amigo a prueba de balas.
El sábado 3 de mayo tuvo lugar una singular manifestación en la Alameda Central de esta ciudad: mil quinientas o dos mil personas, cannabifílicas asumidas o saliendo de ese particular clóset, de las más disímbolas clases e identidades sociales y políticas, se reunieron para exigir la despenalización de la planta de la marihuana en México. La demostración formó parte de una jornada mundial en la que más de doscientas ciudades en el mundo participaron con sus propias manifestaciones.
El acto cobra importancia en México no especialmente por la aburrida repetición de las manifestaciones públicas citadinas, esa larga letanía de lamentos y demostraciones populares cuyo impacto político es cuando menos dudoso, sino por la naturaleza de las reivindicaciones expuestas: la exigencia de información veraz y científica sobre un asunto de salud pública, la negativa rotunda a ser considerado por las leyes y por sus guardianes como un criminal cuando no se ha delinquido, y la demanda de respetar el derecho a decidir de los adultos sobre cuestiones enteramente privadas o personales mientras éstas no afecten a terceros.
La manifestación también fue peculiar porque externó públicamente algo que una gran cantidad de personas piensa y comenta sólo en privado: la inutilidad de la guerra contra las drogas tal y como se encuentra planteada actualmente, cuyos resultados no sólo no protegen a los consumidores (supuestamente los afectados directos por los “delitos contra la salud”), sino que los criminaliza y estigmatiza; porque genera un mercado negro que a su vez produce violencia social y corrupción de las instituciones, y en general porque promueve abiertamente el oscurantismo.
En efecto, difundir que fumar marihuana es tan malo como inhalar cocaína es una mentira piadosa de tintes criminales, lo mismo que obviar el hecho de que el tabaco mata a millones de personas al año, mientras que en toda la historia de la humanidad no se conoce un caso de muerte por sobredosis o consumo crónico de marihuana.
Así, la colorida y ruidosa asistencia de la manifestación, que se compuso tanto de jóvenes rebeldes o marginales como de músicos, escritores, poetas, pintores, actores, y adultos comunes y corrientes, “formales y decentes”, no sólo echó en cara a nuestra sociedad su evidente hipocresía en este tema, sino que además nos dio una muestra de que, aún en nuestros tiempos, existen posibilidades para la renovación de nuestro por demás gastado y aburrido lenguaje político.
Entre cantos y tambores, consignas como “La ley tiene un hueco / derechos al pacheco”, “Presos pachecos, libertad”, “Los Beatles no tocaban / si no se pachequeaban”, “La mota, legal / eleva la moral” o “No fumes en el clóset / que sea legal el goce”, la marcha anual por la despenalización de la marihuana resultó ser una interesante y novedosa demostración de nuestra sociedad, generalmente gris y aburrida en su expresión política. Al menos ahora, sabemos que tenemos un nuevo sector social que comienza a salir del clóset en que se hallaba. El próximo año veremos quién más se une al contingente y se atreve a dar ese importante paso. ~