Salvador Novo, poeta

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De Salvador Novo suele deslumbrar el personaje, construido sin ceder un gesto, anécdota por anécdota, a cada instante, a cada foto: la vida como un performance provisto del correlato cómplice de la literatura. Un personaje incómodo, entonces y ahora, aunque por distintos motivos. De Salvador Novo (1904-1974) suelen festejarse, y con toda razón, sus crónicas y más recientemente La estatua de sal, sus magníficas y divertidísimas memorias que durante tanto tiempo habían permanecido ocultas. Ciertamente sus páginas pueden contarse entre lo mejor de la literatura mexicana.

Pero de Salvador Novo se suele relegar la obra poética al archivo de las curiosidades y las obras menores, a excepción del señalamiento de algunos pocos críticos que han sabido ver en sus poemas una de las aventuras líricas más radicales de la poesía mexicana del siglo XX. El hecho es que, más allá de los prólogos y los ensayos dedicados a Contemporáneos, es difícil rastrear un impacto de la veta poética abierta por Novo en la obra de poetas mexicanos posteriores: ¡otro gallo cantaría! Y, sin embargo, qué cercana, qué actual resulta su posición estética.

¿En qué consiste la radicalidad poética de Novo? No se trata únicamente de la elección y el ejercicio de ciertos recursos modernos: su obra poética recorre con gracia y maestría distintas rutas formales. No, su radicalidad habría que buscarla en la concepción que Novo tiene del poema. O, mejor dicho, en su terrible certeza del poema moderno como la constatación de la imposibilidad de la poesía. Esta idea, que en él más que idea es una sensibilidad, es la que aleja la poesía de Novo (posmoderno o casi) hasta de la poesía escrita por sus propios compañeros de Contemporáneos. Y, en contrapartida, la acerca a poéticas latinoamericanas posteriores.

Pienso, por ejemplo, en los sonetos de Un testigo fugaz y disfrazado de Severo Sarduy, que frente a la impúdica austeridad de los de Novo (“si me caliento, me introduzco el dedo…”) hasta parecerían endecasílabos pudorosos tan vestidos como están entre encantadores holanes barrocos (“Omítemela más, que lo omitido…”). Pienso, también, pero con mayor extrañeza y por otros motivos, en el poema final de Mutatis mutandis de Jorge Eduardo Eielson:

 

 

escribo algo

algo todavía

algo más aún

añado palabras pájaros

hojas secas viento

borro palabras nuevamente

borro pájaros hojas secas viento

escribo algo todavía

vuelvo añadir palabras

palabras otra vez

palabras aún

además pájaros hojas secas viento

borro palabras nuevamente

borro pájaros hojas secas viento

borro todo por fin

no escribo nada

 

 

Este poema, construido a partir de su propia negación, me remite, aunque probablemente Eielson no lo haya leído, a “La renovación imposible”, escrito por Novo treinta años antes:

 

 

Todo, poeta, todo –el libro,

ese ataúd– ¡al cesto!

y las palabras, esas

dictadoras.

 

Tú sabes lo que no consignan

la palabra ni el ataúd.

 

La luna, la estrella, la flor

¡al cesto! Con dedos…

¡El corazón! Hoy todo el mundo

lo tiene…

 

Y luego el espejo hiperbólico

y los ojos, ¡todo, poeta!

¡al cesto!

Mas ¿el cesto…?

 

 

El poema como negación: el poema como un cesto de basura que alberga las bolas de papel estrujado que se apilan como prueba de la imposibilidad de la poesía. Una idea que es una sensibilidad. En 1955, al realizar una valoración sobre su propio trabajo poético, Novo apunta:

 

 

¿Pude yo ser poeta? De niño, y aún de joven lo creí, lo soñé. […] Fuga, realización en plenitud, canto de jubiloso amor, escudo y arma innoble; todo esto ha sido para mí la poesía. En ella, ahora que no me atrevo a abordarla, me refugio. Cuanto en ella tenía que expresar, ya lo he dicho. Y, sin embargo, como en mi viejo poema, “siento que la poesía no ha salido de mí”.

 

 

El poema como cesto de basura: ¿no dijo Octavio Paz, refiriéndose a su poesía satírica, que Novo escribió con caca? Escribir con caca. El poema como cesto de basura: la radicalidad de Novo: empeñarse en no caer en la tentación de lo trascendente. El poema como cesto de basura: la frivolidad de Novo como recurso crítico frente a la falsificación de lo profundo en un momento donde lo profundo resulta insostenible.

El proyecto lírico de Novo se sitúa en las antípodas del proyecto de José Gorostiza: nada más lejano a su poesía que el gran discurso, el monumento y la apuesta por la trascendencia: sus poemas son la negación sistemática de la Obra Maestra. Más aún: los poemas de Novo ejercen una desconfianza sistemática ante la mera posibilidad de la poesía a la que a la vez venera.

Cada poema de Novo es una elegía, aun en clave de humor, por otro poema no escrito porque la poesía es imposible. El poema como cesto de basura: venerar a la poesía al punto de sacrificar su realización, pero dejando rastro de ello. Y entonces, sólo le queda escribir justo aquello de lo que se le ha acusado: esnobs experimentos vanguardistas, chistoretes obscenos sin otro límite que el de la métrica, antiodas autodenigratorias, despiadados epigramas de ocasión. Todo, cualquier cosa, con tal de no escribir una Obra Maestra. Todo, lo que sea, con tal de no escribir Muerte sin fin.

Novo hizo lo que pudo (hasta lo imposible en algunos poemas) y resistió hasta el final, pero Gorostiza no se aguantó: escribió una obra maestra y Muerte sin fin se publicó en 1939. Entonces todos, poetas y putillas, nos fuimos al diablo y la poesía mexicana sigue pagando los incalculables costos de tamaño monumento. ~

 

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