Un 19 de julio de 1976, en un salón del Hotel María Isabel de la ciudad de México, el periodista Miguel Ángel Granados Chapa leyó un discurso que detallaba la complicidad gubernamental en el golpe al diario Excélsior diez días antes. En él anunciaba la intención del grupo de periodistas y escritores que salieron con Julio Scherer de formar un “nuevo semanario de información, interpretación y análisis, en una fórmula inexistente hasta ahora en nuestro país, y cuyo desarrollo conduzca … a crear … un diario”. El semanario para el que se hacía la colecta esa noche fue, por supuesto, Proceso, y el diario nunca existió como tal, aunque sí un nuevo clima que terminaría en proyectos como el unomásuno de Manuel Becerra Acosta y lo que siguió: el boom de periódicos, revistas y estaciones transmisoras en las que se sustenta hoy la transparencia democrática. Vicente Leñero, en la crónica novelada de esos días turbios, Los periodistas, trazó así a Miguel Ángel Granados Chapa: “Leía pausadamente […] este era su género: el ensayo, el editorial que traduce criterios grupales y no exclusivamente los propios, el discurso medido y exacto en sus planteamientos.”
Desde ese momento, que Leñero supo describir como de consecuencias duraderas, Miguel Ángel Granados Chapa ha presenciado lo mejor y lo peor del periodismo mexicano: de Proceso (del que sale en 1977 y al que regresa en el 2000), el unomásuno del inicio promisorio, La Jornada de Carlos Payán, El Financiero y Reforma. También de proyectos personales, como el semanario visual Mira, antecedente de Cuarto Oscuro. Y hasta de aventuras refrescantes: de consejero electoral en el ife, cuando comenzó la ciudadanización de la vigilancia electoral, a convertirse en cronista legislativo o en candidato a la gubernatura de Hidalgo. Lo electrónico no le es ajeno: director de noticias en Canal Once o en Radio Educación. Hoy lo escuchamos en la radio de la Universidad Nacional.
Durante este verano se cumplieron treinta años de la columna diaria de Miguel Ángel Granados Chapa, “Plaza Pública”, que comenzó sin firma en los primeros números de la entonces nueva revista de Scherer, Proceso, y que ha emigrado allí adonde ese personaje breve, barbado y de maneras sutiles lo ha decidido, a lo largo de casi medio siglo de carrera perodística, de transiciones, retrocesos, y en esa marea borrosa e incierta que es el periodismo mexicano. Calculo que serán, en total, cerca de diez mil columnas las que ha firmado Granados Chapa bajo el cabezal de “Plaza Pública” o “Interés Público”.
Cuando subdirigía La Jornada pude verlo trabajar. De eso hace veinte años pero lo recuerdo con nitidez: en un traje gris, la barba ya cana, llegó para la reunión de la redacción. Yo estaba esperándolo para llevarle alguna carta para “El Correo Ilustrado”, con motivo de alguna disputa estudiantil en la Universidad Nacional que, ésa sí, ya he olvidado. Mientras escuchaba mis explicaciones de por qué debía prestarle atención a las disidencias de algunos grupúsculos universitarios, escribió su “Plaza Pública”. Lo hizo con soltura mientras me oía, asintiendo con la cabeza. Al terminar me dije: “O éste no me oyó o no escribió y se hizo el occiso.” Al día siguiente, mi carta y su columna estaban impresas en las páginas de La Jornada. Su “Plaza Pública” era, como siempre, mesurada, impecable en la redacción, y bien informada. No di crédito: el tipo se había despedido de mí sin mayor comentario y se metió a su reunión editorial. Pensé que era una actitud común entre los periodistas mexicanos: rehuir lo que no está en su radar. Con Granados Chapa me equivoqué. Todo estaba en su radar. Aun un estudiante universitario de segundo semestre.
Las columnas de Miguel Ángel Granados Chapa me recuerdan lo mejor de las publicadas por Manuel Buendía, de quien fue antologador tras su asesinato, en la primera editorial Océano. A lo largo de estas tantísimas plazas públicas, Granados Chapa ha sido un restaurador de la memoria –no en vano su primogénito es un talentoso historiador– en un mundo periodístico que se hace con el boletín que todavía no ha salido, y un comunicador que desmenuza, para clarificar, lo que damos por sentado. Como Vicente Leñero caló en 1978, Granados Chapa es sobre todo alguien que interpreta deseos colectivos. En un tiempo –hace treinta años– en que los periodistas nombraban a sus columnas “expedientes secretos” o “filtraciones desde la mesa del Secretario”, Granados Chapa intituló su labor como una “plaza pública”. Marcado por el golpe a Excélsior, sabía que el futuro del periodismo era lo que se preguntaba la gente en las calles, sus certezas, su sentido común. No lo que declaraban, para sí mismos, los poderosos. Granados Chapa nunca ha tenido las veleidades del opinador experto o del profeta del “documento confidencial”. Es, en el sentido en que los periodistas del siglo XIX fueron –ahora que celebramos los bicentenarios con la restauración de teatros en Guanajuato–, un receptáculo de las dudas y certidumbres del ciudadano común. Alguien cada vez más indispensable. ~