En su autobiografía, Ted Williams dice: "No son los recuerdos del campo de juego lo que más me emociona, sino cuando voy caminando por la calle y escucho: ahí va el mejor bateador de todos los tiempos." Y así es.
Su muerte, precisamente en estas fechas en las que el pueblo beisbolero discute acerca de las diversas sustancias, tanto prohibidas como legales, que usan los bateadores para mejorar su juego, viene a despertar en nuestra memoria que él fue el último en batear para cuatrocientos. Williams solía decir que el beisbol era tan generoso que es el único campo de la conducta humana donde un hombre tiene éxito tres de cada diez intentos y es un grande. Él tuvo éxito en cuatro de cada diez y por eso es el mejor. Batear para cuatrocientos es una de las marcas que no se han podido superar. George Brett estuvo cerca, con 393, pero no pudo. Sólo la marca de 56 partidos dando de hit de Joe Dimaggio parece menos insuperable, y resulta bastante gracioso que ambas marcas fueran de dos jugadores enfrentados, que jugaban para la rivalidad más profunda del deporte americano, Yankees-Medias Rojas, y que ambas marcas se hicieran en el mismo año, 1941.
No es momento de recordar sus números, por lo demás muy importantes. Tampoco sería procedente analizar sus seis años en los campos de batalla de dos guerras, por lo que, además, sus números no fueron mejores. Pero sí podríamos enfocarnos en que, a pesar de no haber ganado ningún título con su equipo (aunque eso se debe más a que jugaba en Boston que a otra cosa), Williams escribió muchos de los textos que adoramos los aficionados a la literatura beisbolera; que no hubo bat más preciso que el suyo, mirada más fija en la pelota que la suya, más tino, más longevidad, más personalidad beisbolera que la de Ted Williams.
John Updike dijo: "Ningún otro pelotero concentró a su alrededor tanto patetismo deportivo, y sirvió en la sopera, asiduamente, tanta intensidad al competir que las multitudes se atragantaban de alegría." Williams era, finalmente, un pelotero nacido para jugar.
En 1999, en pleno juego de estrellas en Boston, sentado en un carrito de golf, iba hacia el montículo para lanzar la primera bola del juego. Sesenta años después de su primera temporada, Williams se colocaba, precisamente, en la antípoda de su ubicación natural. Por primera vez en mucho tiempo estaba en el lugar del lanzador, con ochenta años a cuestas y con la fuerza en plena caída. Desde ahí, escuchó cómo todos los asistentes al partido, los jugadores de ambos equipos y las otras cuarenta glorias del beisbol lo vitoreaban como si dijeran: "Ahí está el mejor bateador de todos los tiempos", y él, dando un giro para mirar el terreno, pudo fijar su mirada en el viejo monstruo verde, como si lo viera por última vez.
Al cerrar este intento de homenaje al gran beisbolista, me entero del trágico fallecimiento de una gloria nacional, también del beisbol: Nelson Barrera. Pocos jugadores se le pueden igualar en México. Normalmente, los beisbolistas mexicanos son chicos, chocadores, buenos a la defensiva, pero no poderosos. Barrera tiene la marca de más jonrones en nuestro beisbol y nos apena mucho su muerte. Nos quitamos la gorra, pues, como él lo hizo cuando, ovacionado, rompió la marca de Héctor Espino en Oaxaca. Descanse en paz, Almirante. ~
Como escritor, maestro, editor, siempre he sido un gran defensa central. Fanático de la memoria, ama el cine, la música y la cocina de Puebla, el último reducto español en manos de los árabes.