Entre las varias historias ridículas de este sexenio ocupará un buen lugar la que ha corrido por cuenta de la esposa del gobernador de Tlaxcala, del gobernador de Tlaxcala y del Partido de la Revolución Democrática. Tal vez el asunto no pasaría de ser un mero sainete provinciano (bajo responsabilidad exclusiva del matrimonio aludido y del partido del que se sirve) si no contara con el antecedente, también grotesco y lamentable, de las ambiciones de la esposa del presidente del país, que puso en aprietos al presidente y al partido del que se ha servido, y de paso al país mismo. Miles y miles de litros de tinta se han gastado en el registro de esta última historia. La señora dice disciplinarse, su partido tiene un respiro, el presidente prepara la vida en el rancho. Entonces cobra más cuerpo y más fuerza la precandidatura de la esposa del gobernador de Tlaxcala. Nadie como ella para ganar. Qué importa que su partido haya descalificado las aspiraciones de la esposa del presidente. Viéndolo bien, y sin prejuicios, de lo que se perderían los inocentes tlaxcaltecas. No es que la esposa del gobernador aproveche todo el aparato del poder (se dice así) que ejerce su marido para fortalecer sus expectativas, sino que quién si no ella habrá podido ver y vivir y sentir los verdaderos anhelos y necesidades y lo que sigue de su población. El matrimonio no ha servido para crear ventajas ilegítimas sino para dar una perspectiva mejor.
Presurosa, la esposa del presidente ha expresado su apoyo a la ahora candidata del Partido de la Revolución Democrática al gobierno de Tlaxcala. En su sonrisa de satisfacción no será imposible ver un gesto oscuro que diría “Ya ves: te lo dije”. ¿Por qué una destacada integrante del Partido Acción Nacional manifiesta abiertamente su entusiasmo y su apoyo a la candidata de otro partido que de seguro se opondrá a un candidato del suyo? Se necesitaría ignorar totalmente la lógica para no saberlo: porque esa candidatura representa en sí misma un triunfo de las mujeres ante la cerrazón de los hombres. En el Partido de la Revolución Democrática, mientras tanto, vieron o supieron simular que vieron justamente el problema: el poder no ha de multiplicarse en la casa de gobierno. Intentar la operación contradice todo espíritu democrático. Pero terminó cediendo. La cosa revelaría al menos falta de lo que los políticos llaman “cuadros” de mínimo jalón. Al plegarse al empecinamiento de la esposa del gobernador, el Partido de la Revolución Democrática acude como pobretón a los recursos más baratos del pragmatismo. La candidata tiene mejores posibilidades que cualquier otro, luego es conveniente apoyarla aun en contra de las ideas que, con razón, se emplearon para censurar las tentativas de la esposa del presidente.
Lo seguro es que la culpa no es de los tlaxcaltecas, ni de ningún mexicano. A la escasez de ideas y el exceso de ambiciones delante del río revuelto de la tierna democracia mexicana se añade el discurso tramposón, que finge ser rebelde y quiere ser efectivamente sensiblero al situar en los titulares de los diarios un vocablo de rara circulación previa: misoginia. Por esta rendija se coló la esposa del gobernador y por ella quiere filtrarse, faltaba más, la esposa del gobernador de Nayarit, un empresario metido en cosas políticas trepado en la extraña alianza de Acción Nacional y el Partido de la Revolución Democrática. Gane quien gane (y será difícil perder desde el palacio de gobierno, como bien se sabe en el país), lo cierto es que el triunfo de cualquiera de estas políticas no sería democrático y en tal sentido no beneficiaría más que a unas cuantas parejas. Y uno se queda con la impresión de que la misoginia, o como antes se decía: los modos del machismo, es suscrita poco o nada en este caso y de que lo que ocurre es que los políticos, de cualquier sexo, no cesan de generar desconfianza o un franco desdén. ¿Quién creerá a estas alturas que los intereses del gobernador de Tlaxcala (“muy respetuoso”, hay que poner aquí) y los de su esposa se concentran en el bien de los tlaxcaltecas y no en el moroso y dilatado disfrute de las delicias del poder transexenal, transexual pero sin falta intransferible?
¿O de veras alguna de estas políticas pensará que hay alguien que no las quiere ver aposentadas en la silla porque no soporta ser gobernado por mujeres? Es curioso que el argumento en favor de la igualdad se enderece enterito hacia la imposición de la desigualdad. Nada distinto ha hecho el Partido Revolucionario Institucional, como sabemos y como sabe bien el gobernador de Tlaxcala, ilustre militante suyo en su momento.
Y mientras se fortalecen alianzas de tipos diversos, las conyugales entre ellas, se abre la distancia entre los electores y los partidos y sus candidatos. Crecen las sombras sobre el país, unas voces se distorsionan, otras, las más, se ocultan. –
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