surja una plataforma política que dé coherencia y estabilidad a las propuestas de campaña del senador, así como una orientación para implementar partes del programa en los espacios locales a los que el movimiento acceda, muy probablemente a través de candidaturas arrebatadas a la dirigencia demócrata. Vista desde afuera, esa plataforma aparecerá como una propuesta socialdemócrata tradicional, con un fuerte énfasis en el papel del Estado para garantizar un mínimo de bienestar social. Sin embargo, en el contexto estadounidense, esta propuesta será un polo claramente de izquierda, con capacidad de alterar significativamente los términos del debate público después de décadas de hegemonía neoliberal y conservadurismo social. Y eso, por sí solo, es un gran saldo de la campaña del socialista Bernie Sanders. ~
Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.