a Ricardo Restrepo
No se iba a dejar coser el agujero que ellos le habรญan abierto. Se lo habรญan dejado ahรญ, ese ojal de piel auscultando lo profundo, ese ombligo oscuro, supurante, cubierto apenas por un parche que bordeaba los largos pelos de abajo; el parche manchado se pegaba a esos pelos ocasionales tirรกndolos un poco, arrancรกndolos cuando ella retiraba la gasa y exhibรญa su perfecto boquete. El que ellos le habรญan abierto en el pabellรณn para quitarle lo podrido. El que tambiรฉn ellos habรญan decidido dejar asรญ, abierto, arguyendo que el agujero debรญa soltar todavรญa su pus, escurrir toda la recรณndita mugre que ella habรญa juntado dentro, todos esos aรฑos, la cochinada. Solo despuรฉs podrรญan volver a cerrarlo.
No se iba a dejar coser. Eso fue lo que dijo, definitiva y contundente, sin permitir que se le agitara la voz: ese no inquebrantable se deslizรณ desde su casa desvencijada hasta el desportillado hospital pรบblico a bordo del hilo telefรณnico. Le llegรณ como un piedrazo a la secretaria (se quedรณ un instante quieta, conteniendo el aire). ยฟNo se habรญa sentido con fuerzas suficientes para acudir a la cita de cierre?, golpeรณ de vuelta, rechazando el no de la operada como una pelota, pateรกndolo con ira, ese no. ยฟY cรณmo que ya habรญa regresado al trabajo, tan pronto?, prosiguiรณ, mal encarada, raspando la punta seca de su lapicera sobre la ficha, sacรกndole tinta a la fuerza, ยฟasรญ nomรกs se fue a trabajar, con el hoyo descosido? Le habรญa espetado ese segundo golpe la sombrรญa secretaria del hospital. Pero de inmediato se corrigiรณ, avergonzada, ruborizada, reconvenida, acaso, por el codazo que le propinรณ su compaรฑera al oรญr la vulgaridad que acababa de proferir esa boca secretarial, esos labios enrojecidos, resecos, abrillantados por la saliva agria de la funcionaria; se corrigiรณ entonces, ella, quiero decir, dijo, ยฟsaliรณ a trabajar con el agujero abierto?
No, repitiรณ la reciรฉn operada, diciรฉndose que no regresarรญa nunca al pabellรณn; muchas gracias pero no, y ese monosรญlabo entrรณ por el hilo del telรฉfono y llegรณ entero al otro lado y se dividiรณ entre las dos secretarias que ahora le prestaban oreja. Buscando recuperar el control de la conversaciรณn la primera secretaria le dio un empujรณn a la segunda, hincรณ la cabeza ligeramente entre sus hombros, y bajando el tono cuanto le fue posible le dijo a Mirta (ese era el nombre apuntado en la ficha), le susurrรณ, acusatoriamente, que ellos la habรญan estado esperando la tarde anterior, todos ellos vestidos enteramente de blanco, con las manos enguantadas hasta los codos, con las bocas enmascarilladas y cerradas conteniendo chistes putrefactos sobre sus enfermeras, pensรณ asqueada la secretaria, y seguro habrรญa algรบn chiste sobre ella, ella que los dejรณ esperando con la aguja levantada sosteniendo un hilo plรกstico y ondulante en la brisa artificial del mal ventilado pabellรณn. Dejar plantados a los mรฉdicos es muy grave, seรฑorita Mirta, pero aรบn mรกs peligroso, insistiรณ, levantando la voz con cierto retintรญn sabiondo (sus sรญlabas dando tumbos por los embaldosados pasillos hasta el patio interior del hospital vetusto), muchรญsimo mรกs peligroso era que anduviera por la calle con un hoyo descosido. Si el hoyo, o el agujero (volviรณ a corregirse, su compaรฑera levantaba las cejas y gesticulaba), si la herida habรญa dejado de supurar era necesario proceder de inmediato a sellarla.
Se escuchรณ el eco de otro no cansado o acaso distraรญdo: la portadora del agujero suplementario se estaba encrespando las pestaรฑas con una mano mientras con la otra intentaba estirar el enrollado cable del telรฉfono. Ese no resumรญa cosas para las que ella no tenรญa tiempo ahora, cosas como que todavรญa se acordaran de la porquerรญa que le habรญan extirpado, del corte sangrante, del diagnรณstico; cosas que contar, los espasmos de la primera semana y el asco, el olor nauseabundo que surgรญa de allรก adentro, el vรฉrtigo que le produjo ver cรณmo era ella, ella en ese agujero cuando se arrancรณ por primera vez la gasa (y pedazos de costra amarillenta, y los pelos hirsutos de allรก abajo), cosas como decir gracias, gracias, porque pasado el instante de la inmundicia habรญa vislumbrado en su interior la conclusiรณn de sus problemas.
Y cuรกles eran esos problemas, retrucรณ la voz del otro lado (esos labios secretariales agrietados en el auricular tanto como los ojos ante el fulgor intermitente de la pantalla), quรฉ tantos problemas tenรญa ella, repitiรณ, y maldijo entre dientes la uรฑa rota que acababa de engancharse en la media (la media descorrida que tendrรญa que tirar a la basura): ese era su drama, la media rota, el hambre que a esas horas empezaba lentamente a asomarse en la oficina.
Parar la olla, llenar la tripa cada noche, le escuchรณ decir la secretaria, porque quรฉ largas habรญan sido esas noches, decรญa Mirta, quรฉ azules, quรฉ รกvidas, decรญa, mirรกndose los ojos fijamente en el espejo (sus ojos, otro oscuro agujero); porque aunque ellos la habรญan curado tambiรฉn casi la habรญan matado a continuaciรณn, de hambre. A ella nadie la alimentaba. Es por eso, dijo Mirta encrespรกndose ahora la otra pestaรฑa falsa con la misma cucharita, sujetando el auricular entre la cabeza y el hombro desnudo, es por eso que no les voy a permitir que me cosan. Espero no haberles hecho perder el tiempo, porque el tiempo, repitiรณ, es plata, no lo sabrรฉ yo, no lo sabrรญa Mirta despuรฉs de pasarse una semana entera en la cama mirรกndose consternada el viscoso agujero, viendo cรณmo se iban secando lentamente los bordes a la vez que se levantaban sus costillas por la falta de comida. Se habรญa vuelto mรกs pellejuda, mรกs desesperada y sedienta, sus ojos saltones, sus pรณmulos afilados le habรญan conferido una extraรฑa belleza.
La secretaria esbozรณ una sonrisa burocrรกtica mientras la escuchaba agregar que habรญa tenido una premoniciรณn: ese agujero seco en los bordes y hรบmedo en lo profundo de su costado se volverรญa milagroso. Milagroso, suspirรณ impaciente la funcionaria viendo cรณmo se fugaba su compaรฑera de mรณdulo, cรณmo la hora tambiรฉn fugaz se estaba yendo con su tiempo de colaciรณn a cuestas. Un milagro multiplicador de panes con jamรณn y queso, pensรณ esbozando una mueca famรฉlica. Un milagro multiplicador de billetes, imaginรณ enseguida, atenazada por la repentina certeza de que algo no calzaba en la ficha de esa mujer, Mirta Sepรบlveda. Cรณmo era posible que su estado civil estuviera vacรญo, que el hueco del oficio figurara en blanco, que no hubiera nada en el agujero de los ingresos. Entornรณ los ojos cierta de haber encontrado una omisiรณn reparable, una que ella iba a corregir a pesar del gruรฑido que ahora la acechaba (la compaรฑera, ya en el umbral, habรญa anunciado un sรกnguche entre los dedos, una bebida o un cafรฉ imaginario que iba a traerle a su regreso). Sacรณ de su interior una voz administrativa y repasรณ la ficha, punto por punto.
Se produjo un silencio por el lado de la secretaria, seguido de otro: era Mirta tragรกndose sus no y todas sus palabras intestinas mientras pensaba cรณmo explicarle el milagro. No estaba loca, no, y no era una fanรกtica religiosa, no se le habรญa aparecido ninguna virgen llorona en las sombras nocturnas de sus paseos. Simplemente se habรญa levantado de la cama, a altas horas, se habรญa quitado el parche endurecido por las secreciones (su maraรฑa de pelo en la tira adhesiva), y se habรญa examinado ese agujero improvisado, rosado, suavecito, habรญa acariciado el borde con un dedo e incluso lo habรญa metido ahรญ, como untรกndolo de aire tibio y huellas digitales. Ese agujero era รบnico. Nadie se lo iba a quitar.
Y sin lavarse ni perfumarse ni maquillarse, casi sin vestirse pero dueรฑa de sรญ misma, habรญa salido al รบnico boliche que podรญa estar abierto a esas horas noctรกmbulas (lo vio como un faro esquinado, a lo lejos, con las luces despiertas). Desde la reja que lo cercaba contra toda una calaรฑa de borrachos exaltados y asaltantes, dijo ella, la experta en noches, desde la reja y sus tres vueltas de cadena le silbรณ al dueรฑo de la botillerรญa para pedirle que le fiara una bolsa de papas fritas y una cocacolita. El dueรฑo la reconociรณ a pesar de la vista corta de รฉl y de la flacura despeinada de ella, le acercรณ las papitas y la lata y le preguntรณ dรณnde se habรญa metido, y ella se levantรณ la falda y le mostrรณ los muslos desaparecidos y la pelvis levantada y el pubis lampiรฑo, y su agujero, y el dueรฑo del local le abriรณ el candado y la reja y la invitรณ a una copa de vino para celebrar que respiraba. Descorchรณ un gran reserva, dijo Mirta de manera tan secreta que mรกs que oรญr lo que decรญa la secretaria sintiรณ una vibraciรณn en su tรญmpano, el sedoso temblor de unas sรญlabas que entraban y luego salรญan, apenas rozando el interior de su oreja.
El dueรฑo de la botillerรญa le habรญa pagado tres veces mรกs que todas las veces anteriores por dejarlo estrenar ese cuerpo milagroso, y le pagรณ por adelantado cada una de las noches siguientes, y se corriรณ la voz entre su clientela que vino a hacer cita con ella en la botillerรญa. Todos querรญan profundizar, dijo Mirta, en un susurro vuelto alegrรญa en el oรญdo de la secretaria que cruzaba su pierna por encima de la rodilla y se miraba, discreta, las piernas muy juntas, la media descorrida, la uรฑa que se trepaba por el punto roto y tiraba de รฉl para que se fuera, el punto, un poco mรกs arriba, un poco mรกs hacia adentro. ~
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Este relato aparecerรก prรณximamente en la antologรญa Relatos enfermos (Ediciones Literal/Conaculta), editada por Javier Guerrero.