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Ventanas encendidas, mi tormento.
Gente sólo visible en esta hora.
De día los edificios son triviales,
de noche la fragilidad de su interior me hechiza.
Se espía buscando desnudeces,
pero también por hambre de poesía,
hambre no de la piel del otro,
sino de su manera de gastar latidos,
de ver cómo transcurre un corazón ajeno.
Por eso morbo y poesía andan juntos.
Falta de prosa, mi tormento.
Lo que se espía,
siempre nos roe la duda
de si lo vimos o fue un sueño,
como ese día, hace años,
que a escasos cinco metros
vi a dos desnudos que se amaban.
No habían corrido por la prisa las cortinas.
Creí que estaba viendo una película.
Oscuramente con sus besos me enterraban,
me hundían en una ciénaga,
porque el que espía se hace de lava,
vuelve a las bóvedas rojizas,
al fuego de las fraguas donde viven
los cíclopes coléricos de un ojo,
la vista fija en el metal que aplanan.
Tal vez la intimidad de dos se basa
en la derrota de un tercero
que, expulsado, los espía,
alguien de lava con la vista fija.
Tal vez dos se desean porque un tercero
lleva el recuento de sus labios
y se intimida con el oro que despiden.
Tal vez dos nunca existen,
o dos afloran porque existe
alguien de lava, un cíclope, un hundido.
Ventanas encendidas, yo soy ése,
y sólo quiero, mientras veo, ser visto,
o al menos presentido
por esos que, en su espacio limitado
y con la luz prendida,
sabiéndose espiados, lo agradezcan,
y cada noche, sin decírselo,
dejen por mí su vida descorrida;
ser el oscuro atrás del vidrio,
la brasa que persiste,
la brisa que revuelve
el estancado aire de sus días,
el interior viciado por su aliento,
oscuro y necesario como la escritura,
que es brasa que también,
con calculada lentitud, se enfría. ~

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