Estimado Don Enrique:
Aunque no tengo el gusto de conocerlo personalmente, leo y admiro sus trabajos históricos. Con la confianza de una amistad a través de la lectura, me atrevo a disentir en algún punto de las opiniones del historiador Richard M. Morse, a quien Ud. cita en su artículo "La ética católica y el espíritu de la democracia".
Se habla de la "ética neotomista" y del "pensamiento neotomista", "representado sobre todo por el teólogo jesuita Francisco Suárez". En mi opinión ni el suarismo ni el escotismo (mucho menos este último), que tanta influencia histórica tuvieron, representan ni pretendieron representar el pensamiento de Tomás de Aquino. Por el contrario, contendían con él y anhelaban superar la escolástica medieval, para ellos, si no obsoleta, por lo menos atrasada.
La escuela franciscana de Juan Duns Escoto, la jesuítica de Francisco Suárez (ejemplo de amplio espíritu de independencia y libertad, como buen jesuita) y la dominicana de Tomás compitieron y discutieron sus puntos de vista, en ocasiones, acaloradamente. Ninguna de las tres escuelas filosóficas, con sus insignes representantes, todos dentro de la ortodoxia de la Iglesia, pueden etiquetarse, englobarse y reducirse al término de "neotomismo", que seguramente ellos no hubieran aceptado.
La diferencia de la democracia norteamericana con la latinoamericana es en verdad muy grande, pero el origen de esta diferencia, a mi entender, consiste en la distinta lectura y herencia del liberalismo que cada cultura realizó.
Los norteamericanos leyeron el liberalismo en la versión inglesa; heredaron las tradiciones y las instituciones, el "rey absoluto" como innecesario, al que no hubo que matar, y el papel importante de las "asociaciones voluntarias" independientes del Estado, esto es, la organización del "poder social" que ahora llamamos "vertebración social". Había y hay en su cultura mucho más sentido social y comunitario que avidez política por la toma del poder, pues predomina el sentido de "bien gremial" como servicio desde y para la comunidad.
Nosotros, igual que la España borbónica, leímos el liberalismo en la versión francesa, la de Rousseau y Voltaire, donde se nutrían los próceres latinoamericanos del siglo antepasado. El Contrato social de Rousseau acepta sólo la asociación con el Estado y pone las bases del autoritarismo: cualquier forma de asociación atentaba contra el "contrato social". Por ello, en nuestra cultura lo bueno y lo malo se espera del Estado y con esta dependencia se ha educado al pueblo. El totalitarismo de masas de Marx encontró la mesa preparada en una sociedad europea que la Ilustración francesa le heredó, carente de sociedades menores organizadas.
En el siglo pasado, tan próximo aún, fue la "ética católica" de los polacos la que llevó a cabo la idea marxista de "obreros del mundo uníos" pero, en este caso, para ser los detonadores del comunismo mundial antidemocrático. A Marx no le pasó por la mente que esto pudiera suceder. Coincido absolutamente con Ud. en la idea fundamental del artículo de que no debe haber incompatibilidad entre la moral católica y la democracia.
Don Enrique Krauze, admiro su trabajo y la revista cuya entrega mensual espero con entusiasmo, así como la labor de su equipo en la creación de una cultura histórica tan necesaria. -Atentamente,
José Morales Mancera