Disparos que hacen preguntas

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Tres euros cuesta entrar en el alma de Duane Michals: es el precio de la entrada a la Fundación Mapfre de Barcelona, donde se expone hasta el 10 de septiembre una de las mejores retrospectivas del fotógrafo estadounidense realizadas hasta la fecha. En su presentación conversó con Enrica Viganó, comisaria de la muestra, y dejó claro por qué se le considera el fotógrafo más libre de su generación: “Amo mi trabajo comercial”, dijo riendo como un chiquillo. “Si no tienes herencias, ni pisos, ni dinero, hay que trabajar para hacer lo que te apasiona. El día que me di cuenta, entendí que esa es la verdadera revolución y fue liberador.” Así se expresa quien ha retratado a Madonna, Sean Penn o Meryl Streep, publicado en Life o hecho publicidad para Microsoft con el fin de dedicarse a lo que ama: madurar un estilo con el que se ha situado más cerca de la poesía que de la fotografía.

Michals se hizo fotógrafo por casualidad. Fue durante un viaje a Rusia que hizo en 1958, donde retrató a unos niños y a alguien le interesó el objetivo desolado con el que los captó. Sus influencias están claras: la pintura metafísica de Magritte o De Chirico, pero también los versos de Walt Whitman, leídos por primera vez en un ejemplar de Hojas de hierba que compró siendo un chaval con los ahorros de su trabajo como repartidor de diarios.

“Las fotografías sorprendentes no sorprenden porque escandalicen, sino porque exponen pequeñas imaginaciones desesperadas.” Así resume Michals lo que a él le interesa: lo que la gente oculta, lo que no dice que piensa. Nunca ha querido ni quiere captar la verdad, tampoco ser objetivo. No busca dar respuestas, dice, porque es imposible, ya que “lo que se ve es una parte demasiado pequeña de lo que ocurre”. La serie “El espejo de Alicia” es un ejemplo: con ella, el fotógrafo de Pensilvania usa la luz y la cámara para intentar adivinar qué le pasa a la modelo, no cómo luce. A Michals no le interesa “el momento decisivo”, la noticia o el dato. Él quiere saber qué le pasa por dentro al ser humano. El mismo objetivo tiene con su última inquietud: los cortometrajes, de los que pueden verse un par de muestras en esta exposición.

Esa forma de hurgar en corazón y seso la aplica también a su vida y su persona este hombre de 85 años de energía inagotable. Por eso resultan tan perturbadores sus autorretratos o la serie dedicada a su madre en la que la pone a dialogar con su padre, ya muerto, o la secuencia titulada “La casa que una vez llamé hogar”, donde captura muchos años después el lugar en el que se crió. En esa tanda de instantáneas, como en otras, Michals escribe en los bordes de sus fotografías. “Eso fue un escándalo en los años sesenta”, explica la comisaria, “pues al hacerlo, daba a entender que una foto no era suficiente, que una imagen no valía mil palabras”.

Michals rompió todas las normas porque no las conocía. Nunca estudió fotografía y cuando aprendió algo, prefirió olvidarlo. Sus tomas están impresas en un formato minúsculo, por eso a ratos el paseo por la muestra provoca la sensación en el espectador de estar en el estudio de alguien que colgó en la pared sus negativos, no las copias. “Nunca confíes en una fotografía tan grande que solo pueda caber dentro de un museo”, dejó escrito en el manifiesto “De cómo la fotografía perdió su virginidad en el camino hacia el banco” y que al contrario que sus tomas, es enorme y ocupa una pared entera de la Casa Garriga i Nogués. Esa declaración la redactó el artista hace cincuenta años, pero aún se aferra a ella para explicar por qué su trabajo y su arte siguen yendo por caminos separados o decir cosas así: “El arte nunca es aburrido. Andy Warhol era aburrido.”

Hay mucho divertimento en la obra de Michals, cuya mirada sobre la muerte, la pobreza, las dudas o el dolor contiene una vitalidad a prueba de infortunios. Le ocurre lo mismo cuando habla de Fred, el hombre con el que comparte su vida desde hace 55 años y que hoy padece alzhéimer y párkinson, enfermedades que vive con tristeza, pero a través de las que ha encontrado una forma de seguir indagando en la mente y el alma humanas. “¿Alguna pregunta?”, inquirió al final de su intervención en Barcelona ante un público apabullado por su magnetismo. “¿Y alguna respuesta? ¡Decidme, por favor, que tenéis alguna respuesta!”, imploró a carcajadas un hombre que ha hecho con sus disparos tantas preguntas. ~

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