“Negocios son negocios”: a diez años de Tiananmen

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El 4 de junio de 1989, mientras sus compañeros estudiantes y demás miembros de la sociedad civil china eran asesinados en la Plaza Tiananmen, la bella disidente Chai Ling, cabeza del movimiento, escapaba de milagro. Ling había permanecido en huelga de hambre por varios días y se había convertido en símbolo de la disidencia china. Hoy, diez años después, la líder estudiantil de la Universidad de Beijing ya no vive en la capital de China. Ling trabaja en Massachusetts, donde fundó una exitosa compañía que desarrolla intranets para uso educativo (www.jenzabar.com). Aunque lejos de casa, ella, como muchos otros, ha dejado atrás el romántico idealismo de 1989 por el pragmático motivo que domina la vida en su país de origen: los negocios.
     China es otra a diez años de la masacre de Tiananmen. Las reformas económicas no han cesado. La perestroika china ha convertido al país en un verdadero poder económico. Y a pesar de que la glasnost sigue sin llegar, muchos parecen satisfechos con la posibilidad de vivir como siempre han querido, al menos en sus finanzas: lejos del comunismo. Hasta los estudiantes de la Universidad de Beijing han dejado atrás los cantos a la democracia. El Triángulo, explanada donde se concentra el debate de ideas en esa casa de estudios, ya no muestra el mismo ímpetu. Las súplicas de democracia de hace diez años se han vuelto muestras de repudio a la OTAN. Ni el recordado Deng Xiaoping ni el presidente Jiang Zemin son los villanos; ahora, "Clinton es Hitler". A finales de los noventa, el reclamo es válido siempre y cuando sea políticamente correcto. A decir de un alumno que está por terminar su carrera en Beijing, "los estudiantes piensan más en negocios que en política".
     Los polémicos y carismáticos líderes estudiantiles de hace diez años han cambiado de rumbo. De las tres cabezas del movimiento, ninguno está en Beijing. Además de la mencionada Chai Ling, Wang Dan estudia en Harvard, después de estar preso por más de siete años; y Wuer Kaixi, quien alguna vez retó a Li Peng en televisión, hoy jura que no acudiría ni al más pequeño mitin: "aprendí que la muerte de un solo hombre es demasiado".
     Los chinos se han convertido en verdaderos maestros de los medios de comunicación; son soberanos del manejo de la imagen. A raíz del incomprensible bombardeo contra su embajada en Belgrado, cientos de estudiantes salieron a la calle para protestar airadamente. Piedras, pintura e insultos cayeron dentro de las propiedades estadounidenses en Beijing. Pero hay quien dice que la indignación no provino de la genuina molestia por el error de la OTAN. Para muchos, el rechazo estudiantil fue permitido —y, tal vez, hasta provocado— por el gobierno chino para presionar, con rostros enfurecidos, a Occidente. La meta era clara: entrar, a como diera lugar, a la Organización Mundial de Comercio. Ni el clásico antiyanquismo se salva de tener fines de lucro.
     Y, en privado, las bombas no afectaron mayormente a los chinos. Cuenta una anécdota reciente que, justo el día del ataque, un empresario chino estaba en alguna ciudad de los Estados Unidos, pluma en mano, a punto de cerrar un trato. A través de la televisión, las imágenes de sus iracundos compatriotas inundaban el cuarto. El socio estadounidense preguntó si lo ocurrido en Belgrado no afectaría los arreglos entre ambos. El empresario chino respondió con una rauda mirada y una sonrisa. Sin soltar la pluma, dijo: "negocios son negocios", y firmó el contrato.
     Pero existe un peligro latente en la sociedad china. El origen de la masacre de Tiananmen fue la degolladura de una incipiente glasnost por parte del régimen de Deng Xiaoping. Las protestas tuvieron su origen en la caída del Muro de la Democracia, un enorme centro de expresión que Deng había regalado a la gente de Beijing. La democracia es una benéfica epidemia que es difícil detener. Al principio, el muro albergó pensamientos moderados, pero, con el paso del tiempo, los carteles y los escritos subieron de tono; poco tiempo pasaría para que fuera tapizado con auténticas vendettas contra el régimen comunista. La solución fue rauda y sin miramientos: el muro desapareció. La sociedad civil se quedó sin voz. La respuesta de los alumnos de la Universidad de Beijing fue ocupar la Plaza de Tiananmen y, en algunos casos, declararse en huelga de hambre. Las consecuencias son de todos conocidas.
     En el décimo aniversario de la masacre, las protestas en Beijing se limitaron a brotes casi anecdóticos de indignación. En pleno Tiananmen, un hombre se paró por unos segundos y abrió una sombrilla que traía en la mano. En la lona del paraguas se leían frases de repudio a los hechos de 1989. El cauteloso disidente y su parasol no duraron mucho tiempo en el lugar: un par de elementos policiacos los retiraron a los pocos minutos. En Hong Kong, la historia fue otra. El número de manifestantes llegó a las decenas de miles. Por ahora, sin embargo, el centro de la vida en China no es Hong Kong sino Beijing.
     La mezcla de desarrollo económico y cerrazón política puede resultar explosiva. A pesar de que la perestroika ha llegado, hay una parte de la sociedad china que, poco a poco, se va desesperando de nuevo. La corrupción se ha vuelto intolerable. Pero los miembros del politburó lo tienen claro: hay reformas que simplemente no se pueden hacer. A propósito de la podredumbre en la burocracia, un reconocido líder del partido declaró: "no luchar contra la corrupción es destruir al país, pero luchar contra ella es destruir al partido". Las prioridades —ahora como entonces— son claras: el monopolio político del Partido Comunista por encima de todo.
     El Partido Comunista chino no tiene planes de suavizarse ahora que se acerca su quincuagésimo aniversario. La reforma política está siendo aplazada indefinidamente y las consecuencias pueden ser graves. Ya lo dijo Wang Dan, el ex líder estudiantil de Tiananmen: la siguiente chispa de rebeldía no vendrá de los alumnos idealistas, sino de los desempleados, verdaderos desechos de la nueva China, atrapados entre el tren de la perestroika que los ha dejado y el silencio que les impone la falta de glasnost.
     Mientras llega la nueva ola de protestas, los chinos siguen pensando en la mejor manera de ganarse la vida. Las miradas se dirigen, cada vez con más ansia, hacia Occidente. Chai Ling, aquella hermosa líder, se sometió, por ejemplo, a una cirugía plástica para cambiar su apariencia. Hoy, dos ojos circulares adornan su cara; tiene, casi, el rostro de una mujer caucásica: "negocios son negocios". –

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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