Memoria de la Influenza en Esmógico City

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Un día [dice para nadie el Ciudadano Nomber Zero] los ciudadanos de esta capital nos despertamos sintiéndonos personajes del Diario de la Peste en Londres, de Daniel Defoe, sólo que sin la tan londinense niebla de… Londres (precisamente), sino con el esmog habitual, o peor, de la Región Menos Transparente del Aire,

y supimos que debíamos llevar bozales de tela, blancos o verdes o azules o rojos o amarillos o de pintadas florecitas o pintadas dentaduras macabras,

y que no debíamos darnos las manos ni practicar el beso en cualquiera de sus géneros y modos: el beso de amor, el beso de amistad, el beso filial, el beso paternal, el beso maternal, el beso de cortesía (en la mejilla o en la mano), el beso de película, el beso francés, el beso de Judas, el beso del Diablo, el beso mordelón (y de amorcito corazón), el beso salivoso, el beso a lo Clark Gable, el beso a lo Pedro Infante, el beso de Cantinflas, el beso a lo Cary Grant e Ingrid Bergman en Notorious (de Alfred Hitchcock), el beso del vampiro, el beso del hombre lobo, el beso discreto, el beso indiscreto, el beso heterosexual, el beso homosexual, el beso hermafrodita, el beso asexuado, el beso de fuego, el beso de juego, el beso de larga duración, el beso breve… pero profundo, el beso que quita el aliento, el beso que da el aliento (aconsejable para revivir ahogados), etecé, etecé,

ni meternos en cualesquiera titipuchales de gente ni ir al cine o a los restaurantes o a los partidos de futbol o a los antros de la beberecua y del rock y el desmelene,

ni viajar en el metro donde cualquiera que estornudase debía ser sospechado como un asesino en potencia y quizá hasta intencional,

ni, en fin, salir del dulce o amargo o insípido hogar en el cual podríamos dedicarnos a combatir el aburrimiento e incluso el emburrecimiento leyendo a Dickens o a Marcel Proust o a Tolkien o a Julio Verne o las aventuras de Sherlock Holmes o la infinita la tierna la rosada novelería de Corín Tellado (que RIP), o viendo la tele para interrogar exhaustivamente a los noticiarios y consolarnos comprobando si por lo menos también se influenzaban otros países (mal de muchos, consuelo de sabios) o solidarizarnos sentimentalmente con la familia Hierro y detestar a Rita la actual villana favorita, o, o, o…,

o contándole a la cónyuga o a la incónyuga (o séase la del hogar suplementario o complementario) alguno de los chistes “geniales” que circulan de tapabocas a tapabocas (prototipo: pregunta: “¿Qué le dijo el chicano al gringo?”, respuesta: “Si sigues chingando, ¡te influenzo!”),

o respondiendo por teléfono y como se le merece al amigo tonto o asaz bromista que habló para preguntar por qué el Secretario de Salud oculta los datos de quienes agarraron la epidemia por no cuidarse de los virus trasmitidos por computadora, o al otro amigo asaz perredista que nos susurra que la dichosa gripe porcina o humana o quiensabequé fue una malévola invención del supremo gobierno para distraernos de los asuntos políticos de modo que nos descuidemos y no veamos los cochineros de la politiquería y sobre todo para que no hagamos mucho caso a los iluminadores discursos (es decir asambleas populares) de López Obrador…

y…

y luego, ya para que de plano sintiéramos que,

además de lo de la delincuencia organizada

y la crisis económica

y el desempleo

y la guerrita porcina entre partidos

y las presiones de los sindicatos y/o mafias sindicales

y el desastre de la educación

etecé etecé,

ya no nos faltaba nada para que nos sintiéramos como orinados por los perros…,

sino que

¡sácatelas!

he aquí que algo nos faltaba y fue que

vino el sismo de 5.7 grados,

y, aunque no nos asustó (mucho), sí nos resultó en tener que soportar un reiterado chiste de los demostrativos de que los mexicanos somos los mejores practicantes del Mejor Humor Negro del mundo: el Made in Mexico,

el cual chiste va así:

(la pregunta:)

¿Qué le dijo la Ciudad de México a la influenza?,

(la respuesta:)

¡Mira cómo tiemblo,

mira cómo tiemblo!

¡Bailo el twist

(o el rock)!,

y…

y…

y en fin:

etecé,

etecé,

etecé…

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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