Cuando supe de la muerte de Francisco Huerta, recordé aquellas mañanas en que mi madre nos daba de desayunar para ir a la escuela y escuchábamos de fondo un programa de radio, insólito en aquellos años: “Voz Pública”. Paco Huerta leía pedazos de la columna de Manuel Buendía, describía algún cartón de Naranjo, y daba sus opiniones, siempre contra el gobierno del Partido Único al que debimos haber llamado en esos años Partido Con Acompañantes, pues existían agrupaciones tan curiosas como el PPS y el PST, desde la perspectiva de los ciudadanos: se quejaba de la deuda externa y de lo que entonces se llamaba “carestía de la vida”. Pero, sobre todo, su programa de radio consistía en abrirle los micrófonos a la gente. Se leían decenas de opiniones de eso que para el PRI era sólo producto de una subversión comunista: los ciudadanos.
A Paco Huerta lo conocí muchos años después, en los días que siguieron al fraude electoral de 1988. Un grupo de universitarios habíamos irrumpido en una sesión de la entonces Comisión Federal Electoral, presidida por el secretario de Gobernación de Miguel de la Madrid. Gritamos lo que después se convertiría en un eslogan para las borracheras: “Repudio total al fraude electoral.” Bartlett nos hizo pasar a su oficina y nos regañó sin perder los estribos, pausadamente. No recuerdo más que dos frases suyas: “Muchachos irresponsables, deberían de ponerse a estudiar” y “Esto no es para ustedes”. Para Paco Huerta, el hecho ameritó una invitación a su programa, en el centro de la ciudad, con cafés traídos del Habana. El hombre que siempre tuvo una voz juvenil, y una resistencia tenaz a la censura, era todo lo contrario de lo imaginable: con el cabello cano, era un tipo larguirucho y quebradizo. Dirigía su programa desde su silla, pendiente del tiempo, los periódicos, los cables que llegaban, los telefonemas, las preguntas. Y entendí lo que había inventado: la radio popular.
Me seguí encontrando a Paco Huerta a lo largo de los años, en las manifestaciones que siguieron al 88. La última vez que lo vi fue durante la marcha contra el desafuero del Jefe de Gobierno de la ciudad de México. Charlamos muy poco sobre un tema central de la alternancia: la desaparición de voces con fuerza moral. “Ya no hay Hebertos Castillo o Barros Sierras” dijo, y nos despedimos.
A lo largo de ese lapso que va de 1988 al 2000, la radio se abrió al público. Radio Red se convirtió en el ensayo por excelencia de la radio popular interesada en lo que la gente quiere saber: noticias, consejos de salud, servicios que ofrece el gobierno, denuncias de servicios que no funcionan, pero, sobre todo, por dónde circular las calles del df. Las demás estaciones comenzaron a tener teléfono abierto para cualquier opinión e, incluso, para contar sus historias de terror en “La mano peluda” el programa de radio, no el manual de masturbación. De hecho, Paco Huerta fue despedido de la misma estación, Radio Fórmula, tres meses antes de morir, por algún comentario sobre la Primera Dama. El despido testifica que la censura no está del todo en la lona.
Tres días antes de morir, Paco Huerta le comentó a un maestro de la Universidad Autónoma Metropolitana, al bajar un escalón tras una conferencia, que sentía terror a una caída. Recordó la estrepitosa de Fidel Castro y se estremeció. Días después se cayó en su casa y murió. Es curioso la forma en que uno puede precognizar su propio desenlace.
Y fue cuando escuché la noticia por el radio que recordé aquellas mañanas modorras de finales de los setenta, en que la voz atildada de Paco Huerta criticaba al ahora también muerto dirigente de los trabajadores de radio y televisión, Nezahualcóyotl de la Vega… y despidieron a Paco. Rodaría de estación en estación sin modificar la idea de abrir los micrófonos al instante para hacer una especie de fotografía de lo que la gente sentía sobre algún tema público. Si lo amenazaban, leía la amenaza al aire. Si lo despedían, leía su renuncia al aire. Nunca se cansó. Justo unos días antes de su caída, Huerta buscaba, de nuevo, ingresar a alguna estación nacional sin dejar de transmitir desde su casa vía internet. La muerte lo sorprendió maquinando ese programa que ya no se transmitió. –
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