Fotografรญa: Florencia Rivaud Delgado

Recuerdos del agua

Vivimos ya la รฉpoca de la lucha por el agua. Por dรฉcadas, las autoridades mexicanas no han comprendido la dimensiรณn del problema y han aplicado soluciones parciales para afrontarlo. Florencia Rivaud Delgado viajรณ a Chalcatzingo para documentar las batallas, legales y armadas, que se han librado en la regiรณn a causa del rรญo Amatzinac, hoy casi extinto.
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Cuando uno recorre la barranca del Amatzinac difรญcilmente puede imaginarse que ese hilo de agua fue alguna vez un rรญo capaz de arrasar รกrboles en sus crecidas. Los habitantes de Chalcatzingo recuerdan entre risas que hace unas dรฉcadas la mejor estrategia para cruzarlo sin ser arrastrados por la corriente era agarrarse de la cola de los bueyes que tiraban las yuntas. Para evitar estas molestias, construyeron un puente de piedra que fue –dicen algunos– una maldiciรณn, porque poco despuรฉs el agua dejรณ de bajar.

Chalcatzingo estรก localizado a unos 130 kilรณmetros de la ciudad de Mรฉxico, en la regiรณn oriente del estado de Morelos, que se asienta sobre una suave pendiente que va desde el volcรกn Popocatรฉpetl hasta la Sierra de Huautla y es cortada por los lados por dos barrancas que le dan una forma vagamente triangular. La รบnica corriente de importancia de esta regiรณn es el rรญo Amatzinac, que nace del agua de nieve y de lluvia que se acumula en los bosques del volcรกn, en una cascada conocida como Salto de Agua; desde ahรญ corre por una caรฑada hasta llegar al rรญo Nexpa, afluente del Balsas, que se diluye en el ocรฉano Pacรญfico. En su camino, el rรญo une a una serie de pueblos que se alojan a su vera y que, debido a la variaciรณn de alturas, tienen entornos dispares.

Hace mรกs de dos dรฉcadas que el rรญo dejรณ de ser una corriente constante y se convirtiรณ en ese hilo de agua que solo crece en temporada de lluvias. El origen de su extinciรณn no estรก, como uno podrรญa imaginar, en el crecimiento urbano de la regiรณn ni en el alto grado de deforestaciรณn del estado, ni en las albercas, balnearios y hoteles que se multiplican por su territorio. Y aunque en Morelos, como en todo el mundo, la agricultura absorbe alrededor del 70% del agua disponible, esta actividad tampoco es la causante del agotamiento del rรญo, solo ha sido el motor de la feroz competencia por sus aguas, que desde hace mรกs de medio siglo enfrenta a las cuencas de su barranca.

De acuerdo con las cifras ofrecidas por la Comisiรณn Nacional del Agua (Conagua), Mรฉxico tiene una precipitaciรณn media anual de aproximadamente 1,500 millones de metros cรบbicos, de los cuales la mayor parte se evapotranspira y el resto se condensa en aguas superficiales y subterrรกneas. Eso deja a la poblaciรณn con una disponibilidad media anual de 4,312 m3 por habitante, muy por debajo de los mรกs de 10,000 m3 por habitante de Canadรก y Brasil, y un poco por encima de los 1,000 m3 por habitante de los paรญses mรกs desfavorecidos, como Somalia y Mauritania.

Para ilustrar el riesgo de tener que luchar por el acceso al agua basta decir que las lluvias en nuestro paรญs se concentran en verano y la sequรญa es severa el resto del aรฑo; dos terceras partes del territorio tienen un clima รกrido o semiรกrido y en ellas se concentra aproximadamente el 77% de la poblaciรณn. Por lo tanto, mientras que en el sureste la dotaciรณn asciende a 13,097 m3 anuales por habitante, en el centro, norte y noreste se reduce a 1,724 m3 anuales por habitante, por lo que son consideradas regiones de estrรฉs hรญdrico. Sumado a esto, de los 653 acuรญferos del territorio nacional, 101 estรกn sobreexplotados y 69 estรกn explotados a mรกs del 80%.

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Lleguรฉ a Chalcatzingo de la mano de Miguel Morayta, investigador del Instituto Nacional de Antropologรญa e Historia (INAH), quien en los aรฑos setenta pasรณ ahรญ una larga temporada. Es, desde entonces, una figura pรบblica, antropรณlogo de cabecera de un pueblo al que siempre le han sobrado antropรณlogos. Yo buscaba un lugar modelo a partir del cual contar la historia de los pueblos agrรญcolas que se han convertido en pueblos migrantes. En un principio pensรฉ que no estaba en el lugar correcto. Chalcatzingo es uno de esos pueblos grandes que parecen estar suspendidos en algรบn punto entre lo rural y lo urbano, en el que la gente aรบn se saluda al cruzarse por la calle a pesar de estar acostumbrados a no reconocer el rostro de todos los que la transitan. Sin embargo, Miguel me ayudรณ a traspasar rรกpidamente las bardas de ladrillo, tras las que descubrรญ que los chalcas conservan una memoria viva de la comunidad agrรญcola que fueron hace unos aรฑos, antes de que las calles estuvieran pavimentadas y las casas fueran de adoquines y cemento, cuando los campos estaban sembrados y nadie, o casi nadie, se iba.

La zona arqueolรณgica que observa al pueblo desde las faldas del Cerro Gordo fue descubierta por sus habitantes una noche de tormenta en la que una enorme culebra de agua provocรณ un deslave en el cerro y dejรณ grandes piedras labradas al descubierto. Dรฉcadas despuรฉs, el INAH comenzรณ formalmente la excavaciรณn en el รกrea. Fue entonces cuando Miguel trabajรณ por primera vez en el pueblo. Segรบn el antropรณlogo, entre los aรฑos 1500 y 600 antes de nuestra era, Chalcatzingo fue el asentamiento mรกs importante del รกrea. Los antiguos chalcatzingas construyeron una red de apantles y jagรผeyes que acumulaban el agua del Amatzinac en la cuenca alta, donde es mรกs accesible, y la distribuรญan, aprovechando la inclinaciรณn, hasta las tierras mรกs lejanas al volcรกn. Esto les permitรญa producir grandes cantidades de maรญz, algodรณn, jitomate y amaranto, que comercializaban hasta las costas del Golfo y el Pacรญfico.

Durante la Colonia, lo que hoy es Morelos se convirtiรณ en el primer productor de caรฑa en el paรญs. Los pueblos del Amatzinac fueron incorporados a la hacienda Santa Clara, que ampliรณ el sistema prehispรกnico para desviar el agua a los caรฑaverales, que requieren inmensos volรบmenes de agua. La poblaciรณn indรญgena solo tenรญa acceso a una dosis suficiente para regar los huertos que proliferaron en los solares de las casas, como una estrategia para escamotear el hambre a base de frutas –naranja, limรณn, aguacate, zapote– y plantas medicinales. Cuando el agua para los huertos se vio amenazada por el crecimiento de los caรฑaverales, los indรญgenas utilizaron los estrechos caminos legales para protestar ante las autoridades coloniales y consiguieron ser escuchados. En 1642, la Real Audiencia de Mรฉxico estableciรณ un reglamento que distribuรญa el agua del Amatzinac, ofreciendo a los pueblos una dotaciรณn suficiente para el cultivo de sus huertos y otorgando el resto a las haciendas, que eran en realidad las encargadas de administrar y distribuir el agua.

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Florencia Rivaud Delgado

La industria caรฑera siguiรณ creciendo tras la Independencia y se consolidรณ durante el Porfiriato. Morelos se convirtiรณ, junto con Puerto Rico y despuรฉs de Hawai, en el segundo productor de caรฑa en el mundo. Para satisfacer la sed de los caรฑaverales se extendiรณ el sistema de riego, creando un acueducto de mรกs de 60 kilรณmetros, que llevaba agua desde el manantial de Agua Hedionda, cercano a Cuautla. La vigilancia del cumplimiento del reglamento de distribuciรณn no era, como puede suponerse, estricta. Los indios, como consta en alguno de los cientos de testimonios que Miguel tiene en la cabeza, solo conocรญan el agua porque pasaba por arriba, puesto que sus fuentes de abasto eran constantemente obstruidas por los hacendados que buscaban evitar que la poblaciรณn nativa generara alimentos, ya que esto les permitirรญa vivir sin emplearse en las haciendas. Frente a esta situaciรณn, en 1910 los indios rebeldes llamaron al levantamiento armado para enfrentar el poder de los hacendados. La reparticiรณn de las tierras de las haciendas caรฑeras fue una de las primeras metas de los zapatistas y la apertura de las compuertas de las tomas de agua del Amatzinac una de sus primeras acciones.

La necesidad de replantear la distribuciรณn del Amatzinac, aรบn regida por el reglamento colonial, se hizo evidente en cuanto los campesinos recuperaron sus tierras. El artรญculo 27 de la joven Constituciรณn establecรญa que el agua, como la tierra, era propiedad de la naciรณn y que, por lo tanto, era el Estado el encargado de administrarla. Partiendo de esta idea, se redactรณ el Reglamento para la Distribuciรณn de las Aguas de la Barranca de Amatzinac, publicado en 1926. El texto incluรญa รบnicamente a los pueblos de la parte baja de la cuenca, que tenรญan mayor dificultad para acceder al agua, y entregaba a cada pueblo una dotaciรณn de 741 litros por segundo los 365 dรญas del aรฑo. Establecรญa, tambiรฉn, que los usuarios debรญan hacerse cargo del cuidado del agua y de sus medios de distribuciรณn. Se creรณ para ello una Junta de Aguas, que reunรญa a representantes de todos los ejidos y funcionaba como interlocutor con la Direcciรณn de Aguas, en ese entonces, perteneciente a la Secretarรญa de Agricultura y Fomento. La Junta debรญa encargarse de vigilar que el reglamento se cumpliese y sancionar a quienes lo violaran, asรญ como de reunir cuotas para el mantenimiento y la vigilancia de los canales. Para recibir sus dotaciones los campesinos reconstruyeron los canales y jagรผeyes destruidos en las batallas, haciendo que el Amatzinac corriera de nuevo hacia sus campos.

Los gobiernos posrevolucionarios, conscientes del peso que tenรญa la poblaciรณn rural, pensaron que la propiedad ejidal podรญa ser la base de una prรณspera economรญa campesina y la agricultura el motor del desarrollo nacional. Con esta idea de fondo, entre 1940 y 1970 se construyรณ una compleja maquinaria a travรฉs de la que, durante mรกs de treinta aรฑos, el Estado se encargรณ de dirigir, distribuir y comercializar la producciรณn, convirtiรฉndose en el motor de un barco de papel: el campo mexicano. Los apoyos gubernamentales llegaron a cuentagotas, pero Chalcatzingo tenรญa condiciones favorables que permitieron a su poblaciรณn sobrellevar la pobreza. A finales de la dรฉcada de los cincuenta, la calidad de vida de los chalcas se empobreciรณ, en parte debido a las nuevas necesidades traรญdas por la incipiente modernizaciรณn y en parte porque, aunque la producciรณn de maรญz era vasta, su rendimiento era bajo, ya que su precio estaba controlado por el gobierno, que buscaba con ello garantizar que la poblaciรณn urbana accediera a alimentos baratos, pues esto permitirรญa que los salarios se mantuvieran bajos y la industria se desarrollara. Buscando soluciones, los campesinos del oriente de Morelos incursionaron en cultivos comerciales. Los de la cuenca baja empezaron a producir jitomate, cebolla, pepino y arroz; los de la cuenca alta, durazno y aguacate.

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Conocรญ a doรฑa Josefa una de las primeras veces que caminรฉ por el pueblo buscando una entrevista que desatara la “bola de nieve”, figura comรบnmente utilizada por los cientรญficos sociales, en la que la nieve son los interlocutores. Me quedรฉ pasmada frente a su casa ante la presencia de una estructura que parecรญa un panal de avispas gigantes. Una mujer mayor me invitรณ a pasar con un grito y me explicรณ que estaba ante un cuexcomate, un silo que puede contener hasta seis toneladas de maรญz; tiene mรกs de cien aรฑos, pero todavรญa funciona bien. Los cuexcomates son un elemento clรกsico en el paisaje de Chalcatzingo y, aunque en desuso, muchos los conservan como un adorno de lujo.

Ademรกs del cuexcomate, doรฑa Josefa conserva en su casa otros recuerdos de un pasado reciente, como el patio con una pequeรฑa milpa y รกrboles frutales, y el tlecuil en el que reposan el comal y la olla en la que preparรณ el espectacular tiltechate, un agua de maรญz que solรญa utilizarse al final de las cosechas, que me ofreciรณ para refrescarme. Ha transmitido ese cariรฑo por el pasado a sus hijos, quienes trazaron con facilidad la imagen –que despuรฉs aparecerรญa recurrentemente en mis entrevistas– sobre el pueblo de la infancia. Sus tres hijas fueron sumรกndose a la conversaciรณn a lo largo de la tarde y recordaron cรณmo eran las cosas antes, cuando, como dijo Elisa, “Chalca era otro Chalca”. Carola, la mayor, concentrรณ su nostalgia en el huerto de sus abuelos, en el que abundaban frutas, verduras y flores, que se mantenรญan con el agua de manantiales y pozos que brotaba casi al ras de la tierra: “Asรญ, nada mรกs se agachaban para agarrar el agua. Ahรญ todo el tiempo estaba el agua.”

Despuรฉs conocรญ a sus hijos, Eusebio y Tino. Ambos tienen una exitosa trayectoria como caballerangos, gracias a que hoy trabajan en Canadรก e Inglaterra respectivamente, y se ofrecieron a llevarme a galopar fuera del pueblo. Cuando recorrรญamos la seca barranca, Tino me explicรณ que antes la gente se reunรญa en el rรญo para lavar, baรฑarse y pescar atolocates y mojarras, cuyo sabor aรบn hace salivar a quienes las evocan.

Este sencillo paraรญso en el que los lugares predilectos eran el campo, el rรญo y los huertos comenzรณ a desvanecerse cuando los cultivos comerciales ganaron terreno y la armonรญa que, orquestada por el reglamento de 1926, habรญa reinado en torno a las aguas del Amatzinac perdiรณ abruptamente el ritmo. En 1951 se publicรณ en el Diario Oficial de la Federaciรณn el reglamento para los pueblos de la parte alta del Amatzinac, que tenรญa la intenciรณn de llenar el enorme vacรญo legal dejado por su predecesor, creando una Junta de Aguas para la parte alta y otorgando a los pueblos una dotaciรณn de 154 litros por segundo durante ocho horas al dรญa. Sin embargo, para los pueblos de arriba el incremento en la superficie sembrada requerรญa, naturalmente, un aumento en el volumen de agua para riego, que comenzaron a extraer sin tomar en cuenta lo estipulado por la ley ni considerar que eso reducirรญa el caudal del rรญo.

Los pueblos de la parte baja aprovecharon la estructura construida por las Juntas de Agua para crear un frente de defensa, que intentรณ primero negociar con los arribeรฑos y despuรฉs evitar que usurparan el agua, creando patrullas que vigilaban las tomas noche y dรญa. Tambiรฉn acudieron a las autoridades, que construyeron vรกlvulas, llaves y contenciones que los arribeรฑos dinamitaban a pesar de la presencia del ejรฉrcito.

Hueyapan y Tetela del Volcรกn se aferraron al control del Amatzinac, en parte porque creรญan que su posiciรณn, cercana al nacimiento del rรญo, les daba el derecho al agua y, sobre todo, porque estuvieron siempre a la retaguardia del proceso regional. Son comunidades de base indรญgena, inmersas en la montaรฑa, cuyo รบnico recurso, ademรกs de la agricultura –difรญcil de desarrollar en sus inclinadas tierras–, era explotar los recursos forestales, pero los bosques de los volcanes son una de las reservas naturales mรกs antiguas de Mรฉxico, por lo que la persecuciรณn a la tala ilegal fue endureciรฉndose con los aรฑos.

En busca de soluciones alternativas, los chalcatzingas reactivaron una vieja presa que captaba y distribuรญa las aguas broncas de las crecidas del Amatzinac. Sin embargo, el volumen no era suficiente para abastecer a la comunidad durante todo el aรฑo y era escaso en la parte alta de la misma, que estรก mรกs alejada de la presa y tiene menos escurrimientos. Esto generรณ un nuevo conflicto entre “los de arriba” y “los de abajo”. Algunos desempolvaron antiquรญsimos papeles, ignorados en tiempos de abundancia, que respaldaban su derecho al agua, pero quienes carecรญan de ellos se negaron a que se les arrebatara su dotaciรณn. La competencia por el agua en Chalcatzingo generรณ una verdadera guerra entre dos familias que, como los Montesco y los Capuleto, se mataron por generaciones.

La escalada de violencia entre las familias enfrentadas perdiรณ intensidad conforme las relaciones del pueblo con el exterior aumentaban, particularmente a partir de las investigaciones realizadas en la zona arqueolรณgica. El conflicto regional, en cambio, se agravรณ con los aรฑos, en gran medida debido a la intervenciรณn de nuevos actores. En un esfuerzo –que podemos suponer poco meditado– por dar alternativas a los mรกs rezagados, el gobernador Lauro Ortega –que encabezรณ la admistraciรณn estatal entre 1982 y 1988– apoyรณ el desarrollo de invernaderos en la cuenca alta e incitรณ a los pueblos para que los regaran desviando el agua del rรญo mediante mangueras. Amparados por el gobernador, los campesinos se dieron a la nada sencilla tarea de extender mangueras de hasta 30 kilรณmetros de largo por el accidentado terreno de la montaรฑa. “Fue entonces –me dijo el nonagenario Adalberto– cuando nosotros nos quedamos huรฉrfanos.”

A los pueblos de la parte baja el gobernador les ofreciรณ hacer estanques para sembrar bagre y tilapia. Don Zacarรญas recuerda que la idea le sorprendiรณ desde el principio: “¿Estanques? ¿Y el agua? Primero hay que ver agua y si hay agua que se hagan los estanques.” Sin embargo, el proyecto fue apoyado por los ejidatarios y รฉl terminรณ, incluso, perdiendo algunas hectรกreas. Cuando los estanques se terminaron de construir, quedaron abandonados a la espera de un bordo que nunca llegรณ.

La รบnica opciรณn que quedรณ en Chalcatzingo fue aprovechar los manantiales y escarbar pozos, pero con el tiempo el volumen de las aguas subterrรกneas tambiรฉn fue disminuyendo. El agua que Carola tomaba con solo agacharse “se fue yendo y ya le ponรญan un hilito y ahora le ponen una cuerda”. “Estรกbamos tontos –recuerda Carola–, no plantamos mรกs รกrboles, porque se fueron secando de uno en uno”, y asรญ los huertos fueron desapareciendo como si fueran vรญctimas de una epidemia lenta y letal ante la cual los habitantes no supieron cรณmo reaccionar.

A pesar de los conflictos internos, Chalcatzingo habรญa recuperado una etapa de relativa bonanza econรณmica, basada principalmente en el jitomate, que en ocasiones era muy bien pagado por los intermediarios. En los aรฑos ochenta, la falta de tierras de riego se sumรณ a la larga lista de dificultades que tuvieron que enfrentar los campesinos cuando el gobierno girรณ el timรณn del modelo econรณmico y comenzรณ a desmantelar pieza por pieza el motor que mantenรญa a flote al campo. Sin los apoyos gubernamentales y con un reducido acceso al riego, los campesinos quedaron sujetos a los caprichos del clima y del mercado; la agricultura se convirtiรณ en una inversiรณn de alto riesgo.

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Los primeros migrantes salieron de Chalcatzingo a mediados de los ochenta y, como dice Eusebio, “hicieron los Estados Unidos”, encontraron trabajo como caballerangos en un club de polo de San Diego, donde se corriรณ rรกpidamente la voz de su virtud en el manejo de los animales. Se abriรณ asรญ un particular nicho de trabajo que permitiรณ que en dos dรฉcadas se generara en el pueblo una sรณlida cultura migratoria, de tal forma que para el aรฑo 2000, segรบn cรกlculos de los propios migrantes, ya habรญa unas 400 personas en Estados Unidos, cifra que continรบa aumentando hasta nuestros dรญas. รlvaro, quien desde hace aรฑos trabaja en las caballerizas del Club de Polo de Indio –un oasis de pastos verdes en medio del desierto californiano–, cuenta la sensaciรณn de frustraciรณn y desamparo que lo impulsaron a marcharse:

–Mi padre siempre pedรญa el dinero y nomรกs salรญamos a raya: pagabas y salรญas sin nada. No era ningรบn chiste. Entonces el tiempo va y va y va y viene y viene, y dices, ¿quรฉ hago yo aquรญ? Si yo tuviera algo allรก en el pueblo, ¿yo quรฉ vengo a hacer acรก? No es como en otros estados que tienen agua de riego, llueva o no llueva, hay agua. Allรก sรญ habรญa, pero nada mรกs era para unos, contaditos. Era pura pelea, pura controversia por el agua. Por el agรผita esa se ha matado la gente. Se han matado bastante.

El dinero de las remesas se convirtiรณ en el ingreso mรกs estable para las familias de Chalcatzingo, y poco a poco fue transformando la vida en el pueblo. La agricultura se convirtiรณ en una actividad secundaria. La tierra dejรณ de ser un centro gravitacional para las nuevas generaciones que ahora migran temporal o definitivamente a las ciudades cercanas o a Estados Unidos, convirtiรฉndose en una poblaciรณn fluctuante. Han proliferado pequeรฑos negocios, como tlapalerรญas y tiendas de abarrotes que, debido a que las fuentes de ingreso son reducidas, no tienen un gran potencial de crecimiento. Quienes aรบn trabajan la tierra siembran sorgo, que es resistente a la sequรญa y requiere poco trabajo, por lo que el paisaje ha perdido la belleza de los campos de maรญz o jitomate.

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Despuรฉs de los intentos por restaurar el orden del reglamento, el gobierno dejรณ de intervenir en el oriente de Morelos. Cediรณ, por omisiรณn, el control de las aguas nacionales a los ejidatarios de la cuenca alta. Sin embargo, gracias a la diversificaciรณn de actividades y a algunas soluciones precarias, como la extracciรณn del agua de pozos mediante bombas de gasolina, el conflicto entre los pueblos del Amatzinac fue erosionรกndose, aunque nunca llegรณ a resolverse. “Los pueblos de la parte baja –me explicรณ Miguel– ya no van a luchar para que les den agua, ellos se han dado cuenta de que los de arriba necesitan expandir sus recursos comerciales y que no hay mucho que hacer, es decir, ni yรฉndose a las armas van a poder solucionarlo, porque necesitarรญan estar pendientes allรก arriba y eso no se puede.”

En 1999, la Conagua retomรณ el caso y puso en marcha un plan hidrolรณgico. De acuerdo con el informe presentado, la ausencia del Amatzinac no puede atribuirse a razones naturales, ya que las precipitaciones y las aguas de deshielo siguen siendo abundantes, aunque las รบltimas han disminuido debido al incremento en la actividad del volcรกn. La extinciรณn del rรญo se debe, en realidad, a un problema de distribuciรณn, originado en la falta de acuerdo entre los pueblos y en la intervenciรณn –escasa y poco asertiva– de las autoridades. En aquel entonces se registraron cien mangueras, responsables de que el rรญo muera al nacer. “Es impresionante –describiรณ Miguel–, de veras se estruja el corazรณn cuando uno va para allรก y donde habรญa cascadas, caรญdas de agua grandes, ahora lo que hay son docenas de mangueras. Cuando viene la รฉpoca de lluvias apenas cae un chorrito, toda el agua ya estรก entubada de una u otra manera.”

El agua que escapa a las mangueras no tiene el volumen suficiente para correr hacia la parte baja de la cuenca, por lo que los escurrimientos, a pesar de su volumen, no pueden aprovecharse eficientemente. Por ello, la Conagua propuso solucionar el conflicto construyendo presas de captaciรณn de aguas broncas a lo largo de la barranca, que han contribuido a disminuir la escasez en la parte baja, especialmente en la temporada de lluvias –cuando la escasez es menor–. Para los mรกs jรณvenes, estas presas son lo que algรบn dรญa fue el rรญo, un punto de encuentro, donde incluso pueden pescar los peces criados en sus aguas. Sin embargo, el conflicto ha tomado una nueva forma en la parte alta, donde Hueyapan y Tetela del Volcรกn han tenido enfrentamientos violentos por el Amatzinac que, disminuido a mangueras, es cada vez mรกs difรญcil de repartir.

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Como lo explica Jacinta Palerm, investigadora del Colegio de Postgraduados, el caso del oriente de Morelos debe comprenderse a la luz de la caรณtica gestiรณn del agua que impera en el paรญs y que hoy enfrenta dos grandes retos. El primero tiene que ver con la falta de claridad respecto a los derechos de agua, ya que existen documentos desde tiempos ancestrales entre los que no se ha establecido un orden de prioridades, por lo que generalmente se enfrentan dos personas que tienen tรญtulos similares adquiridos en momentos distintos. Lo sorprendente, en realidad, es que ante este panorama no exista en Mรฉxico un problema por cada rรญo. De acuerdo con Palerm, esto se debe a que el vacรญo generado por los derechos del agua no ha sido necesariamente conflictivo. Por ejemplo, cuando las Juntas de Agua desaparecieron en los aรฑos noventa para convertirse en Unidades de Riego para el Desarrollo Rural (Urderales), un nuevo modelo que daba mayor peso al individuo que a la colectividad, el cambio fue caรณtico, ya que muchos ejidos y ejidatarios quedaron en situaciรณn irregular; afortunadamente, las Juntas habรญan echado raรญces en las estructuras comunitarias del campo mexicano y continuaron funcionando al margen de la ley. Hasta ahora, los pueblos han demostrado una gran capacidad de gestiรณn del agua y, paradรณjicamente, han mantenido el orden ante el caos generado por las leyes.

El segundo reto tiene que ver con la cada vez mรกs inminente necesidad de transferir el agua del campo a las ciudades, en las que hoy se concentra el 80% de la poblaciรณn. Esto ya ha representado grandes problemas en otros paรญses, como en Espaรฑa, cuando en el 2001 se aprobรณ el Plan Hidrolรณgico Nacional que proponรญa, entre otras cosas, hacer un trasvase del Ebro para llevar agua a las ciudades del Mediterrรกneo; esto produjo movilizaciones masivas entre los pueblos de la cuenca, que consiguieron el replanteamiento del plan, ahora centrado en el desarrollo de plantas desalinizadoras. En Mรฉxico este tipo de situaciones ya han evidenciado la capacidad de los pueblos mexicanos para reaccionar ante proyectos que, respondiendo principalmente a la necesidad de abastecer a las ciudades, amenazan su acceso al agua. Tal ha sido el caso del Ejรฉrcito Zapatista de Mujeres Mazahuas en Defensa del Agua, cuyos miembros en 2004 se presentaron en la capital del paรญs, armadas con rifles de palo, para manifestarse contra el Sistema Cutzamala, que deja sin agua a sus comunidades para llevarla al Distrito Federal; o el del Consejo de Ejidos y Comunidades Opositores a la Presa La Parota, que desde hace mรกs de diez aรฑos lucha contra la construcciรณn de una presa en Guerrero que implicarรญa el desplazamiento de 25,000 personas y afectarรญa en forma indirecta a otras 75,000.

Hasta ahora, los conflictos en torno al agua no han adquirido grandes dimensiones, estรกn focalizados y no tienen un perfil particularmente violento, aunque, como en el caso de Chalcatzingo, tampoco estรกn exentos del uso de armas. Sin embargo, en un paรญs en el que los recursos hรญdricos no son abundantes y con una poblaciรณn en crecimiento, la competencia por el agua es, como las cifras lo indican, un riesgo inminente, que debe combatirse con una gestiรณn impecable del agua, que garantice que los rรญos no se conviertan en mangueras y que los pueblos no libren batallas en torno a los cauces que alguna vez los unieron. ~

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Sociรณloga, maestra en estudios polรญticos y sociales, y futura doctora en migraciones. En 2012 publicรณ El hacer cotidiano sobre el pasado.


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