Cuando uno recorre la barranca del Amatzinac difรญcilmente puede imaginarse que ese hilo de agua fue alguna vez un rรญo capaz de arrasar รกrboles en sus crecidas. Los habitantes de Chalcatzingo recuerdan entre risas que hace unas dรฉcadas la mejor estrategia para cruzarlo sin ser arrastrados por la corriente era agarrarse de la cola de los bueyes que tiraban las yuntas. Para evitar estas molestias, construyeron un puente de piedra que fue –dicen algunos– una maldiciรณn, porque poco despuรฉs el agua dejรณ de bajar.
Chalcatzingo estรก localizado a unos 130 kilรณmetros de la ciudad de Mรฉxico, en la regiรณn oriente del estado de Morelos, que se asienta sobre una suave pendiente que va desde el volcรกn Popocatรฉpetl hasta la Sierra de Huautla y es cortada por los lados por dos barrancas que le dan una forma vagamente triangular. La รบnica corriente de importancia de esta regiรณn es el rรญo Amatzinac, que nace del agua de nieve y de lluvia que se acumula en los bosques del volcรกn, en una cascada conocida como Salto de Agua; desde ahรญ corre por una caรฑada hasta llegar al rรญo Nexpa, afluente del Balsas, que se diluye en el ocรฉano Pacรญfico. En su camino, el rรญo une a una serie de pueblos que se alojan a su vera y que, debido a la variaciรณn de alturas, tienen entornos dispares.
Hace mรกs de dos dรฉcadas que el rรญo dejรณ de ser una corriente constante y se convirtiรณ en ese hilo de agua que solo crece en temporada de lluvias. El origen de su extinciรณn no estรก, como uno podrรญa imaginar, en el crecimiento urbano de la regiรณn ni en el alto grado de deforestaciรณn del estado, ni en las albercas, balnearios y hoteles que se multiplican por su territorio. Y aunque en Morelos, como en todo el mundo, la agricultura absorbe alrededor del 70% del agua disponible, esta actividad tampoco es la causante del agotamiento del rรญo, solo ha sido el motor de la feroz competencia por sus aguas, que desde hace mรกs de medio siglo enfrenta a las cuencas de su barranca.
De acuerdo con las cifras ofrecidas por la Comisiรณn Nacional del Agua (Conagua), Mรฉxico tiene una precipitaciรณn media anual de aproximadamente 1,500 millones de metros cรบbicos, de los cuales la mayor parte se evapotranspira y el resto se condensa en aguas superficiales y subterrรกneas. Eso deja a la poblaciรณn con una disponibilidad media anual de 4,312 m3 por habitante, muy por debajo de los mรกs de 10,000 m3 por habitante de Canadรก y Brasil, y un poco por encima de los 1,000 m3 por habitante de los paรญses mรกs desfavorecidos, como Somalia y Mauritania.
Para ilustrar el riesgo de tener que luchar por el acceso al agua basta decir que las lluvias en nuestro paรญs se concentran en verano y la sequรญa es severa el resto del aรฑo; dos terceras partes del territorio tienen un clima รกrido o semiรกrido y en ellas se concentra aproximadamente el 77% de la poblaciรณn. Por lo tanto, mientras que en el sureste la dotaciรณn asciende a 13,097 m3 anuales por habitante, en el centro, norte y noreste se reduce a 1,724 m3 anuales por habitante, por lo que son consideradas regiones de estrรฉs hรญdrico. Sumado a esto, de los 653 acuรญferos del territorio nacional, 101 estรกn sobreexplotados y 69 estรกn explotados a mรกs del 80%.
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Lleguรฉ a Chalcatzingo de la mano de Miguel Morayta, investigador del Instituto Nacional de Antropologรญa e Historia (INAH), quien en los aรฑos setenta pasรณ ahรญ una larga temporada. Es, desde entonces, una figura pรบblica, antropรณlogo de cabecera de un pueblo al que siempre le han sobrado antropรณlogos. Yo buscaba un lugar modelo a partir del cual contar la historia de los pueblos agrรญcolas que se han convertido en pueblos migrantes. En un principio pensรฉ que no estaba en el lugar correcto. Chalcatzingo es uno de esos pueblos grandes que parecen estar suspendidos en algรบn punto entre lo rural y lo urbano, en el que la gente aรบn se saluda al cruzarse por la calle a pesar de estar acostumbrados a no reconocer el rostro de todos los que la transitan. Sin embargo, Miguel me ayudรณ a traspasar rรกpidamente las bardas de ladrillo, tras las que descubrรญ que los chalcas conservan una memoria viva de la comunidad agrรญcola que fueron hace unos aรฑos, antes de que las calles estuvieran pavimentadas y las casas fueran de adoquines y cemento, cuando los campos estaban sembrados y nadie, o casi nadie, se iba.
La zona arqueolรณgica que observa al pueblo desde las faldas del Cerro Gordo fue descubierta por sus habitantes una noche de tormenta en la que una enorme culebra de agua provocรณ un deslave en el cerro y dejรณ grandes piedras labradas al descubierto. Dรฉcadas despuรฉs, el INAH comenzรณ formalmente la excavaciรณn en el รกrea. Fue entonces cuando Miguel trabajรณ por primera vez en el pueblo. Segรบn el antropรณlogo, entre los aรฑos 1500 y 600 antes de nuestra era, Chalcatzingo fue el asentamiento mรกs importante del รกrea. Los antiguos chalcatzingas construyeron una red de apantles y jagรผeyes que acumulaban el agua del Amatzinac en la cuenca alta, donde es mรกs accesible, y la distribuรญan, aprovechando la inclinaciรณn, hasta las tierras mรกs lejanas al volcรกn. Esto les permitรญa producir grandes cantidades de maรญz, algodรณn, jitomate y amaranto, que comercializaban hasta las costas del Golfo y el Pacรญfico.
Durante la Colonia, lo que hoy es Morelos se convirtiรณ en el primer productor de caรฑa en el paรญs. Los pueblos del Amatzinac fueron incorporados a la hacienda Santa Clara, que ampliรณ el sistema prehispรกnico para desviar el agua a los caรฑaverales, que requieren inmensos volรบmenes de agua. La poblaciรณn indรญgena solo tenรญa acceso a una dosis suficiente para regar los huertos que proliferaron en los solares de las casas, como una estrategia para escamotear el hambre a base de frutas –naranja, limรณn, aguacate, zapote– y plantas medicinales. Cuando el agua para los huertos se vio amenazada por el crecimiento de los caรฑaverales, los indรญgenas utilizaron los estrechos caminos legales para protestar ante las autoridades coloniales y consiguieron ser escuchados. En 1642, la Real Audiencia de Mรฉxico estableciรณ un reglamento que distribuรญa el agua del Amatzinac, ofreciendo a los pueblos una dotaciรณn suficiente para el cultivo de sus huertos y otorgando el resto a las haciendas, que eran en realidad las encargadas de administrar y distribuir el agua.
La industria caรฑera siguiรณ creciendo tras la Independencia y se consolidรณ durante el Porfiriato. Morelos se convirtiรณ, junto con Puerto Rico y despuรฉs de Hawai, en el segundo productor de caรฑa en el mundo. Para satisfacer la sed de los caรฑaverales se extendiรณ el sistema de riego, creando un acueducto de mรกs de 60 kilรณmetros, que llevaba agua desde el manantial de Agua Hedionda, cercano a Cuautla. La vigilancia del cumplimiento del reglamento de distribuciรณn no era, como puede suponerse, estricta. Los indios, como consta en alguno de los cientos de testimonios que Miguel tiene en la cabeza, solo conocรญan el agua porque pasaba por arriba, puesto que sus fuentes de abasto eran constantemente obstruidas por los hacendados que buscaban evitar que la poblaciรณn nativa generara alimentos, ya que esto les permitirรญa vivir sin emplearse en las haciendas. Frente a esta situaciรณn, en 1910 los indios rebeldes llamaron al levantamiento armado para enfrentar el poder de los hacendados. La reparticiรณn de las tierras de las haciendas caรฑeras fue una de las primeras metas de los zapatistas y la apertura de las compuertas de las tomas de agua del Amatzinac una de sus primeras acciones.
La necesidad de replantear la distribuciรณn del Amatzinac, aรบn regida por el reglamento colonial, se hizo evidente en cuanto los campesinos recuperaron sus tierras. El artรญculo 27 de la joven Constituciรณn establecรญa que el agua, como la tierra, era propiedad de la naciรณn y que, por lo tanto, era el Estado el encargado de administrarla. Partiendo de esta idea, se redactรณ el Reglamento para la Distribuciรณn de las Aguas de la Barranca de Amatzinac, publicado en 1926. El texto incluรญa รบnicamente a los pueblos de la parte baja de la cuenca, que tenรญan mayor dificultad para acceder al agua, y entregaba a cada pueblo una dotaciรณn de 741 litros por segundo los 365 dรญas del aรฑo. Establecรญa, tambiรฉn, que los usuarios debรญan hacerse cargo del cuidado del agua y de sus medios de distribuciรณn. Se creรณ para ello una Junta de Aguas, que reunรญa a representantes de todos los ejidos y funcionaba como interlocutor con la Direcciรณn de Aguas, en ese entonces, perteneciente a la Secretarรญa de Agricultura y Fomento. La Junta debรญa encargarse de vigilar que el reglamento se cumpliese y sancionar a quienes lo violaran, asรญ como de reunir cuotas para el mantenimiento y la vigilancia de los canales. Para recibir sus dotaciones los campesinos reconstruyeron los canales y jagรผeyes destruidos en las batallas, haciendo que el Amatzinac corriera de nuevo hacia sus campos.
Los gobiernos posrevolucionarios, conscientes del peso que tenรญa la poblaciรณn rural, pensaron que la propiedad ejidal podรญa ser la base de una prรณspera economรญa campesina y la agricultura el motor del desarrollo nacional. Con esta idea de fondo, entre 1940 y 1970 se construyรณ una compleja maquinaria a travรฉs de la que, durante mรกs de treinta aรฑos, el Estado se encargรณ de dirigir, distribuir y comercializar la producciรณn, convirtiรฉndose en el motor de un barco de papel: el campo mexicano. Los apoyos gubernamentales llegaron a cuentagotas, pero Chalcatzingo tenรญa condiciones favorables que permitieron a su poblaciรณn sobrellevar la pobreza. A finales de la dรฉcada de los cincuenta, la calidad de vida de los chalcas se empobreciรณ, en parte debido a las nuevas necesidades traรญdas por la incipiente modernizaciรณn y en parte porque, aunque la producciรณn de maรญz era vasta, su rendimiento era bajo, ya que su precio estaba controlado por el gobierno, que buscaba con ello garantizar que la poblaciรณn urbana accediera a alimentos baratos, pues esto permitirรญa que los salarios se mantuvieran bajos y la industria se desarrollara. Buscando soluciones, los campesinos del oriente de Morelos incursionaron en cultivos comerciales. Los de la cuenca baja empezaron a producir jitomate, cebolla, pepino y arroz; los de la cuenca alta, durazno y aguacate.
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Conocรญ a doรฑa Josefa una de las primeras veces que caminรฉ por el pueblo buscando una entrevista que desatara la “bola de nieve”, figura comรบnmente utilizada por los cientรญficos sociales, en la que la nieve son los interlocutores. Me quedรฉ pasmada frente a su casa ante la presencia de una estructura que parecรญa un panal de avispas gigantes. Una mujer mayor me invitรณ a pasar con un grito y me explicรณ que estaba ante un cuexcomate, un silo que puede contener hasta seis toneladas de maรญz; tiene mรกs de cien aรฑos, pero todavรญa funciona bien. Los cuexcomates son un elemento clรกsico en el paisaje de Chalcatzingo y, aunque en desuso, muchos los conservan como un adorno de lujo.
Ademรกs del cuexcomate, doรฑa Josefa conserva en su casa otros recuerdos de un pasado reciente, como el patio con una pequeรฑa milpa y รกrboles frutales, y el tlecuil en el que reposan el comal y la olla en la que preparรณ el espectacular tiltechate, un agua de maรญz que solรญa utilizarse al final de las cosechas, que me ofreciรณ para refrescarme. Ha transmitido ese cariรฑo por el pasado a sus hijos, quienes trazaron con facilidad la imagen –que despuรฉs aparecerรญa recurrentemente en mis entrevistas– sobre el pueblo de la infancia. Sus tres hijas fueron sumรกndose a la conversaciรณn a lo largo de la tarde y recordaron cรณmo eran las cosas antes, cuando, como dijo Elisa, “Chalca era otro Chalca”. Carola, la mayor, concentrรณ su nostalgia en el huerto de sus abuelos, en el que abundaban frutas, verduras y flores, que se mantenรญan con el agua de manantiales y pozos que brotaba casi al ras de la tierra: “Asรญ, nada mรกs se agachaban para agarrar el agua. Ahรญ todo el tiempo estaba el agua.”
Despuรฉs conocรญ a sus hijos, Eusebio y Tino. Ambos tienen una exitosa trayectoria como caballerangos, gracias a que hoy trabajan en Canadรก e Inglaterra respectivamente, y se ofrecieron a llevarme a galopar fuera del pueblo. Cuando recorrรญamos la seca barranca, Tino me explicรณ que antes la gente se reunรญa en el rรญo para lavar, baรฑarse y pescar atolocates y mojarras, cuyo sabor aรบn hace salivar a quienes las evocan.
Este sencillo paraรญso en el que los lugares predilectos eran el campo, el rรญo y los huertos comenzรณ a desvanecerse cuando los cultivos comerciales ganaron terreno y la armonรญa que, orquestada por el reglamento de 1926, habรญa reinado en torno a las aguas del Amatzinac perdiรณ abruptamente el ritmo. En 1951 se publicรณ en el Diario Oficial de la Federaciรณn el reglamento para los pueblos de la parte alta del Amatzinac, que tenรญa la intenciรณn de llenar el enorme vacรญo legal dejado por su predecesor, creando una Junta de Aguas para la parte alta y otorgando a los pueblos una dotaciรณn de 154 litros por segundo durante ocho horas al dรญa. Sin embargo, para los pueblos de arriba el incremento en la superficie sembrada requerรญa, naturalmente, un aumento en el volumen de agua para riego, que comenzaron a extraer sin tomar en cuenta lo estipulado por la ley ni considerar que eso reducirรญa el caudal del rรญo.
Los pueblos de la parte baja aprovecharon la estructura construida por las Juntas de Agua para crear un frente de defensa, que intentรณ primero negociar con los arribeรฑos y despuรฉs evitar que usurparan el agua, creando patrullas que vigilaban las tomas noche y dรญa. Tambiรฉn acudieron a las autoridades, que construyeron vรกlvulas, llaves y contenciones que los arribeรฑos dinamitaban a pesar de la presencia del ejรฉrcito.
Hueyapan y Tetela del Volcรกn se aferraron al control del Amatzinac, en parte porque creรญan que su posiciรณn, cercana al nacimiento del rรญo, les daba el derecho al agua y, sobre todo, porque estuvieron siempre a la retaguardia del proceso regional. Son comunidades de base indรญgena, inmersas en la montaรฑa, cuyo รบnico recurso, ademรกs de la agricultura –difรญcil de desarrollar en sus inclinadas tierras–, era explotar los recursos forestales, pero los bosques de los volcanes son una de las reservas naturales mรกs antiguas de Mรฉxico, por lo que la persecuciรณn a la tala ilegal fue endureciรฉndose con los aรฑos.
En busca de soluciones alternativas, los chalcatzingas reactivaron una vieja presa que captaba y distribuรญa las aguas broncas de las crecidas del Amatzinac. Sin embargo, el volumen no era suficiente para abastecer a la comunidad durante todo el aรฑo y era escaso en la parte alta de la misma, que estรก mรกs alejada de la presa y tiene menos escurrimientos. Esto generรณ un nuevo conflicto entre “los de arriba” y “los de abajo”. Algunos desempolvaron antiquรญsimos papeles, ignorados en tiempos de abundancia, que respaldaban su derecho al agua, pero quienes carecรญan de ellos se negaron a que se les arrebatara su dotaciรณn. La competencia por el agua en Chalcatzingo generรณ una verdadera guerra entre dos familias que, como los Montesco y los Capuleto, se mataron por generaciones.
La escalada de violencia entre las familias enfrentadas perdiรณ intensidad conforme las relaciones del pueblo con el exterior aumentaban, particularmente a partir de las investigaciones realizadas en la zona arqueolรณgica. El conflicto regional, en cambio, se agravรณ con los aรฑos, en gran medida debido a la intervenciรณn de nuevos actores. En un esfuerzo –que podemos suponer poco meditado– por dar alternativas a los mรกs rezagados, el gobernador Lauro Ortega –que encabezรณ la admistraciรณn estatal entre 1982 y 1988– apoyรณ el desarrollo de invernaderos en la cuenca alta e incitรณ a los pueblos para que los regaran desviando el agua del rรญo mediante mangueras. Amparados por el gobernador, los campesinos se dieron a la nada sencilla tarea de extender mangueras de hasta 30 kilรณmetros de largo por el accidentado terreno de la montaรฑa. “Fue entonces –me dijo el nonagenario Adalberto– cuando nosotros nos quedamos huรฉrfanos.”
Sociรณloga, maestra en estudios polรญticos y sociales, y futura doctora en migraciones. En 2012 publicรณ El hacer cotidiano sobre el pasado.