Sobre el método científico: un breve apunte

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Este artículo debe encabezarse con una concisa nota curricular: soy profesor en la universidad española y, por tanto, ejerzo la docencia y la investigación. Empiezo aquí para dejar constancia de que lo que sigue no es fruto de lecturas o digresiones teóricas sino lo que he visto con mis ojos en veinte años de carrera. Mi especialidad la conforman la teoría de grafos –que es a su vez una rama de la matemática discreta–, las redes de comunicación y la aplicación de técnicas heurísticas a la resolución de problemas complejos, algunos, en la práctica, presuntamente irresolubles. Es por esto que leí con gran interés el artículo que Gabriel Zaid publicó en el número de marzo de esta revista bajo el título “Heurística” y que, como todo lo que escribe este autor, me parece un patrón de inteligencia.

Digo esto porque no pretendo rebatir sino matizar unas líneas que me llamaron la atención y que pueden llevar a confusión. Cuando refiere el célebre episodio en que Arquímedes toma unos baños y descubre su método para medir el volumen de un cuerpo sólido, Gabriel Zaid se pregunta: “¿Descubrió ese método siguiendo algún método? La inspiración repentina ¿es un método científico?” En mi modesta opinión, es una pregunta con un pequeño defecto de formulación o que, cuando menos, puede malinterpretarse. Pues quien se cuestiona esto parece estar considerando el destello de Arquímedes como una excepción, lo cual no es cierto. E insisto: no insinúo que Zaid lo vea así –extremo que queda claro cuando cita a Poincaré en un párrafo posterior– sino que un lector despistado puede pensar que Zaid entiende la anécdota de los baños como una salvedad del proceso científico, cuando más bien es la norma. Así que esta breve nota no se dirige a Gabriel Zaid sino a su probable lector distraído.

Los científicos, para llevar a cabo descubrimientos, no están obligados a seguir un método. Es más, en rigor, jamás siguen un método sensu stricto y aunque pretendan seguirlo se permiten todo el rato –aun sin proponérselo– meandros, atajos, rodeos y un sinfín de excepciones. No es baladí que uno de los más famosos ensayos del siglo xx sobre ciencia lleve el revelador título de Contra el método. O que Karl Popper, para “demarcar” o determinar lo que es la actividad científica, se desentienda del proceso –o método– empleado y analice únicamente la naturaleza del descubrimiento, que según él ha de cumplir un requisito: ser refutable empíricamente.

El método científico se refiere, grosso modo, a la forma de exponer los resultados de un trabajo, no a la forma en que se accedió a ellos. Uno puede llegar a tales resultados como prefiera, esto es, a través de procedimientos arbitrarios. Como por ejemplo, tomando un baño (Arquímedes). O viéndole sentido a un sueño en que un ofidio se enrosca sobre sí mismo (Kekulé). O por azar (Röntgen). Dicho de otra forma: aunque raras veces se especifica, el método científico sirve para representar ordenadamente los resultados de un proceso pero no para representar el proceso en sí, que siempre es caótico y sinuoso –como nuestro cerebro–, incluso cuando se trata de la más deductiva de las ciencias: las matemáticas.

Por mi profesión, he tratado con decenas de matemáticos y no puedo dar noticia de ninguno que obtuviera resultados –en su caso, teoremas, proposiciones, corolarios, etcétera– mediante la secuencia lógica presentada en sus artículos sino a través del tanteo y el error, la intuición, comprobación, reinterpretación, analogía formal, refutación por contraejemplo, iluminación, o cualquier otro mecanismo útil –incluida la simulación por computador o el error feliz–, se ajuste o no a la ortodoxia del método. Es decir, producir teoremas no es una labor muy distinta a la composición de un minueto. Así que el método es lo que se muestra o se ve, no lo que fue. O, si se prefiere, una representación maquillada y ordenada de lo que fue, en aras de una mayor claridad. Y también: una muestra de respeto al lector en la que no se menciona el baño sino el descubrimiento que el baño propicia.

En suma: la ablución de Arquímedes es la norma que luego se viste de método. ~

 

 

 

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Barcelona, 1970) es profesor de la Universidad Politécnica de Cataluña. Ha colaborado con la revista Lateral y con Cultura/s, suplemento de La Vanguardia.


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