Tlacaélel, un sabio poder detrás del trono

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En el grandioso escenario del Valle de México se vivían tiempos de intensa agitación. Un reino, el de los tecpanecas de Azcapotzalco, tras haber consumado varias conquistas, se proponía someter a todos los habitantes de la región de los lagos. Primeramente cayó Tezcoco Acolhuacan. Ello ocurrió en un año 4-Conejo, equivalente a 1418. El príncipe tezcocano Nezahualcóyotl comenzó entonces una vida errante para escapar de las asechanzas de los de Azcapotzalco.
     Pronto entró en la mira México-Tenochtitlan. Muerto Tezozómoc, se asentó en la estera real su hijo Maxtlaton. Era el año 12-Conejo, 1426. Guerreros de Azcapotzalco fueron entonces a dar muerte a Chimalpopoca, tlahtoani, gobernante supremo, de México-Tenochtitlan. La situación era en extremo tensa. Los principales mexicas, Itzcóatl, el nuevo tlahtoani, y los jóvenes príncipes Motecuhzoma Ilhuicamina y Tlacaélel —ambos de menos de treinta años—, se reunieron con otros, entre ellos Nezahualcóyotl.
     Tlacaélel tomó entonces la palabra. Elocuente y con fama de sabio y de gran prudencia, entre otras cosas demandó de los señores mexicas el envío de un embajador para hablar con Maxtlaton. Sus últimas palabras fueron: “Perded, mexicas, el temor.” Tlacaélel se ofreció y marchó para hablar con el tlahtoani de Azcapotzalco. La respuesta de éste fue: “Sumisión total o guerra.”
     El pueblo mexica vaciló, pero Tlacaélel dio ánimo al tlahtoani Itzcóatl y rápidamente se concertaron alianzas con los señores de Tlaxcala y otros varios lugares. Nezahualcóyotl, por su parte, reunió hombres venidos de Tezcoco. Aunque antes se veía imposible, se formó entonces un formidable ejército comandado por Tlacaélel. Actuó éste con sagaz estrategia y atacó a los tecpanecas de Azcapotzalco. En el año 1-Pedernal, 1428, como lo consigna escuetamente la Crónica mexicáyotl, lo que parecía inverosímil ocurrió: “Fueron conquistados los de Azcapotzalco.” En 1431 se entronizó Nezahualcóyotl en Tezcoco, y México-Tenochtitlan dio comienzo a sus años de esplendor. En una de las estructuras del Templo Mayor de los mexicas hay una lápida con la fecha de 4-Caña (1431).

El origen de Tlacaélel que “decidía lo tocante a la guerra,
las condenas a muerte y cuanto había de hacerse”

Esta afirmación no es inventada. La consignó el cronista Chimalpain Cuauhtlehuanitzin. En otros lugares de sus Relaciones expresó asimismo: “Quien primero engrandeció y enalteció el señorío fue el valiente guerrero Tlacaélel, según aparece en los anales” (Séptima Relación, fol. 166 v.). La Crónica mexicáyotl añade que Tlacaélel llegó a ser in cemanáhuac tepehuani, “conquistador del mundo” (Alvarado Tezozómoc, nueva edición de 1975, pág. 121).
     ¿Cambió entonces Tlacaélel el saber por el poder? ¿Quién era ese joven que de pronto irrumpió en el destino de su pueblo? No llegó él a ser gobernante supremo y jamás quiso serlo. Sin embargo, nada se hacía sin su intervención a partir del triunfo sobre Azcapotzalco, ni luego, a lo largo de casi cuarenta años. Su nombre, Tlacaélel, fue verosímilmente un apodo en el sentido de “varón esforzado” o, si se prefiere una versión literal, “entrañas de macho”.
     El ya citado Chimalpain escribió que en 10-Conejo, 1398, había nacido Tlacaélel, hijo del tlahtoani Huitzilíhuitl y de la princesa Cacamacihuatzin. De los años de su niñez y temprana juventud poco sabemos, aparte de que vivió tiempos muy difíciles por obra de las asechanzas de Azcapotzalco. Tlacaélel, como noble que era, recibió esmerada educación en el principal calmécac o escuela sacerdotal de la ciudad. Además de ejercitar su cuerpo y adiestrarse en las artes de la guerra, hizo suya la antigua sabiduría estudiando en los libros de pinturas y caracteres. En ellos aprendió también las cuentas calendáricas, los himnos sagrados y los cantos. Se adentró igualmente en los xiuhámatl, libros de los años, donde se consignaba la historia, e hizo suyos los preceptos morales expresados por la antigua palabra. En esa escuela fortaleció su corazón y adquirió un rostro sabio.
     Poco después de abandonar el calmécac, contrajo matrimonio con la princesa Maquitzin, hija del gobernante supremo de Chalco. Y por cierto que Tlacaélel tuvo muchos hijos, entre ellos a Macuilxochitzin, que componía bellos cantos. Sobre sus actuaciones como capitán, gobernante adjunto y consejero de tres supremos gobernantes, hay buen número de testimonios que permiten reconstruir su vida, hasta su muerte poco antes de que falleciera Axayácatl, tlahtoani de Tenochtitlan, en 2-Casa, 1481.
     Casi olvidado quedó, sin embargo, Tlacaélel en la historia novohispana y moderna de México. Cuando, hacia 1950, comencé a acercarme a nuestro pasado prehispánico, nadie indagaba, hablaba o escribía acerca de él. No es que me precie de ser su redescubridor, pero creo haber contribuido a darlo a conocer y a valorar mejor su vida y obra. A Tlacaélel dediqué amplio espacio en Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares, libro publicado por el Fondo de Cultura Económica en 1961 y reeditado muchas veces.
     Apartándome ya de referencias personales, atenderé, con apoyo en los testimonios que se conservan, a lo que significó su actuación como instigador de mucho de lo que ocurrió durante los gobiernos de Itzcóatl, Motecuhzoma Ilhuicamina y Axayácatl.

Tlacaélel, elector, consejero de soberanos mexicas,
legislador y reformador religioso

Obtuvo Tlacaélel, sucesivamente, los títulos de atecpanécatl y cihuacóatl. El primero correspondía a un achcuauhtli, uno de los principales en la administración del reino. Tal título se recibía por merecimientos en la guerra. El segundo título tenía la máxima importancia. Literalmente significa “Mujer serpiente” y también “Gemelo femenino”. Se connotaba así la suprema dualidad, entendiendo al tlahtoani como reflejo de Ometecuhtli, “El señor de la dualidad” y de Omecíhuatl, “La señora dual”. Al Cihuacóatl correspondía ser consejero y suplente del tlahtoani.
     De la actuación de Tlacaélel como guerrero, sabemos que dispuso campañas militares y realizó muchas conquistas. Sólo en una ocasión, luchando contra los purépechas de Michoacán, su ejército fue derrotado. Se conserva un poema con el que se pretendió consolarlo, al igual que al tlahtoani Axayácatl. Su actuación como capitán había salvado a Tenochtitlan de desaparecer absorbida por Azcapotzalco. Más tarde contribuyó a ensanchar los dominios mexicas, de mar a mar, y también por el norte y el sur.
     Como ideólogo, hizo posible la formación de una nueva imagen del ser de los mexicas, tanto en su conciencia histórica como en su concepción religiosa. Para ello, de común acuerdo con el tlahtoani Itzcóatl, dispuso se quemaran los códices o libros de anales, en los que el pueblo mexica aparecía débil y pobre, y se reescribiera su historia a la luz de la grandeza que estaba alcanzando. Se dice además, en las antiguas crónicas, que Tlacaélel se afanó por enaltecer la persona del dios Huitzilopochtli, hasta hacer de él la deidad suprema de los mexicas. Por consejo de él, Motecuhzoma Ilhuicamina reedificó y amplió el Templo Mayor de Tenochtitlan. Su idea fue transformarlo en imagen plástica del lugar donde había nacido portentosamente Huitzilopochtli. Ello había ocurrido en Coatepec, el Cerro de la Serpiente. Su madre, la diosa Coatlicue, lo había dado a luz precisamente cuando sus otros hijos, capitaneados por Coyolxauhqui, intentaron darle a ella muerte. La victoria de Huitzilopochtli sobre sus hermanos simbolizó el destino guerrero de los mexicas. Los hallazgos arqueológicos realizados en el centro de la ciudad de México muestran que el gran Templo Mayor efectivamente simbolizó el Coatepec. En varias de sus etapas constructivas apareció la efigie de Coyolxauhqui. Se sabe también que la figura de la diosa madre Coatlicue estuvo en lo más alto del Templo, al lado de la imagen de Huitzilopochtli. Se representó así el lugar donde ella lo dio a luz.
     Reorganizó también Tlacaélel la posesión de la tierra, y aconsejó en múltiples ocasiones a los soberanos mexicas. En suma, como político y estadista, guió a la nación mexica en circunstancias a veces extremadamente complejas. Aunque Tlacaélel fue muy reverenciado y temido, no hay indicios de que fuera considerado un tirano. Según los testimonios al alcance, se le consideraba, por encima de todo, valeroso, decidido, inteligente, sagaz y justo.
     En este contexto cabe preguntarse, ¿fue Tlacaélel un personaje siniestro, un poder detrás del trono, especie de valido que durante largo tiempo mantuvo su fuerza mediante intrigas y otras oscuras maniobras? Los testimonios conocidos nos lo pintan como persona que se fue abriendo camino a partir de su actuación decisiva en la guerra de Azcapotzalco. En ningún momento aparece como falso o traidor. Se le busca por su sagacidad y prudencia. No quiso ser tlahtoani. Su rango de cihuacóatl, consejero y segundo en el poder, le pareció suficiente. Como llegó a expresarlo, en realidad había actuado como soberano, a tal grado que llegó a decir: “¿Qué más rey queréis que sea?”
     Dos preguntas quiero formular. ¿Qué habría ocurrido si Tlacaélel hubiera vivido al tiempo de la llegada de Hernán Cortés?, ¿y qué, si estuviera pensante y actuante en el México de hoy? Aunque los historiadores no somos visionarios ni profetas, en plan de especular diré algo al respecto. Si hubiera vivido Tlacaélel a la llegada de Cortés, probablemente su parecer habría coincidido con el de Cuitláhuac y no con el de Motecuhzoma Xocoyotzin. En tanto que este último, debatiéndose en la duda, recibió como huésped a Cortés y al final fue hecho prisionero, Tlacaélel y Cuitláhuac habrían superado o al menos contrarrestado la astucia de Cortés. Es verosímil que se habría producido entonces un sutil enfrentamiento. Cabe pensar incluso que el preso habría sido Cortés y no Motecuhzoma. De lo que luego pudo ocurrir, dejo imaginarlo a quienes gusten de los futuribles.
     Finalmente, si Tlacaélel estuviera vivo hasta hoy y se enterara de lo que ha ocurrido en México, digamos que desde que el país determinó su destino con la Constitución de 1917, seguramente que no se habría cruzado de brazos. En primer lugar, se habría aliado con Plutarco Elías Calles. Le habría aconsejado organizar un sistema político de algún modo parecido al que de hecho dio forma Calles al crear el Partido Nacional Revolucionario. Además, le aconsejaría actuar como lo había hecho él mismo, es decir como consejero y guía supremo, “jefe máximo” de tres presidentes: Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez. Tres mandatarios, como los tres tlahtoanis a los que él encaminó.
     Y si Tlacaélel estuviera vivo hoy, es muy probable que no se entendiera con Vicente Fox. En caso de que tuviera una entrevista con él, me atrevo a pensar que le aconsejaría dar de baja a varios miembros de su gabinete, para ver si así se encauzaba ya con acierto el país.
     También aconsejaría a Fox se apartara de su vecino, el psicópata que organiza guerras preventivas y ve terroristas por todas partes. Tlacaélel se esforzaría por lograr que la nación que él había enderezado recobrara su rumbo. Posiblemente haría suyas las palabras del canto que a él y a Axayácatl les dirigieron los mexicas, en ocasión de la única derrota sufrida por ellos: “Todavía vivimos vuestros abuelos, aún es poderoso nuestro lanzadardos; conquistadores y sabios de tiempos antiguos: ¡Volved a vivir!” ~

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