Notas sobre el arte menor de tomar un taxi en México

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No sólo es arte menor, también, como se sabe, es arte lleno de peligro y emoción. No siempre fue así: tiempos hubo en México en que los taxis eran tan escasos en la ciudad que, si algún peatón localizaba por raro azar un taxi desocupado circulando, se abalanzaba a abordarlo aunque no tuviera que ir a ninguna parte, sólo por la vanidad y orgullo de haber logrado en la vida hallar un taxi vacío. Los taxis entonces eran pocos, pero eran muy seguros. Sí, aunque hoy parezca imposible, no había nada que temer.
     No consideraba escribir sobre tan lamentable y elemental asunto como los coches de alquiler, sino, tal vez, completar lo que había comenzado sobre Valle-Inclán, pero el que terminar el artículo haya sido una especie de obligación (porque lo dejé a la mitad en el número pasado) lo hacía para mí burocrático y de un tedio tan irremisible que no pude avanzar ni una línea. También había pensado escribir sobre la inmortalidad del cangrejo, basándome en cómo ilumina esta sutil cuestión, con su maestría acostumbrada, Tomás de Aquino en el capítulo 82 del libro segundo de su Suma contra los gentiles, titulado “Las almas de los animales brutos no son inmortales”.
     Pero me impone hablar del arte de abordar taxis el llamado del deber ciudadano, debido no sólo a la peligrosidad de la práctica, sino sobre todo al silencio hipócrita que, para desasosiego nuestro, es habitual entre nuestros políticos. Por ejemplo, parece mentira que se hable tanto del imperio del crimen organizado en las ciudades del norte y nadie en México recuerde que, como expresó el juez Garzón, su causa principal es la penetración que en el sistema policial y judicial desarrolla el crimen organizado. Es decir, que no hay policía que actúe como tal, o, peor que eso, sí hay policía y muy activa, pero está con el bando enemigo. No sé cómo se pueda modificar esta lamentable deslealtad colectiva, si es que puede modificarse, pero es de sentido común que lo primero que hay que hacer cuando tenemos un problema es admitir que ahí está el problema y no cerrar los ojos a él, sino mirarlo y examinarlo con valentía.
     Ya está bueno de prólogos. El arte de tomar taxis en México sigue los siguientes pasos:
     (1) Hay dos clases de taxis circulando en la ciudad (no me preguntes por qué), unos son registrados y otros son piratas, entre éstos, los autollamados “panteras” (no me preguntes por qué). Es, desde luego, conveniente abordar un taxi debidamente registrado y no uno pirata. Para saber cuál es cuál, lee el número de la placa, si tiene una L (de libre) o una S (de sitio) antes del número, el taxi es registrado. Si no hay letra y sólo un número, el taxi es pirata y allá tú si te arriesgas a tomarlo.
     (2) Nunca abordes un taxi que esté inmóvil, esperando, a menos que sea un taxi de sitio (que suelen ser seguros, pero abusones en la tarifa). La razón es sencilla. Piensa un poco, ¿cómo puede realizarse un asalto a un pasajero a bordo de un taxi? Los asaltantes, con la complicidad del chofer, tienen que abordar en algún punto el taxi. ¿Y cómo, es decir, dónde lo abordan los criminales? No pueden estar esperando a que el taxi culpable pase a recogerlos: el taxi que sale a la ciudad enorme y se pierde en ella no podría regresar con pasaje a cierto punto, sería muy impráctico, difícil. Por lo tanto, el taxi donde te van a asaltar tiene que ser seguido por otro coche también delincuente, que lo alcanza en algún alto, los asaltantes bajan de su coche, abordan el coche donde tú viajas y sobreviene el “esto es un asalto”.
     (3) Por lo tanto, el arte manda que abordes un taxi que vaya circulando (eso disminuye mucho las posibilidades de asalto, pero no las anula). Ya en el taxi, haz de volver la vista de cuando en cuando a fin de verificar que ningún coche sigue al tuyo. Cuando lo compruebes, puedes pensar que vas relativamente seguro.
     Pero tienes que ponerte de todos modos almeja, porque la ciudad de México es un lugar en que no conviene nunca andar con relajamiento de apazguatado. –

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(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.


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