Nuestra memoria es corta cuando de indignaciรณn se trata, pero la muerte de Harambe no es ni de lejos un caso excepcional. Apenas unos dรญas antes, un joven chileno que en una nota suicida se describiรณ a sรญ mismo como un “profeta protegido por Jesucristo” se lanzรณ a la jaula de los leones del Zoolรณgico Metropolitano de Santiago de Chile. Ya dentro se quitรณ la ropa y provocรณ a los felinos, que respondieron atacรกndolo hasta ser abatidos por los guardias con armas de fuego. Esa misma semana, en el Zoolรณgico de Vida Silvestre de Yeshanko, China, una morsa ahogรณ a un visitante que intentรณ tomarse una selfie con ella. En 2004, el gorila Jabari escalรณ un muro de casi cinco metros de altura para escapar de su encierro en el Zoolรณgico de Dallas. Tras cuarenta minutos de rebeldรญa, fue matado por la policรญa dejando cuatro personas heridas a su paso. Estos casos tienen algo en comรบn: todos ocurrieron en instalaciones de zoolรณgicos, esos espacios en los que los seres humanos aprisionamos a otros seres vivos desde 1500 a. C., cuando la reina Hatshepsut de Egipto exhibiรณ en sus jardines animales exรณticos capturados en una serie de expediciones a Punt, una regiรณn de la actual Somalia.
Mรกs allรก del (a todas luces infructuoso) debate sobre las intenciones del gorila y la negligencia de la madre del niรฑo, la muerte de Harambe ha puesto sobre la mesa un asunto infinitamente mรกs relevante y que resulta, a estas alturas, impostergable: ¿cuรกl es el papel de los zoolรณgicos, o mejor, cuรกl deberรญa ser el papel de los zoolรณgicos en una sociedad cada vez mรกs preocupada y mejor organizada en materia de protecciรณn animal?
A raรญz de lo ocurrido en Cincinnati, una gran cantidad de activistas ha insistido en la necesidad de hacer a un lado la rabia fugaz y superficial para concentrarnos en una condiciรณn previa: ¿por quรฉ estaba Harambe en un zoolรณgico en primer lugar? La pregunta, desde luego, se trata de un cuestionamiento al sistema entero y no al Zoolรณgico de Cincinnati en particular. En palabras de Peter Singer: “nuestra preocupaciรณn principal deberรญa ser el bienestar de los gorilas, pero los zoolรณgicos estรกn construidos de otro modo: su preocupaciรณn principal es que los gorilas puedan ser vistos por nosotros”. Estรก claro que, por mรกs avanzadas que sean las instalaciones de un zoolรณgico, la vida en cautiverio no puede compararse con la vida en libertad. Ademรกs de los ampliamente documentados casos de depresiรณn, el encierro lleva a varias especies a desarrollar un comportamiento anormal y autodestructivo conocido como zoocosis: el pasear nervioso, el balanceo de la cabeza y la automutilaciรณn son sรญntomas de los que puede dar fe cualquiera que haya visitado un zoolรณgico.
Un argumento comรบn a favor de los zoolรณgicos es que cumplen con funciones educativas y realizan esfuerzos de conservaciรณn indispensables para la supervivencia de especies en peligro de extinciรณn. Sin embargo, si bien es cierto que algunos de ellos (ni de cerca la mayorรญa) cuentan con programas de este tipo, no hay evidencia alguna que confirme los efectos reales de dicha labor. Segรบn un estudio publicado recientemente en Conservation Biology, menos del 40% de los visitantes de un zoolรณgico realmente aprende algo a largo plazo sobre los animales que ve, e incluso para quienes absorben cierto conocimiento este no se traduce en ninguna acciรณn en tรฉrminos prรกcticos. En cambio los santuarios –entre cuyas metas mรกs urgentes no estรก cambiar la manera en que los humanos ven a los animales “no humanos”– tienen mayor alcance para la conservaciรณn de las especies.
Como criaturas que disfrutan de una importancia autoadjudicada, los seres humanos tendemos a preferir las historias centradas en un individuo (la tragedia personal de Harambe) y no en una poblaciรณn entera (los 175,000 gorilas occidentales de llanura en peligro crรญtico de extinciรณn). Aunado a esto, el especismo –la discriminaciรณn hacia los miembros de otras especies animales por el simple hecho de no pertenecer a la especie humana– nos impide considerar y respetar plenamente los intereses del resto de los animales, uno de los cuales es necesariamente vivir en libertad.
Aceptar la responsabilidad colectiva por la destrucciรณn de nuestros recursos naturales nos cuesta mรกs trabajo que dirigir nuestro dedo flamรญgero hacia los demรกs para seรฑalar, en casos como el de Harambe, los errores de las autoridades del zoolรณgico, de la madre del niรฑo o del niรฑo mismo. La culpa siempre es de otros.
En Las vidas de los animales, aquellas cรฉlebres conferencias que J. M. Coetzee pronunciรณ en la Universidad de Princeton en 1997, el novelista dijo: “La gente se queja de que tratamos a los animales como a objetos, pero la verdad es que los tratamos como a prisioneros de guerra. ¿Sabรญas que cuando se abrieron al pรบblico los primeros zoolรณgicos los guardianes tenรญan que proteger a los animales porque el pรบblico los atacaba? La gente pensaba que los animales estaban ahรญ para insultarlos, como a los prisioneros en un desfile de victoria.”
Si de algo ha de servir la muerte de Harambe, que sea para repensar su vida con seriedad. ¿Quรฉ motivaciones hay al centro de la estructura actual de los zoolรณgicos, a quiรฉn sirven? La mejor manera de honrar a Harambe no es despotricar contra el accidente que desembocรณ en su muerte, es tomar medidas para proteger el derecho a la libertad de los pocos que quedan de su especie. ~
(Ciudad de Mรฉxico, 1984). Estudiรณ Ciencia Polรญtica en el ITAM y Filosofรญa en la New School for Social Research, en Nueva York.ย Esย cofundadora deย Ediciones Antรญlopeย yย autora de los libros Las noches sonย asรญย (Broken English, 2018), Alberca vacรญaย (Argonรกutica, 2019) y Una ballena es un paรญs (Almadรญa, 2019).