Niña entrando al kínder en el 68 –sin memoria alguna del feísimo gobernante y su feísimo gobierno–, cuando el niño de Atlacomulco cursaba el tercero de primaria en una escuela de monjas yo dejaba el Distrito Federal para cursar el cuarto año en una escuela pública del Estado de México.
Mi vida hasta los dieciséis años en Ecatepec está llena de sábados de óperas interminables en casa, con los sonideros afuera, el volumen de la música colándose por las ventanas, mi padre mentando la madre en húngaro, yo en la ventana viendo a mis vecinos bailar cumbias en la calle, fascinada.
Una colonia como muchas en un país desde siempre gobernado por el PRI. La casa sin agua en la planta superior. Los baños a jicarazos. La cola para usar el único teléfono público. Mi perro Alfilcazando topos y gallinas que amanecían desplumadas frente al jardín. Los tréboles del jardín y su sabor a limón.
Recuerdo el país eternamente priista y la resignación al fondo, siempre, porque uno se acostumbra a todo: a no tener servicios públicos, al guajolotero, a ocupar cinco horas diarias de tu vida en el transporte.
Uno se acostumbra al PRI y a su cinismo, a su retórica, sus trampas, sus raterías.
Hasta que un día ocurre lo impensable y las calles son una fiesta que mi padre ya no puede ver.
Hoy hay algo parecido a la desesperanza, pero nada es igual. Mi hijo tiene seis años: ya quiere votar y usar Twitter.
Peña Nieto será el rostro bonito de un partido feísimo… pero pasará. Nadie habrá de resignarse de nuevo. No mi hijo, al menos. ~
(ciudad de México, 1965) es escritora y editora. Es autora del libro de poesía La luz inversa (UAM, 1996) y de Sexo chilango (Planeta, 2006).
