Rossi, un bien escaso

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Carmen Balcells, entonces agente de Alejandro Rossi, me envió en 1979 su Manual del distraído, que había sido publicado en México por el más prestigioso sello literario, Joaquín Mortiz, que dirigía Enrique Díez-Canedo. Me deslumbró de tal modo que, pese a estar Anagrama en el peor momento económico de su historia, decidí cometer la segunda "locura": publicar un libro de textos misceláneos (es decir, el género más temible comercialmente), de un autor desconocido y además con derechos sólo para España.
     La primera locura fue convocar, al borde de la bancarrota, una fiesta multitudinaria para celebrar "diez años de supervivencia" de Anagrama, según rezaba explícitamente el texto de la invitación, que tuvo lugar en el restaurante La Balsa, de Toni López Lamadrid (de la editorial Tusquets) y su hermana Memé, entonces aún no inaugurado, por lo que el reverso de la invitación incluía un mapa orientativo del exótico paraje.Alejandro llegó a Barcelona por aquellos días, estuvo en la fiesta y, tras conocerlo, la evidencia se impuso: estaba, in person, a la altura del Manual. Nada menos. Por cierto, si el lector que haya llegado hasta aquí no conoce aún Manual del distraído que se precipite a la librería más próxima, y si no lo tiene que lo consiga sinfalta. Una vez en su poder, que se desconecte del mundo exterior hasta terminarlo. Un consejo que agradecerá.
     Así empezó una gozosa amistad, en cada viaje al d.f. encontrarnos con Alejandro y Olbeth, su esposa, es un auténtico must.
     En México, Rossi ha sido y sigue siendo una figura de referencia. Íntimo amigo y confidente de Octavio Paz, colaborador de Plural y Vuelta, al igual que Gabriel Zaid, Adolfo Castañón, Aurelio Asiain y otros amigos del núcleo duro de Paz, un poder fáctico colosal.
     Como es bien sabido, Alejandro es un conversador excepcional, y aunque le gusta mucho hablar (para satisfacción de los contertulios) también le encanta escuchar y enterarse de los pormenores y chismes de la edición y sus aledaños, por lo que nuestras veladas duran horas y horas de gratísimo recuerdo. Así, un memorable almuerzo en su restaurante japonés preferido, con Olbeth, Álvaro Mutis, Diego García Elio, Lali, yo y no sé si alguien más, en el que agotamos las reservas de sake y salimos, contentísimos, a gatas: Mutis & Rossi, no se lo pierdan. (Recuerdo que cuando conocí a Álvaro Mutis, en casa de Rossi, con su voz más estentórea, lo que no es poco decir, me saludó con la frase: "¡El editor de El rey de las dos Sicilias! ¡Te estaré agradecido toda la vida!" En efecto, la novela de Kusniewicz era perfecta para encandilar a Mutis). Otra velada memorable y un tanto puntiaguda fue en Barcelona, con Inge Morath, la fotógrafacasada con Arthur Miller, Riera de Leyva y Alejandra de Habsburgo, Paco Rico y Victoria Camps, con cena en el Flash, visita al Molino y copas finales. O lacena fastuosa organizada por el pintor Frederic Amat en su casa de Vallvidrera, para festejar la reedición del Manual con estupenda portada del propio Amat.
     O una nutrida cena que Alejandro y Olbeth dieron en su casa. En ella estaban dos de sus mejores amigos. Uno era Juan Nuño, que murió hace unos pocos años, y al igual que Rossi, filósofo, narrador y de nacionalidad venezolana; su hija Ana Nuño dirige la revista literaria barcelonesa Quimera. El otro era Luis Villoro, filósofo especializado en ciencia política, situado mucho más a la izquierda que Alejandro, lo que provoca las consabidas fricciones. Luis, padre de nuestro amigo Juan, es un espécimen notable: alto, esbelto pero fornido, muy masculino, moviéndose en la zona Gassman, tuvo durante años una intensa relación con una intensa argelina, Giselle Halimi, abogada y feminista,colaboradora de aquellos Temps Modernes de Sartre y la Beauvoir.
     Justo en aquellos días Octavio Paz había organizado unos debates con la progubernamental cadena Televisa, en los que participaban un grupo de escogidísimos escritores, entre ellos su predilectísimo Vargas Llosa. Y en el debate televisivo, en vivo y en directo, para pasmo general y consternación entre los organizadores, Vargas Llosa, que llevaba tantos años como under control, se convirtió de nuevo en el olvidado "cadete Mario" y lanzó un bombazo: "México es una dictadura perfecta". Tras lo cual se largó del país de forma tan rápida que dio lugar a mil conjeturas…
     Uno de los espectáculos intelectuales de alta escuela más vistosos que he presenciado se produce al ponerse en marcha la "estrategia Rossi de demolición", cuando se empieza a hablar de un santón cultural, de una primerísima figura, de un intocable. Recuerdo una noche en el Giardinetto en que nosencontramos con Oriol Bohigas y Beth Galí, que no conocían a nuestro personaje. Se empezó a hablar de arquitectura (también de eso Alejandro sabía más que nadie), salió el nombre de un famosísimo arquitecto mexicano, qué bueno, excepcional, un repaso a suscasas…, pero quizá (Rossi dixit) aquel muro con aquel rosa, o aquel otro granate, no fueran colores tan acertados, por no hablar (subiendo ya la apuesta) de aquel hotel tan kitsch, sí, tan kitsch, ni de… etc. etc. Un crescendo hacia la masacre total. Bohigas, claro está,divertidísimo, cómplice, deslumbrado.
     Volvamos al escritor, al autor deManual del distraído. ¿Qué pasó después de tal maravilla? Rossi escribe poco, ¡ay!, poquísimo. Para "compensarlo" es un artista del bricolaje & reciclaje (una actividad no infrecuente entre los mejores escritores mexicanos). Así, publica unos pocos cuentos con el título Sueños de Occam, le añade otros pocos y ya tenemos El cielo de Sotero. Y sumando yrestando relatos aparece La fábula de las regiones y Un café con Gorrondona. Enresumen, con un puñado de cuentos, cuatro títulos (es posible que alguno nuevo haya inventado). Pero no nos quejamos, nada de eso: porque en cada título hay al menos un cuento nuevo: o sea una auténtica joya, literatura en su más alto grado de destilación.
     Hace algún tiempo (¿digamos veinte años?) Alejandro fantasea con la posibilidad de escribir una novela (¡incluso tiene notas!), una novela corta, claroestá, pero a estas alturas sabemos ya que esto queda en el terreno de la fabulación oral.
     Hace poco publiqué Cómo leer y por qué, del gran pope Harold Bloom. Para la ilustración, nos presentaron varias propuestas de fotos de un montón de libros con el título visible. Todos ellos aparecían estudiados en el texto de Bloom; menos uno, en la base de la pila, que merecía haberlo estado: Manual del distraído. –

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