Los muertos de Ciudad Juárez

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Los cadáveres se han apilado por centenas en el interior y en las afueras de Ciudad Juárez. A menudo las víctimas son encontradas en el desierto, enterradas en tumbas a ras de tierra o con los descoloridos huesos esparcidos por el paisaje. La mayoría de ellos son jóvenes. Muchos sufrieron torturas antes de ser asesinados. El género juega un papel decisivo en los crímenes; hay indicios de complicidad por parte de las autoridades.
     En la década pasada, alrededor de noventa mujeres jóvenes en Ciudad Juárez fueron secuestradas, violadas y torturadas de manera brutal, y asesinadas en serie. Su destino ha provocado —reciente y tardíamente— agudas críticas dirigidas a la incapacidad de las autoridades para investigar los asesinatos en forma adecuada y para ejercer justicia sobre los criminales. Este texto, sin embargo, no trata sobre aquellas mujeres tan cruelmente asesinadas. Se concentra, en cambio, en la abrumadora mayoría de las víctimas: trata sobre los hombres asesinados de Ciudad Juárez.
     Como escribió Debbie Nathan en un artículo para el Texas Observer: “Con mucha más frecuencia se encuentran cadáveres asesinados, tasajeados y chamuscados de varones, y no cuerpos femeninos. [Pero] Pocos parecen sorprenderse, mucho menos escandalizarse, por esta carnicería de machos contra machos.” Para tener una idea más clara de los patrones que siguen los asesinatos en Ciudad Juárez, considérense las estadísticas citadas en el informe del 2002 de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (www.cidh.oas.org/annualrep/2002eng/chap.vi.Juárez.2.htm). De acuerdo con la Comisión, “1993 marcó el año de un incremento notable en el asesinato de mujeres” en Ciudad Juárez. “Mientras que 37 mujeres habían sido asesinadas entre 1985 y 1992, aproximadamente 269 fueron asesinadas entre 1993 y 2001. […] Un análisis basado en los certificados de defunción y otros datos concluyó que 249 hombres fueron asesinados entre 1990 y 1993, mientras que 942 hombres fueron asesinados entre 1994 y 1997: un incremento del 300%”. Esto refleja en parte el crecimiento explosivo del tráfico de cocaína en el norte de México. “De acuerdo con el mismo estudio, veinte mujeres fueron asesinadas entre 1990 y 1993, y 143 fueron asesinadas entre 1994 y 1997: un incremento del 600%. (ver www.cidh.oas.org/annualrep/2002eng/chap.vi.Juárez.2.htm).
     El interés de la Comisión es poner de relieve el incremento agudo del número de mujeres asesinadas. No cabe duda de que el tema merece atención seria. A pesar de los espeluznantes rumores acerca de la existencia de ritos satánicos, videos snuff y bandas de asesinos en serie, los factores clave |probablemente son más cotidianos, y no por ello menos atroces. Cientos de miles de mujeres jóvenes han inundado Ciudad Juárez, y la zona maquiladora circundante, a partir del inicio de la era del Libre Comercio en las relaciones con Estados Unidos. La independencia y el comportamiento público afirmativo que asumen estas mujeres van en contra de la tradición mexicana, y parecen haber excitado una reacción asesina por parte de algunos varones. Hombres y mujeres de talante conservador sostienen que esas mujeres “se la están buscando” por vestirse provocativamente, o por andar en las calles de noche y sin una compañía masculina. No le queda a uno más que lamentarse por la perseverancia de esta mentalidad, y por las patologías violentas que enciende.
     Pero también podemos examinar las estadísticas de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) desde otro ángulo, las cuales arrojan un total de 942 varones asesinados entre 1994 y 1997, a la vez que el porcentaje de mujeres también se disparó de forma alarmante: 143 asesinadas durante el mismo periodo. Por lo tanto, los hombres conforman el 87% de las víctimas de homicidio, y las mujeres el 13%. Esto sin duda representó un cambio notable con respecto al periodo que va de 1990 a 1993. En ese entonces, la brecha de género era aún más abierta, cuando los varones conformaban el 92.5 % de las víctimas.
     Vale la pena notar que la cifra de la CIDH —las 269 mujeres asesinadas entre 1993 y 2001— incluye a todas las mujeres a las que se privó de la vida, no sólo el casi 33.3 % aparentemente elegidas por el asesino o asesinos en serie. Abarca, pues, a numerosas víctimas femeninas de la violencia doméstica, por ejemplo. Hay que notar también que en el 2000, el año más reciente del que pude encontrar estadísticas, fueron asesinados 215 varones así como veintisiete mujeres. Esto indicó un ligero aumento en la proporción de víctimas masculinas con respecto al periodo 1994-97, algo menos del 89%. Yendo en relativa contracorriente de los estereotipos de género, sólo 51 del total de los asesinatos fueron clasificados como relacionados con el narcotráfico, incluyendo a cinco de las mujeres victimadas.
     ¿Qué cosa podría explicar el desvío de atención de la abrumadora mayoría de las víctimas de asesinato en Ciudad Juárez? En parte, eso da fe del estatus de las mujeres asesinadas en el discurso y el activismo feministas. Por lo general agrupadas con otras muertes femeninas violentas, los asesinatos en serie se presentan como un ejemplo de “femenicidio” —el asesinato con distinción de género. Una vez más, esta estrategia es exitosa. Los asesinatos en serie de mujeres son un rasgo constante de la actividad criminal masculina (los asesinos son casi siempre varones, excepto cuando los crímenes ocurren en instituciones “de atención social”, como hospitales y asilos. El hecho de hacer énfasis en los asesinatos de mujeres sirve también de ocasión para discutir temas importantes, como la explotación de la mano de obra femenina en la zona maquiladora, la reacción violenta de muchos hombres en contra de las tendencias de modernización en las relaciones de género, y la brutal violencia doméstica que a menudo resulta de ello.
     Pero igualmente hay razones más dudosas para esta marginación de las víctimas masculinas. El modo de operar estándar en el academicismo y activismo feministas dicta que, cuando un fenómeno social complejo como el asesinato se trae a discusión, hay que seguir ciertas reglas. Por decirlo brevemente, los temas que evoquen preocupación y empatía con respecto a las mujeres —en este caso, el agudo incremento de las tasas de asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez— se deben separar cuidadosamente y habrán de exponerse de manera aislada. La información que amenace con equilibrar o contextualizar el cuadro, quizá en detrimento del énfasis que se ponga en las víctimas femeninas, debe desatenderse o suprimirse. De ahí la invisibilidad de nueve décimas de los asesinatos en Ciudad Juárez. Esto asegura que la información relevante esté sólo disponible para quienes estén preparados para hurgar en ella. (Las estadísticas en el informe de la CIDH están enterradas en pies de página; el artículo de Debbie Natham, citado anteriormente, es el único texto donde he visto que realmente se eche una luz crítica y escéptica sobre las exposicioneshabituales acerca de los asesinatos en Ciudad Juárez.)
     La estrategia feminista refleja —y explota— convicciones culturales con respecto a los varones que son casi universales. Se los ve como víctimas “naturales” de los homicidios por dos razones principales. En parte, esto obedece a que en la mayoría de los casos los asesinos de varones son también varones —y todos sabemos que “boys will be boys“. Por otro lado, se considera a los hombres como víctimas que propiciaron la violencia. Así como algunas personas consideran que las jóvenes “están buscando” convertirse en víctimas cuando violan los códigos sociales de vestuario y comportamiento, las mentalidades predominantes consideran que los hombres “se están buscando” la muerte que les llega cuando se involucran en actividades ilegales o criminales, aun cuando (como sucede en Ciudad Juárez) puede que existan pocas oportunidades de trabajo de otro tipo, especialmente si se favorece a las mujeres como fuerza de trabajo en el sector de la maquila. Uno podría alegar que el argumento de “estársela buscando” es objetivamente más válido en el caso de los varones; sin embargo, el prejuicio contra las víctimas masculinas puede ser también más penetrante e incuestionado, sobre todo porque el discurso feminista ha tenido éxito en alertarnos con respecto a patrones de discriminación y violencia en contra de las mujeres.
     Éste es un terreno que pide a gritos que los analistas y activistas lo exploren. Ciertamente, es ya el momento de que un grupo de derechos humanos, como Amnistía Internacional, intervenga y expanda un poco nuestra mente. Pero el único interés de Amnistía en Ciudad Juárez radica en la relativa minoría de víctimas femeninas de asesinato —tal como se reflejó en su detallado informe de agosto del 2003, “Intolerable Killings” [“Asesinatos intolerables”]. Cada persona debería leer y ponderar este informe. Tiene mucho que decir sobre los patrones femeninos de la victimización violenta y del sexismo arraigado que lo sustenta. ¿Podría uno esperar que pronto Amnistía Internacional o algún otro actor influyente dedique también alguna atención a esas otras nueve décimas partes de las víctimas —los hombres asesinados en Ciudad Juárez? ~

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