La oveja negra
Para Tito Monterroso, en sus 80 años
Había una vez una familia de ovejas. Siempre al final o aparte, estaba una oveja negra. Las demás no eran completamente blancas, tenían aquí y allá sus mechones grises. Pero en pocos años pudieron presumir una total blancura, de una pureza tan hermosa como la de la nieve, el algodón o la espuma del mar. Fue gracias a la oveja negra. Con tan sólo existir, o tratar de existir, siempre al final o aparte, las encaneció prematuramente.
Una anciana yucateca
En pleno centro de Mérida, una anciana de más de cien años, encogida al metro de altura, un párpado caído, el otro ojo vigilante, la nariz y los labios protuberantes y amenazadores, me dice:
Dame cinco pesos.
¿Por qué cinco? pregunto.
Porque me miraste y soy pieza de museo que cobra porque la miren. Dame cinco pesos o te va a salir más caro, por seguir mirándome.
Le di los cinco pesos y me fui. Volteé a verla y me seguía mirando, a lo lejos, con su ojo vigilante, la nariz y los labios protuberantes y amenazadores.
Intersección
Por el Parque España un joven corría eufórico, los brazos en alto:
¡La hice! ¡La hice!
Daba la impresión de haberse sacado la lotería. Después de dar la vuelta a unas jacarandas, sin dejar de celebrar, se cruzó de frente con un viejo cabizbajo, que se enjugaba las lágrimas con un pañuelo guinda. Se miraron a los ojos. El viejo lo miró desde el fondo de su ser con envidia, rencor, odio. El joven bajó los brazos, caminó despacio, miró al viejo con vergüenza, desconcierto, lástima. El viejo siguió su camino, cabizbajo. El joven siguió su camino, miró al viejo a lo lejos, levantó los brazos nuevamente y continuó su carrera feliz:
¡La hice! ¡La hice! –
fue un poeta, narrador, ensayista, crítico musical y ajedrecista mexicano.