Un café con Bruno Ganz. San Sebastián 2006

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José Saramago entrelaza sus delgados dedos de pianista, sentado en una silla en la suite de su hotel.
Es parte del jurado de la Selección Oficial de la edición 54 del Festival
de San Sebastián. Cuando habla mueve las manos refinadamente, como un director de orquesta dando ritmo y salida a sus ideas. Miren niños, dice refriéndose a los cuatro periodistas que lo estamos entrevistado simultáneamente, “yo tengo 83 años y la primera película que vi fue cuando yo tenía cinco o seis”, hace una pausa y toma un poco de agua. Habla en español con
un marcado acento portugués “era en blanco y negro, muda, en esta época todas eran así. Una mujer muy vieja tocaba el piano para sonorizarlas. No recuerdo qué película era, lo que sí recuerdo es que las siguientes semanas no pude dormir del miedo que me creó lo que vi en esa película”.

Los periodistas se abalanzan sobre él al terminar la entrevista para estrechar su mano, yo dejo pasar la oportunidad y salgo de la habitación, inseguro sobre qué hacía exactamente ahí adentro. Camino por el lujoso pasillo del Hotel María Cristina y tomo el elevador. En el lobby una colmena de periodistas hace su trabajo entrevistando a cineastas. Salgo a la calle donde un centenar de fanáticos esperan, tras unas rejas, la llegada de Cliff Owen. Camino hacia el río Urumea, que en euskera quiere decir “agua cristalina”. Cruzo el puente. A mi derecha un acordeonista ciego toca algo reconocible. Frente a mí el Cantábrico y el edificio del Kursar, foro con capacidad para mil ochocientos espectadores, corazón del festival.

El Kursar, conformado por dos grandes cubos ligeramente ladeados, fue construido por Rafael Moneo. La alfombra roja, larga y virgen que conduce a uno de los cubos ya está cercada por periodistas que alistan tripiés y afinan sus cámaras de video; otros limpian las lentes y luchan por el mejor lugar para cuando el desfile comience. En el sótano del cubo otro tipo de reporters velan sus armas: decenas de computadoras portátiles decoran la habitación, nadie habla; lo único que suena es el golpe de las teclas. En el cuartel del subsuelo lo que rifa no son las estrellas, sino la programación.

 

Notas para un catálogo

“Lo difícil de seleccionar las películas de un festival es que tienes que rechazar algunas aunque te parezcan buenas: tal vez no tienen la línea del festival o simplemente ya no caben”, me platica uno de los programadores mientras caminamos a la rueda de prensa de la proyección que inaugura la Selección Oficial: Ghosts, de Nick Broomfield. “En la Selección Oficial intentamos poner lo mejor del cine mundial. Tenemos una línea donde damos mucho apoyo al cine Iberoamericano; este año tuvimos una sección llamada ‘Horizontes Latinos’. Después está otra sección llamada Zabaltegi, que se especializa en películas estrenadas en otros festivales que nos hayan llamado la atención por su calidad u originalidad. Dentro de Zabaltegi tenemos una parte dedicada a óperas primas llamada ‘Nuevos Directores’ [en euskera, zabaltegi es “directores nuevos”]; algunas son estrenos; en esta categoría también damos premios. Cada año el festival realiza una retrospectiva de algún cineasta que a lo largo de su carrera haya logrado ampliar el lenguaje cinematográfico; este año se dedicó a Ernst Lubitsch.”

Camino a San Diego, el nuevo filme del director Argentino Carlos Soria, junto con Delirious de Tom DiCillo, protagonizada por Steve Buscemi y Michel Pitt; Copying Beethoven dirigida por Agnieszka Holland, con Ed Harris personificando al consagrado compositor; el documental holandés Forever de Heddy Honigmann, y Half Moon de Bahman Ghobadi, la nueva película del director de Las tortugas pueden volar, fueron algunas de las de la Selección Oficial. Hay una coproducción México-España, Las vidas de Celia, de Antonio Chavarrías, con Daniel Giménez Cacho. The Boss of it All, de Lars von Trier, es parte de la selección oficial, igual que Lonely Hearts, de Todd Robinson, con Salma Hayek, John Travolta, Jared Leto y James Gandolfini, aunque no son parte de la competencia. Un centenar más de películas componen las demás categorías.

 

La selección nacional

Dos películas de mexicanos suenan con ganas en el festival, auque ninguna compite en la selección oficial: Babel, de González Iñárritu, galardonado en Cannes como Mejor Director, inaugura la sección de Zabaltegi, y Children of Men de Alfonso Cuarón que, tras la rueda de prensa, agitó las aguas de la controversia: en la película hay una mujer embarazada que da a luz en cuadro. Cuarón busco a una mujer que se quisiera embarazar, le pidió que el niño fuera mestizo, y todo lo que uno ve en la película es real: el bebé nace en las manos de Cliff Owen. Algunos periodistas juzgaron que su vanidad creativa y su ego como director interferían con la vida misma, mientras que otros alabaron su realismo.

La coproducción México-España que participó en la Selección Oficial, Las vidas de Cecilia –policíaca– recibió dos estoques de castigo por la prensa, que la calificó de pretenciosa y aburrida. Otras dos películas mexicanas que estaban en la sección de “Horizontes Latinos” fueron Morir en domingo, el segundo filme de Daniel Gruener, con claros objetivos comerciales, y Fuera del cielo, ópera prima de Javier Patrón Fox, estrenada en el Festival de Guadalajara: un melodrama cargado de clichés en el que dos historias se entrelazan. El judicial corrupto, los rateros de Tepito, un senador y su hija moribunda, son los personajes de esta tragedia, que tiene una clara influencia de Amores perros. Ambas pasaron inadvertidas por la prensa y no causaron sobresalto entre el público.

En la sección de “Zabaltegi. Nuevos Directores” se presentó La familia tortuga de Rubén Ímaz Castro, prácticamente casera: fue una tesis en video del ccc que se pudo hacer gracias a un apoyo de posproducción en el Festival de Rótterdam. Es una exploración de fracturas familiares tras la muerte de la madre, con planos secuencia bien logrados y cierta complejidad que permite lecturas a diferentes niveles, a pesar de un tinte pretencioso y amateur. La prensa la recibió con ronquidos.

En “Horizontes Latinos” se mostró, con un éxito de crítica arrollador y la mención honorífica de la sección, El violín, de Francisco Vargas Quevedo. Una película de fuertes acentos políticos, que narra la vida de una familia de campesinos en tiempos difíciles. Filmada en blanco y negro, logra capturar los paisajes de México con honestidad dramática. “Odio esto de andar en festivales, no son más que una pérdida de tiempo, un gasto de dinero y para lo único que sirven es para sobarte el ego” –me dijo Vargas Quevedo, oriundo de Ixtapaluca, Estado de México, mientras caminamos junto al río–. “Me tardé cinco años en lograr la película, la filmé donde crecí, con gente que conozco de toda la vida. Quería lograr una película en extremo realista, que pareciera un documental y fuera atemporal: que la gente no supiera si pasó hace veinte años, diez, cinco, hoy o incluso mañana.” Llegamos a una abarrotada sala de proyecciones, en la que lo esperaba un mar de saludos y abrazos, preguntas, fotos. El violín fue estrenada en el Festival de Cannes este año en la sección de Una cierta mirada y fue galardonada con el premio a la Mejor Actuación Masculina, que correspondió a Don Ángel Tavira, músico tradicional de Tierra Caliente, Guerrero, que nunca había salido de México. Me gusta imaginarlo caminando por las calles de Cannes convertido en una celebridad.

 

Los premios

Uno de los efectos de los festivales de cine es la total pérdida de realidad de sus espectadores: el mundo se transforma en un entresueño en el que ya no se sabe qué estaba en pantalla y qué no. Cuando entre la indigestión llegó la hora de los premios, los resultados terminaron rondando lo insípido: Bahman Ghobadi repitió y compartió con Martin Fougeron la Concha de Oro, con las películas Half Moon y Mon fils á moi respectivamente.

Half Moon relata, con tintes cómicos, la gastada historia de un hombre que se propone hacer un viaje antes de morir, un poco al estilo de Kusturica o del neorrealismo italiano. Quedó el sabor de boca de que el Jurado estaba premiando la trayectoria de Ghobadi y, como es común en Europa en estos tiempos, dando apoyo político al cine iraní. Half Moon también fue premiada, injustamente, con la Concha de Plata a la Mejor Fotografía. Mon fils á moi, en cambio, logró algo que yo nunca había visto: la sala completa se levantó a aplaudir a mitad de la proyección. Ópera prima del director, el filme narra las relaciones de odio-amor entre una madre y su hijo con asombrosa fluidez visual. La actuación de Nathalie Baye es extraordinaria y le valió la Concha de Plata a la Mejor Actriz.

El Premio Especial del Jurado lo mereció Carlos Sorín por Camino a San Diego, un roadmovie con actores no profesionales, fórmula que fue perfeccionando en Historias mínimas y El perro. Su más reciente filme cuenta la historia de un joven provinciano, fanático de Maradona, que al enterarse de que su ídolo ha enfermado decide llevarle una talla de madera hasta Buenos Aires. Tom DiCillo ganó con Delirium –una comedia sobre un fotógrafo frustrado que sonó fuerte para la Concha de Oro– en las categorías de Mejor Director y Mejor Guión.

 

Por un puñado de euros

Sentado en el bar del lujoso hotel María Cristina, pido un café exprés. Bruno Ganz, actor que encarnó a Hitler en La caída, es jurado y además está promoviendo su nueva película: Vitus, la historia de un niño genio. Esta sentado junto a mí. No cruzamos ni una palabra porque estamos en mesas distintas. Lo miro y él me sonríe. Cuando me traen la cuenta descubro que los tres segundos de placer que me concedió mi taza valían doce euros. Me pregunto, cuando me repongo del impacto, cuánto costaría el glamoroso martini de Bruno Ganz. ~

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