Los que pertenecemos a este grupo sabemos que existe en Alicante, España, un cementerio nuevo llamado Benissa, que fue construido hace poco para albergar a los cadáveres del antiguo cementerio demolido hace unos años. Ahí, en el nicho 56, se encuentran los restos de un escritor norteamericano que fue rechazado en su país natal, bendecido económicamente en Francia y finalmente nunca adoptado por Moraira, un barrio rico ubicado en Alicante, en donde pasó los últimos quince años de su vida, ya enfermo y con una salud que se deterioraba poco a poco. Al final, no fue la artritis ni el ataque cerebral que lo dejó disminuido –y bajo el cuidado de su tercera y última esposa, Lesley Himes–, sino el Parkinson lo que terminó con la existencia de un hombre que vivió luchando contra todos por ganar su libertad creativa, a través de una habilidad para retratar con exactitud y violencia las miserias del ser humano.
Chester Himes vivió su infeliz niñez en distintas ciudades de Estados Unidos, escuchando las continuas peleas de sus padres. Él, un profesor negro como el carbón; ella, una hermosa maestra, pero con una tez demasiado blanca para ser negra. La pareja vivió en medio de reproches raciales hasta que se divorciaron.
Himes intentó ser buen estudiante en la Universidad Estatal de Ohio, pero en lugar de graduarse con honores terminó en la cárcel, condenado a veinte años de prisión por robo a mano armada. Bien justificado tenía su odio a Estados Unidos: “América me hizo mucho daño”, afirmaba en su autobiografía.
Himes se refugió en la literatura, incluso se podría decir que esta le salvó la vida. Mientras estuvo encerrado, cumpliendo siete años y medio de los veinte, se dedicó a escribir. Fue una manera de protegerse. Los demás presos mostraron respeto por ese negro que se dedicaba a aporrear una máquina de escribir, y los guardias temían que si golpeaban a alguien que aparecía regularmente en la revista Esquire, ellos acabarían en la primera plana de los periódicos. Algún tipo de poder debería tener ese escritor, pensaban.
Salió fortalecido y su literatura lo demostraba. Era tan poderosa, nihilista y políticamente incorrecta que fue muchas veces censurado, o incluso, rechazado por varias editoriales. Pronto entendió el mensaje y se mudó a Francia, un país muchísimo menos racista. Ahí conoció a la segunda y última esposa, ambas de tez clara a pesar de todo lo lastimado que se sentía por los blancos. Ahí también comenzó la serie de libros que lo convertiría en escritor famoso y le daría lo que siempre estuvo buscando para conseguir la libertad: dinero.
Empujado por su editor, Marcel Duhamel, y obligado por la pobreza, Himes escribió, entre 1957 y 1969, ocho novelas protagonizadas por “Coffin” Ed Johnson y “Grave Digger” Jones, dos policías violentos y agresivos pero incorruptibles, que se mueven en el Harlem de los años sesenta. En estos libros es posible advertir también a un grupo de extraños personajes cuya presencia alcanza incluso el protagonismo. Un par de ejemplos: Pinky, un negro albino, gigantesco y algo bruto que aparece en The heat’s on, y el reverendo O’Malley, quien aparece en Cotton comes to Harlem y logra que 87 negros le entreguen cada uno 1,000 dólares para regresarlos a África, la tierra prometida.
La primera novela que conseguí de Himes fue All shot up o Todos muertos, en una traducción de Bruguera que no le hizo justicia, pero poniéndose del lado del traductor, el slang de Harlem debe ser extremadamente complicado de reproducir en español. El libro costó veinte pesos en una librería de viejo hace más o menos quince años, desde ese momento me obsesioné con poseer todo lo que encontrara del autor de novela negra más negro de la historia de la literatura. Fue muy complicado, pero poco a poco fueron apareciendo libros suyos en las pocas librerías de viejo que hay en Torreón.
Se convirtió en uno de mis autores de culto, me sentía parte de un muy exclusivo club de conocedores que en mi ciudad se reducía a uno: yo. Por supuesto que pronto conocí a otros lectores que profesaban la misma admiración por Himes. Aun así, el hombre que destruyó los moldes que significaban ser un escritor negro, uno de los más grandes autores de novela negra, sigue siendo casi un desconocido en este país.
Tal vez los que lo leemos sí somos un pequeño grupo dañado por su visión pervertida, violenta y sanguinaria de Harlem. Tal vez somos como aquel personaje de Todos muertos: un tipo que camina casi tranquilamente con un cuchillo en la cabeza. Una literatura muy difícil de sacar de la mente. ~
(Torreón 1978) es escritor, profesor y periodista. Es autor de Con las piernas ligeramente separadas (Instituto Coahuilense de Cultura, 2005) y Polvo Rojo (Ficticia 2009)