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Dos microcanciones de Bilitis.

1. Recordado intempestiva, brusca e inmotivadamente: mi viejo amigo, el cineasta Juan Bustillo Oro me contó, una tarde de interminables y gratísimas horas dionisiacas, hace ya tiempo, que oyó referir a su esposa Marina una singular apreciación de una primorosa y sonriente adolescente. Interrogada la joven, por otra adolescente, acerca de qué se sentía en un juego mecánico de feria llamado el pulpo respondió:

–Es precioso, siente una que le arrancan la cabeza.

Cabe suponer por la respuesta que esta joven entusiasta se preparaba con el juego para los deleites de la suprema magistratura, como la llama la epístola de Ocampo, de madre de familia y fiel compañera de algún inquieto y puntilloso macho mexicano.

2. Recuerdo disparado, tal vez, por la anterior memoración: una niña de unos once años escribe un cuento. La narración abre prometedoramente en una delegación de policía y arranca así con el agente del ministerio público voceando insistentemente a la niña:

–Que saque esa cosa de aquí, le digo, saque inmediatamente esa cosa…

La niña tímidamente y con voz queda responde:

–Pero esa cosa, señor juez, esa cosa, es mi madre…

Envidiable comienzo, ¿no es verdad?, digno de una obra de teatro del inglés Joe Orton.

 

♦ ♦ ♦

 

Notas a Burckhardt.

Hay libros, los mejores, que despiertan un apetito insaciable y por tanto se pueden visitar en innumerables ocasiones sin causar aburrimiento o fatiga. Uno de ellos es La cultura del Renacimiento en Italia del historiador suizo Jacob Burckhardt. No creo exagerar si aseguro que página donde uno lo abre, página que entrega buen alimento mental con su dosis de estímulo, fascinación y regocijo.

Entre las cosas que regocijan a todo admirador de Burckhardt, como todo lector del gran Gibbon, otro monstruo de la genialidad histórica, están las notas al pie de página. Estas notas son parte del aparato delicioso de la erudición, y constituyen una especie de comentario del maestro al trabajo que va desenvolviendo. He aquí un ejemplo del placer de la nota. El texto de Burckhardt va corriendo así:

 

Gian María (de los Visconti) se hace también célebre por sus perros. Pero no son ya estos perros de caza, sino animales amaestrados especialmente, cuya especialidad consiste en despedazar seres humanos. Sus nombres se nos han trasmitido, como los nombres de los osos del emperador Valentiniano.1

Aquí topamos con el inevitable 1 y bajamos la vista y dice: “Corio, fol. 301 y sigs. Véase Ammiano Marcelino XXIX, 3.” Y bien, vayamos nosotros al texto de Ammiano (en la gozosa traducción de la Biblioteca Clásica, que dirigiera Menéndez y Pelayo): “Repugna al ánimo referir tales horrores y hasta temo que se me acuse de calumniar a un príncipe tan apreciable por otros conceptos. Sin embargo, no puedo pasar en silencio que alimentaba con carne humana dos osos voraces2” [y aquí súbitamente aparece otra nota; una nota de nota o nota a la segunda potencia]. Sigue Ammiano Marcelino: “cuyas jaulas estaban colocadas cerca de su dormitorio. Llamábase la una Mica aurea y la otra Inocencia; que había dado cada una de ellas guardas especiales encargados de mantener su feroz instinto. A Inocencia cuando hubo desgarrado y sepultado en su vientre bastantes cuerpos humanos, le fue devuelta en recompensa la libertad de los bosques…”3 Esta modesta nota es mía: los conquistadores españoles criaron perros feroces, a los que los indígenas explicablemente tenían gran miedo, y arrojaban a ellos gente para que la destrozaran. Para esta soez operación improvisaron una palabra, el verbo “aperrear”.4 Nota a la cuarta potencia: el Diccionario de la Academia conservó la palabra. “Aperrear. tr. Echar perros a alguien para que lo maten y despedacen. Era un género de suplicio.”5 En el episodio de las Metamorfosis de Ovidio en el que Acteón es devorado por sus propios perros de caza, cuando es transformado en ciervo en castigo por haber sido sorprendido viendo a la Diana bañándose en una fuente del bosque acompañada de sus ninfas, en este episodio, digo, Ovidio menciona, dando nombres y características hasta 37 ruidosos y fieros perros de caza: “Hiriólo Melanquetes la primera/ En una espalda…” ~

 

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(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.


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