Viñetas de un bestiario

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Lagarto
Camina como un dragón caído que fue despojado del fuego y de las alas. Sobreviviente de una raza de gigantes, hoy luce el agazapado apetito de la demora, el lento, hastiado zigzaguear de un pesimista. Es una piedra en el centro del desierto. Hay otro tiempo detrás de sus ojos (ágata). Sólo parece esperar la noche de un interminable crepúsculo. Su sangre necesita al sol para recordar que vive. No conoce la tibieza ni la piedad. El mundo que aún habita derrocó su dinastía y él aborrece a este enfriado planeta como se aborrecen dos viejos y silenciosos enemigos. Aseguran que su carne, a pesar de todo, es curativa. En el mediodía del mundo, sus rascacielos huesos fueron la formidable forma de la fuerza. Hoy son pequeños y casi están extintos. Ya no lanzan fuego: de su hocico asoma sólo una tensa lengua roja que tiene menos del dragón que de la salamandra; pero sus pupilas aún conservan el brillo prehistórico del ámbar, y parecen mirarnos desde el fin del mundo.

Piraustas
Mariposas blancas que viven en el fuego. Quienes las han visto encienden a altas horas de la noche una fogata y esperan su llegada con paciencia venatoria. Contemplan con plenitud las lenguas espirales de la invocación. No siempre aparece, justo en medio de la hoguera, el diminuto planeo de una pareja. Quienes las custodian suelen tener un irisado, intermitente resplandor en los ojos y no es extraño que la temperatura de sus cuerpos se eleve un poco durante el día. El insomnio suele visitarlos. Suficiente no se asienta de las piraustas. Acaso la combustión las aviva, acaso las inventa. Sugiere el corazón que se trata de pensamientos recónditos del fuego. Vibraciones, avisos, tatuajes de la lumbre en el pecho de la oscuridad o recuerdos despertados por el crepitar de una llama. Sus delgadas alas blancas, por el contrario, hacen pensar en la caída de las hojas o en la escarcha de una nevada que la gravedad ya no somete (copos de entonces, nieve de un antes). De cualquier forma, los escasos cultivadores de esta especie están de acuerdo en que se trata de tímidos fantasmas enamorados de la lumbre. Sólo en el fuego respiran, sólo para el fuego viven, y cuando la llama se extingue las piraustas también mueren. –

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