Poemas rumanos

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Poema para la sombra de Mariana

La hierbabuena del amor ha brotado como un dedo de ángel.

Créelo: de la tierra despunta, además, un brazo torcido de silencios,
un hombro abrasado por el calor de las luces apagadas,
un rostro con los ojos vendados por el negro velo de la mirada,
un ala grande de plomo y otra de hojas,
un cuerpo agotado en el reposo bañado por aguas.

Verlo flotar entre las hierbas con alas desplegadas,
ascender por una escalera de muérdago hacia una casa de cristal,
en la que deambula a grandes pasos una planta de mar.

Creer que es ahora el momento de hablarme entre lágrimas,
de ir descalzos a su encuentro, para que te diga lo que nos está reservado:
el luto sorbido del vaso o el luto sorbido de la palma de una mano—
y la planta loca adormecerse al oír tu respuesta.

Suenan chocando en la oscuridad las ventanas de la casa,
confesándose también lo que saben, pero sin lograr comprender:
nos amamos o no nos amamos. ~

Nochevieja

En la última noche del año, estación sin horas,
enviaste el catafalco joven a que llamara a tu amada;
de los espejos salieron también a su encuentro las encendidas lágrimas
en el candelero nevado de amargura, brotado de una sien.
El anillo apagado en el vaso se asomó a la ventana
para verla venir a través de nieves con cabellos dormidos;
se fueron las destrenzadas manos a esperarla en la puerta,
y arriba en las estancias llegaron para valsar los poetas.
Pero ella pasó el umbral para afrontar un párpado,
para ver a su seno despierto adormecerse la criatura…

Un dado cayó entre las losas, con ojos color albaricoque,
y la torre de la ciudadela de madera se fue con una sombra. ~
Preguntas y respuestas

—¿Qué es la soledad del poeta?
Un número de circo no anunciado en el programa.
—¿Qué es una lágrima?
Una balanza aguardando las pesas.
—¿Qué es la embriaguez?
Una página en blanco entre varias de colores.
—¿Qué es el olvido?
Una manzana verde en la que se clavó una flecha.
—¿Qué es el retorno?
Casi nada, pero podría ser un copo de nieve.
—¿Qué es la última noche antes de irse?
Irse de una exposición de porcelanas antiguas. ~

[Partidario del absolutismo erótico]

Partidario del absolutismo erótico, megalómano reticente incluso entre los buzos, mensajero, al mismo tiempo, del halo Paul Celan, no evoco las petrificantes fisonomías del naufragio aéreo más que a intervalos de diez años (o más) y sólo patino a muy altas horas, sobre un lago vigilado por el gigantesco bosque de los miembros acéfalos de la Conspiración Poética Universal. Es evidente que por esta parte no se puede penetrar con las flechas del fuego visible. Una inmensa cortina de amatista disimula, en la frontera con el mundo, la existencia de esta vegetación antropomórfica, más allá de la cual intento, selénico, una danza que me deslumbre. No lo he logrado hasta ahora y, con los ojos trasladados a las sienes, me miro de perfil, mientras espero la primavera. ~

[Ha llegado por fin el instante]

Ha llegado por fin el instante en que, delante de los espejos que cubren las paredes exteriores de la casa en que has dejado para siempre a la amada despeinada, enarboles en la cima de una acacia prematuramente florecida tu bandera negra. Cortante se oye la fanfarria del regimiento de ciegos, el único que te sigue siendo fiel, te pones la careta, prendes el encaje negro en las mangas de tu traje de ceniza, subes al árbol, los pliegues de la bandera te envuelven, comienza el vuelo. No, nadie ha sabido aletear como tú alrededor de esta casa. Ha anochecido, estás flotando boca arriba, los espejos de la casa se inclinan sin tregua para recoger tu sombra, las estrellas caen y te desgarran la careta, los ojos se revierten hacia tu corazón en el que el sicómoro ha encendido sus hojas, las estrellas también descienden todas, hasta la última, un pájaro más pequeño, la muerte, gravita a tu alrededor mientras tu boca soñadora pronuncia tu nombre. ~

[Una vez más he suspendido los grandes paraguas blancos]

Una vez más he suspendido los grandes paraguas blancos en el cielo de la noche. Lo sé, no es ese el camino del nuevo Colón, mi archipiélago permanecerá desconocido. Las infinitas ramificaciones de las raíces aéreas de las que he colgado cada una de mis manos se abrazarán en soledad, ignoradas por los viajeros de las alturas, las manos se apretarán de manera cada vez más convulsiva sin despojarse nunca del guante de la melancolía. Sé todo esto, como también sé que no puedo confiar en las mareas que, con una espuma baja, bañan las orillas de encaje de estas islas que quisiera que fuesen del sueño autoritario. Bajo mis pies descalzos se aviva la arena. Me pongo de puntillas y me elevo hacia allá. No puedo pretender la hospitalidad, también lo sé, pero dónde pararme sino allá. No soy recibido. Un mensajero desconocido sale a mi encuentro en alto cielo para anunciarme que se me prohíbe toda escala. Ofrezco mis manos ensangrentadas por las espinas flotantes del cielo nocturno a cambio de un instante de reposo, con la esperanza de que desde allí, desde la orilla de seda de la primera separación de mí mismo, podré todavía izar las redondas e infladas velas y podré continuar mi viaje hacia él. Ofrezco mis manos para vigilar que el equilibrio de esta flora póstuma sea preservado de todo peligro. Nuevamente soy rechazado. Sólo me queda proseguir mi viaje, pero mis fuerzas se han agotado y cierro los ojos en busca de un hombre con una barca. ~

[Al día siguiente, debiendo iniciarse las deportaciones]

Al día siguiente, debiendo iniciarse las deportaciones, por la noche vino Rafael, vestido con una amplia desesperación de seda negra, con capucha, sus miradas fogosas se cruzaron con mi frente, ríos de vino empezaron a caer en mi mejilla, se derramaron en el suelo, los hombres los sorbieron en el sueño. —Ven, me dijo Rafael, cubriendo mis hombros demasiado brillantes con una desesperación parecida a la que él llevaba. Me incliné hacia mi madre, la besé, incestuosamente, y salí de casa. Un inmenso enjambre de grandes mariposas negras, llegadas desde los trópicos, me impedía avanzar. Rafael me arrastró tras él y bajamos hacia el ferrocarril. Sentí las vías bajo mis pies, oí el silbato de una locomotora, muy cerca, el corazón se me encogió. El tren pasó por encima de nuestras cabezas.
Abrí los ojos. Delante de mí, en una inmensa superficie, había un candelabro gigante con mil brazos. —¿Es oro?, le susurré a Rafael. —Oro. Subirás a uno de los brazos, para que, cuando lo haya levantado, puedas suspenderlo del cielo. Antes del amanecer, los hombres podrán salvarse, volando hacia allí. Yo les mostraré el camino y tú los acogerás.
Subí a uno de los brazos, Rafael pasó de un brazo a otro, los tocó uno por uno, el candelabro empezó a ascender. Una hoja se me puso en la frente, justo en el sitio donde me había rozado la mirada del amigo, una hoja de arce. Miro a mi alrededor: no podía ser éste el cielo. Pasan las horas y no he encontrado nada. Lo sé: abajo se han juntado los hombres, Rafael los ha tocado con sus finos dedos, han emprendido la ascensión ellos también, y yo sigo y sigo.
¿Dónde está el cielo? ¿Dónde? ~

— Traducción de Andrés Sánchez Robayna y Lilica Voicu~Brey

A pesar de que Paul Celan (Czernowitz, Rumania, 1920—París, 1970) escribió desde un principio su poesía en lengua alemana, durante el periodo en que vivió en Bucarest (1945—1947) escribió una veintena de poemas en rumano. De la importancia de ese periodo habla con claridad el hecho de que Celan llegara a traducir en esta última lengua algunos textos de Kafka, así como el que su célebre poema “Todesfuge” se publicase inicialmente en traducción al rumano, con el título de “Tangoul mortii” (“Tango de muerte”). Según su biógrafo John Felstiner (Paul Celan: poeta, superviviente, judío),
la de Bucarest fue ante todo una fase de indecisión y de búsqueda. Es visible en esos poemas rumanos la honda huella del surrealismo, pero también la de Kafka y la de ciertos rasgos del expresionismo. —A.S.R.

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