Las mujeres

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"Estoy aquí por haber hecho caso a mi esposa", confesó apesadumbrado Maximiliano, que junto con Miramón y Mejía esperaba el momento de su ejecución. "Nada tiene que lamentar su Excelencia —respondió el general Miramón—, yo estoy aquí por no hacerle caso a la mía."
     La anécdota revela que junto a la historia oficial, la de héroes y antihéroes, cielos de la Patria e infiernos cívicos —donde los hombres parecen ser protagonistas únicos—, camina una historia paralela, diferente, llena de sentido común y determinante para la nación mexicana: la historia femenina.
     El panteón cívico de la Patria concedió graciosamente algunos pedestales innegablemente bien ganados: Josefa Ortiz de Domínguez, Leona Vicario, Margarita Maza, Carmen Serdán, entre las más representativas. Pero fue al mismo tiempo injusto al arrojar al anonimato a muchas otras, intelectuales, políticas, activistas y guerreras en cuyo "sepulcro de honor" sólo alcanza a leerse la palabra: "desconocida".
     En el siglo XIX muchas hicieron relucir sus espadas por la independencia, en la defensa del territorio nacional o en las guerras entre liberales y conservadores. Las hubo insurgentes. Rita Pérez, llamada La Generala Moreno, se encargó de administrar los recursos del fuerte insurgente, El Sombrero. En los años más cruentos de la lucha perdió dos hijos en combate, a una hija, fusilada por negarse a intercambiar prisioneros con el ejército realista, y a un bebé recién nacido. Quizá su único consuelo fue presenciar el triunfo de la independencia.
     Manuela Rafaela López Aguado, casada con Andrés López Rayón y viuda desde 1810, se adhirió a la causa insurgente junto con sus cuatro hijos. En diciembre de 1815 uno de ellos, de nombre Francisco, fue aprehendido y doña Manuela recibió un ultimátum: si no persuadía a sus hijos de deponer las armas, lo fusilarían. "Prefiero un hijo muerto que traidor a la Patria" —fue su estoica respuesta. En los últimos días de diciembre, Francisco fue pasado por las armas.
     El célebre poema de Amado Nervo "Guadalupe la Chinaca" es el más atinado retrato de la bélica bravura femenina ante la nación invadida, puesta a prueba por los franceses en 1862. "Con su escolta de rancheros/ diez fornidos guerrilleros/ y en su cuaco retozón/ que la rienda mal aplaca/ Guadalupe la Chinaca/ va a buscar a Pantaleón."
     La vocación de las armas parecía innato en las chinacas. Combatían, curaban, cuidaban a sus hijos y dirigían batallas. Agustina Ramírez podría ser la representación ideal de la "patria encarnada". Mujer originaria de Sinaloa, apoyó la causa de la República junto con su familia, y la guerra contra los franceses le cobró cara su heroicidad: perdió a su marido y a sus doce hijos.
     Llamada La Heroína, Soledad Solórzano apoyó a los guerrilleros republicanos de la región de Michoacán, prestando auxilio a los heridos. Capturada por los imperialistas belgas, fue colocada al frente de la trinchera para impedir el asalto guerrillero sobre Tacámbaro y, a pesar del embate, salió con vida. Años más tarde, en su poema "Primero es la Patria", Juan de Dios Peza pasaría lista ante el sepulcro de doña Soledad.
     Algunas otras mujeres no tomaron las armas, pero su cercanía con el poder determinó en México la elevación del segundo imperio. La emperatriz Eugenia de Montijo, con su idea de establecer una civilización latina en América —de ahí el término Latinoamérica—, y Carlota Amalia, con su sueño de gobernar "el imperio más hermoso del mundo", influyeron en las decisiones políticas de sus esposos: Napoleón III y Maximiliano de Habsburgo. Quizá en el Cerro de las Campanas el infortunado emperador recordó las palabras de Carlota cuando pensaba adbdicar: "mientras haya un pedazo de tierra, habrá un imperio", al tiempo que su inerte cuerpo caía sobre un puñado de tierra.
     Al iniciar el siglo XX, las mujeres cambiaron la espada por el activismo, la fundación de clubes políticos, las letras y la cultura, como Elena Arizmendi, fundadora de la Cruz Blanca, o la maderista María González. Los asuntos femeninos no se reducían a ser "buenas esposas" o "madres responsables". Para la historia, resulta difícil imaginar a Mercedes González, la madre del presidente Madero, aconsejando: "No andes con contemplaciones, imponte un poquito, porque si no tendremos que batallar […] hay que quitar a Huerta […] está haciendo la contrarrevolución". El presidente desoyó los desinteresados pero sensatos consejos maternos y terminó sus días víctima de una traición a manos de Victoriano Huerta.
     Con la revolución en marcha, las mujeres no vacilaron en llevar al hombro los pesados 30-30, infiltrarse en los campos enemigos como las célebres espías constitucionalistas que en más de una ocasión denunciaron los turbios negocios de los generales revolucionarios o protestar por la dictadura y la represión, como María Arias Bernal, María Pistolas, a quien Obregón le entregó su arma "por ser ella el 'único hombre' que hubo en la Ciudad de México durante la Decena Trágica".
     La historia mexicana podría reescribirse a través de los ojos de la mujer. Cientos de anécdotas y hechos de suma importancia han sido definidos por la participación femenina. El siglo XX agregó una lista interminable de mujeres valiosas: intelectuales, escritoras, políticas, artistas, profesionistas, deportistas y científicas. Son las nuevas insurgentes, las valerosas republicanas y las audaces revolucionarias que buscan que su historia no corra paralela, sino converja en una sola: la gran historia nacional. –

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(ciudad de México, 1969) es historiador y escritor. Su libro más reciente es '365 días para conocer la Historia de México' (Planeta, 2011).


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