Modesta propuesta

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Señor director:
Por favor permítame agradecer al Sr. Gabriel Zaid su artículo “Economía del protagonismo”. Es una explicación bastante descarnada de lo que produce eso que, un poco solemnemente, llamaría la codicia sin tapujos —bien se cuida el señor Zaid de escribir con solemnidad; en el análisis que busca ser objetivo, y éste lo consigue, esos humos no caben. La imagen que nos da de la comunicación de masas, y de la crema de tal actividad —los reality shows—, no deja títere con cabeza: esa lucha por el poder que otorga el micrófono, y el gran regateo entre dueños, administradores, promotores, “estrellas” radiantes y fugaces, lo mismo que anunciantes y empresarios. Si la Secretaría de Educación Pública y la Iglesia Católica —y ahora las Iglesias minoritarias, antiguas y nuevas— se unieran en un objetivo concreto (promover la salud sexual de los adolescentes, detener la destrucción de la naturaleza, salvar el patrimonio arquitectónico de México), quizás captarían menos público que un reality show, incluso mucho menos. Al final del artículo, planteada inocentemente como mera pregunta, queda una gran denuncia: la degradación de masas a que da lugar, o que exhibe, esa comunicación de masas.
     ¿Cómo se lidia con algo así? Entre los jóvenes que secundaron alegremente a los no tan jóvenes que cerraron la unam hace pocos años, y que prohibieron de hecho toda actividad académica, era popular el lema de que “Se prohíbe prohibir”. Sería entonces cosa de fomentar en el público una sensibilidad como para advertir lo que son los reality shows y demás productos de la comunicación de masas, salvo muy honrosas excepciones, para que cambie de canal o apague la televisión cuando aparezcan en la pantalla. La primaria, secundaria y preparatoria, y la escuela normal, y los sueldos de los maestros y su libertad sindical tendrían que ver en eso, y la industria editorial libre de impuestos: en treinta años veríamos resultados. Para entonces, los reality shows serán historia antigua. ~

— Carlos Garay

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