Puritanas con piel de lobas

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Lo siento mucho, señoras y señoritas, damas en general, que tan a menudo se ocupan de su género en diferentes grados de veracidad, novedad y humor. Lo lamento por ustedes y aún más por mí. Ustedes todas se enfadarán y yo perderé la simpatía que les haya inspirado hasta hoy. Pero, se pongan como se pongan, cada día estoy más convencido de que en las organizaciones feministas se han infiltrado —y en algunas tomado el poder— mojigatas, puritanas, remilgadas, beatas, represoras, gazmoñas y, por supuesto, curas, párrocos, sacerdotes, predicadores, presbíteros, pastores, frailes y meapilas sin distinción, de todas las confesiones imaginables. Y lo creo sobre todo porque lo que las diferentes iglesias no consiguieron a lo largo de siglos, lo están logrando, y con rango de ley —es decir, de imposición a toda la sociedad—, algunos de estos grupos fanatizados. Y de poco o nada me sirve que los "motivos" o "argumentaciones" esgrimidos ahora sean "buenos" —siempre la coartada de "salvaguardar la dignidad de la mujer"—, si lo que buscan coincide con lo buscado siempre por las mentalidades más retrógradas y tiránicas, con sus "malos" motivos. Si hoy viniera alguien con un "buen" motivo para acabar con los judíos (por ejemplo la Liga Árabe), no por eso aceptaríamos nuevos campos de concentración. De la misma manera que el fin no justifica los medios, tampoco los motivos avalan las prácticas ni sus resultados.
     Pues bien, todos los indicios de mojigatería disfrazada ya habidos (censura del habla y de la mirada, condena de toda espontaneidad entre mujeres y hombres, caza de brujas masculinas en muchas universidades, falseamiento del arte y del pasado, ostracismo de la literatura "incorrecta", empezando por Shakespeare, persecución de tetas y culos en la publicidad y demás) han palidecido al lado de la ley que ha entrado en vigor en Suecia. Suecia, país de la Unión Europea con nuestra misma moneda, tradicionalmente tenido por el más liberal del mundo en materia de sexo. Esa Suecia de anticuadas fantasías y que —ojo— nos queda ya cerca, va a condenar hasta a seis meses de cárcel a quien contrate el servicio de una prostituta; y no sólo, sino a quien se acerque a una en la calle, en un club privado o en un local de masajes; y no sólo, sino a quien se permita "aminorar el paso" para hablar con una puta, lo cual será ya prueba de delito (!). No todo es tan inflexible: los tribunales analizarán cada caso, y harán distingos si se trata de una situación excepcional, en la que el reo perdió la cabeza, acaso tentado por el demonio, o, por el contrario, de un acusado asiduo a los antros de indignidad. Si todo esto no huele a religión y a moralina, y además medievales, que venga cualquier deidad y lo vea. Los defensores —o defensoras— de la ley ya vigente tienen la desvergüenza de señalar a las prostitutas, sólo convertidas en apestadas, como a sus "beneficiarias". Así que no se entiende por qué son ellas quienes más la combaten, desagradecidas. Los colectivos feministas añaden cínicamente que su intención no es "erradicar la prostitución", sino "disuadir a los potenciales compradores", como si fueran distintas cosas (¿se imaginan a los escritores si se castigara adquirir libros?), "proteger a la mujer del denigrante comercio sexual" e impedir que los clientes "compren impunemente cuerpos", lo cual aquéllos nunca han hecho, según mi escaso conocimiento, sino si acaso —y sería discutible— "alquilarlos".
     Al parecer "se denigran" hoy en Suecia entre cinco y seis mil mujeres (para ciento y pico mil "usuarios"), en buen número inmigrantes de los países del Este, esto es, personas que seguramente no dispondrán de más recurso para comer. Que exista esa profesión es triste, pero más lamentable es aún que quienes deben ejercerla —no creo que nadie lo haga por vicio, a no ser alguien adinerado y aburrido, por "probar"— se mueran de inanición. Encuentro despreciables a los hombres que recurren a eso, pero mucho más si ante la prohibición se convierten en violadores ocasionales, cuando "ya no puedan más". Y mucho más denigrante para las mujeres es que se las prive de libertad y albedrío sobre sus cuerpos, aunque sea para prostituirlos si no hay otro remedio, sin daño nunca a terceros. Esas feministas gazmoñas que ensucian un movimiento noble, y cuyo lema ha sido uno de los más bobos y tautológicos de la modernidad —"Mi cuerpo es mío"—, cuando se trataba de defender el aborto unilateralmente decidido por las mujeres, no se sonrojan ahora al negar a éstas esa propiedad y derecho sobre sus cuerpos, si se trata de dar con ellos placer a varones y ganarse malamente la vida. Ese comportamiento, esa doble moral, tiene nombres. Elijan ustedes, aun enfadadas, entre engaño, hipocresía y falacia. Todos valen. –

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(Madrid, 1951-2022) fue escritor, traductor y editor. Autor, entre otras, de las novelas Mañana en la batalla piensa en mí (1994), Tu rostro mañana (tres volúmenes publicados en 2002, 2004 y 2007) y Tomás Nevinson (2021). Recibió premios como el Rómulo Gallegos en 1995, el José Donoso en 2008 y el Formentor en 2013. Fue miembro de la Real Academia de la Lengua.


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