Sobre “Los muros de la patria mía” del blog de Guillermo Sheridan

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Me ha producido una carcajada estruendosa y prolongada y al mismo tiempo un fuerte coraje la decisión unánime de un grupo de legisladores evidentemente desconocedores de la obra y persona de Paz. No cumple con los requisitos para ser reconocido con letras de oro en el muro de la H. Cámara de Diputados. ¡Caramba! ¡Cómo tenía razón cuando se quejaba del ninguneo al que con frecuencia se le rebajó en su propio país!

Hubiera bastado con que leyeran El laberinto de la soledad, Posdata, El ogro filantrópico, Tiempo nublado, Pequeña crónica de grandes días, Pasión crítica, Itinerario; darle un vistazo a Plural y Vuelta, las dos grandes revistas que dirigió y marcaron profundamente la vida cultural, política e intelectual de Hispanoamérica y occidente en general desde los setenta hasta casi el final de los noventa –al igual que su obra toda–; o simplemente al tomo octavo de sus obras completas, titulado El peregrino en su patria, o a los tres tomos de México en la obra de Octavio Paz, o que se asomaran en la Hemeroteca Nacional a algunos diarios y revistas donde expresó y defendió con valentía, lucidez y buena fe sus opiniones sobre política, democracia, cambio y transición en México (cuando estos temas, hoy moneda corriente –para la demagogia–, ni siquiera se discutían en los medios académicos, periodísticos y menos políticos); sus críticas al PRI y otros regímenes dictatoriales y totalitarios; su fe en las virtudes de la democracia y del ejercicio de las libertades; su impulso decisivo en la creación de instituciones como el Conaculta y el Fonca; su genuino amor y defensa de México, probado una y otra vez de manera rotunda y brillante, como cuando le presentó en 1968 su renuncia como embajador en la India al gorilesco Díaz Ordaz. Sin disparar un solo tiro, sin enarbolar bandera ideológica ni partidista alguna, sin someterse a los príncipes en turno, sin dejar de practicar la crítica como un motor de transformación y cambio, sin perder la certeza en los poderes de la inteligencia y la razón, este mexicano, “el mexicano más destacado del siglo XX” –como ha dicho Enrique Krauze–, este hombre que muchos tuvimos el privilegio de conocer como si hubiéramos vivido junto a Quevedo, Baudelaire, Joyce o Kafka (y kafkiano por cierto es este espectáculo aberrante que nos dan nuestros “representantes”) –diría Gabriel Zaid–, hizo mucho más por la creación, recreación, invención y consolidación de instituciones del Estado moderno mexicano, y por su conversión en instituciones democráticas, eficientes y transparentes, apegadas a la legalidad, que lo que han hecho, juntos, todos los legisladores que se han unido contra su reconocimiento.

Su vida, que casi cruzó de punta a punta el siglo XX, como un cometa espléndido –parafraseo a García Márquez–, fue un testimonio vívido de las grandes luchas del hombre en casi todos los frentes de la política y la cultura. Paz fue de los rarísimos genios que supo ganarlas todas. Pero claro, si ni siquiera han leído el diccionario para saber que un héroe no es sólo quien se enrolla en la bandera y se lanza por las peñas de un cerro, ni quien muere en una batalla contra invasores o criminales, ni quien hizo la chamba, exclusiva de los legisladores, de crear un Congreso de vanguardia, día a día, ley tras ley, acierto tras acierto en favor de México, pues menos habrán repasado o estudiado un poco la obra monumental de Paz para comprender que si Sor Juana, sobre quien Paz escribió una obra maestra –que también les recomiendo–, está ahí, Paz debe estar ahí.

De lo contrario, en apego al reglamento y los “poderosos” y “profundos” “argumentos” que ellos invocan para borrar de un plumazo el nombre de Paz, deberían revisar la lista de sospechosos como Sor Juana que se les colaron en anteriores legislaturas y decretar su eliminación del sagrado muro de los constructores del Estado mexicano y, en particular, del H. Congreso de la Unión. Se hace patria de diferentes maneras, se engrandece a una nación de muchos modos, se contribuye a un mundo más justo y humano en variadas formas. Paz cumplió cabalmente como ciudadano mexicano, excepcionalmente, aunque ahora no quieran verlo así un grupo de “notables”. Mis sinceras felicitaciones a los legisladores que propusieron el reconocimiento. Mi repudio a quienes se lo negaron. No importa, Paz estará un día ahí, aunque en rigor no lo necesita; él mismo se ha de sonreír donde esté, su grandeza ya es –sin más. ~

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