Una visita a Leonora Carrington

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Ese domingo en la tarde, al llegar a la casa de Leonora Carrington en la calle de Chihuahua, tengo la impresiรณn de hallarme entre dos Mรฉxicos: el de los aรฑos cuarenta del siglo XX (cuando ella y su marido, el fotรณgrafo hรบngaro Emerico “Chiki” Weisz, fallecido en 2007, llegaron a la capital entre los artistas y escritores que salieron de Europa huyendo de los nazis), y el Mรฉxico delirante de comienzos del siglo XXI (como la tรญpica colonia Roma, donde la Carrington ha vivido desde hace sesenta aรฑos, y la cual, siguiendo el ritmo de crecimiento de la ciudad, se ha llenado de ejes viales, giros negros, universidades, academias, funerarias y prostรญbulos). En la acera de enfrente de su casa se encuentran todavรญa los escombros de un edificio colapsado durante los terremotos de septiembre de 1985. Esas ruinas al paso del tiempo se parecen cada dรญa mรกs a una imagen de Giambattista Piranesi de las Carceri d’Invenzione que a un mausoleo involuntario del edificio clasemediero derrumbado, en la actualidad habitado por alcohรณlicos, drogadictos y una fauna humana subrepticia que entra y sale por debajo y por arriba de planchas de concreto y de puertas y ventanas improvisadas. Por recomendaciones de la artista yo no debรญa verles con fijeza, a riesgo de meterla en problemas, pues como ella me advirtiรณ: “tรบ te vas, pero yo vivo aquรญ”. El problema es que verles resulta irresistible, ya que sus moradores han creado verdaderamente una instalaciรณn plantando entre los escombros camas, muebles de cocina, espantapรกjaros, antenas de televisiรณn y banderas tricolores, todo bajo el ir y venir de perros callejeros y gatos negros.

“¿Quiรฉn es?”, pregunta Leonora del otro lado de la puerta de metal. Al identificarnos por nombre mi esposa Betty y yo, ella abre la puerta y aparece una mujer frรกgil, pero erguida, de rostro un poco arrugado, pero todavรญa bello y distinguido. Una vez en el interior de la casa, nos encontramos en un vestรญbulo helado, al que nunca le da el sol, y mientras la luz se prende en el pequeรฑo corredor (a ella no le gusta dejar las luces prendidas “si no hay nadie”) vemos sus creaciones recientes: esculturas en bronce de nagรกs, Lady Godiva, la Esfinge y otros seres fantรกsticos nacidos de las mitologรญas indias, mayas o celtas colocadas aquรญ y allรก como si no tuvieran importancia. “Hice mi primera escultura cuando estaba jugando con lodo a los seis aรฑos”, ha dicho ella, aunque allรญ estรก la รบltima, realizada mรกs de ochenta aรฑos despuรฉs.

Cubierta de suรฉteres y envuelta en un chal, Leonora nos conduce a la cocina, ya que en su casa no hay sala ni comedor, ocupados los cuartos penumbrosos por las criaturas de su mundo plรกstico, y en el primer piso, abandonado, un sofรก en el que nadie se sienta. Incluso para apreciar los cuadros de Leonora que estaban colgados sobre el lecho austero de su marido, habรญa que hacerlo en la penumbra.

Sentados a la mesa, nos ofrece tรฉ negro, tequila o whisky, y aprovecha nuestra presencia para fumarse un cigarro. Tarjetas con reproducciones de obras de arte –muchas con gatos– y fotos de la familia real britรกnica, la princesa Diana incluida, estรกn pegadas a las puertas de la alacena y del refrigerador. Sobre la mesa, entre tazas y platos y sobres con tรฉ y azรบcar, hay medicinas y paquetes de cereal. De repente, haciendo gala de su humor negro, me pide, “cuรฉntame chismes de polรญticos. Entre mรกs horribles, mejor”. Pero cuando empiezo a contรกrselos, me interrumpe: “No quiero oรญr mรกs.” Lo mismo sucede con las historias sobre matanzas de animales, a los que ama apasionadamente: “Hay muchos animales que me gustan”, ha dicho. “El primero no es el ser humano; lo pongo en el lugar mรกs bajo de mis preferencias. El ser humano es un ser terrible que asesina y me da mucha tristeza pensar que yo soy de esta especie.”

Si bien Leonora Carrington es considerada una leyenda viva del surrealismo, y es la รบnica sobreviviente de las tres grandes pintoras surrealistas que realizaron su obra en Mรฉxico –las otras son Frida Kahlo (nacida y muerta en Coyoacรกn, en 1907-1954) y Remedios Varo (Anglรจs, Girona, 1908-Mรฉxico, 1963), quien llegรณ a Mรฉxico en diciembre de 1941 con Benjamin Pรฉret–, ella evita hablar de su arte, aunque de su pasado inglรฉs nunca se olvida: “La รบnica persona presente en mi nacimiento fue nuestro querido, fiel y viejo fox-terrier, Boozy, y un aparato de rayos X para esterilizar vacas. Mi madre se hallaba ausente a la sazรณn, tendiendo trampas a los langostinos que por aquellas รฉpocas infestaban las altas cumbres de los Andes.” Asรญ ha evocado su llegada al mundo en el pueblo de Clayton Green, Lancashire, en el norte de Inglaterra, el 6 de abril de 1917.

Lo que mรกs le incomoda, y considera casi de mal gusto de parte de la gente, es que se le pregunte sobre su relaciรณn con Max Ernst; tanto que una vez que le hice una pregunta sobre ese tema delante de Chiki me contestรณ molesta: “¿Te gustarรญa que yo te preguntara de tu vida erรณtica delante de tu mujer?” Sin embargo, la historia es tan conocida que parece que dejรณ de pertenecer a su vida privada. En 1937, sus amigos hรบngaros Ursula y Ernรถ Goldfinger la presentaron en Londres al artista alemรกn. “Yo ya sabรญa quiรฉn era Max, porque mi madre, y esto es un detalle muy curioso, me habรญa regalado el libro sobre el surrealismo de Herbert Read por Navidad. En este libro Deux enfants menacรฉs par un rossignol me causรณ una enorme impresiรณn.” Poco despuรฉs huyรณ a Parรญs y pronto ella y Max Ernst se instalaron en un departamento en la rue Jacob. En el verano de 1938 la pareja se mudรณ a una granja abandonada en Saint-Martin d’Ardรจche y empezรณ a esculpir sirenas aladas, minotauros y criaturas fantรกsticas en los muros y las rampas, realizando en la parte exterior un gran bajorrelieve.

Los primeros libros de Leonora, La casa del miedo (1938) y La dama oval (1939), tuvieron ilustraciones de Max Ernst, ya que la Carrington es tambiรฉn escritora y ha sido una gran lectora de obras sobre los gnรณsticos, los celtas, el budismo tibetano, la cรกbala y las ciencias, y conoce bien El libro de los muertos, el I Ching y Alicia en el paรญs de las maravillas. Disfruta los cuentos de terror –el britรกnico M. R. James es su autor preferido de historias de fantasmas– y las novelas policรญacas. “Yo quisiera tener un residente policรญaco”, bromea ella. De aquellos aรฑos sobreviven especialmente dos pinturas: la de Leonora, Retrato de Max Ernst, y la de Max Ernst, Leonora a la luz de la maรฑana.

“Era una รฉpoca muy feliz de mi vida, hasta que estallรณ la guerra”, recuerda Leonora, pues en 1939 Max Ernst fue internado por las autoridades francesas como un “enemigo forรกneo” en un campo de Largentiรจre, y luego transferido a otro en Les Milles, cerca de Aix-en-Provence. El aรฑo siguiente fue arrestado e internado de nuevo, esta vez como “sospechoso”. En 1943, ya en Mรฉxico, la artista contรณ la historia a su amiga Jeanne Megnen, para despuรฉs escribirla en En bas, una crรณnica de la locura digna del mejor Artaud. “Empiezo, por tanto, en el momento en que se llevaron a Max por segunda vez a un campo de concentraciรณn, escoltado por un gendarme que portaba un fusil (mayo de 1940). Yo vivรญa en Saint-Martin d’Ardรจche. Estuve llorando varias horas en el pueblo, luego volvรญ a mi casa, donde me pasรฉ veinticuatro horas provocรกndome vรณmitos con agua de azahar, interrumpidos por una pequeรฑa siesta. Esperaba desviar mi sufrimiento con estos espasmos que me sacudรญan el estรณmago como terremotos. Ahora sรฉ que este no era sino uno de los aspectos de esos vรณmitos: habรญa visto la injusticia de la sociedad, querรญa limpiarme yo misma primeramente, y luego ir mรกs allรก de su brutal ineptitud. Mi estรณmago era el lugar donde se asentaba la sociedad, pero tambiรฉn el punto por donde me unรญa a todos los elementos de la tierra. Era el espejo de la tierra, cuyo reflejo es tan real como la persona reflejada.” Esta รบltima referencia me recuerda su facultad de escribir con las dos manos a la vez, y al revรฉs. “Sรญ, soy ambidiestra, como los locos. Pero ahora estoy mรกs loca que cuando estuve en la casa de locos”, exagera ella, con su habitual humor negro.

Leonora viajรณ a Espaรฑa con dos amigos en un pequeรฑo Fiat. “Me asfixiaban los muertos, su densa presencia en ese paรญs lacerado. Me encontraba en gran estado de exaltaciรณn… convencida de que tenรญamos que llegar a Madrid lo mรกs rรกpido posible… En medio de la confusiรณn polรญtica y un calor tรณrrido, tuve el convencimiento de que Madrid era el estรณmago del mundo y que yo habรญa sido elegida para la empresa de devolver la salud a este รณrgano digestivo”, escribiรณ Leonora en En bas. Sin embargo, al redactar la crรณnica de su paso por la locura, a Leonora, honesta consigo misma, le preocupรณ caer en la ficciรณn, entreverando autobiografรญa con fantasรญa. En Espaรฑa, al sufrir una crisis mental, explicada como una “psicosis de guerra”, su familia intervino para que fuera internada en una clรญnica en Santander.

“¿Cรณmo decir el delirio sin perderse en el grito que debe decirlo? Los mรกs grandes, Nerval, Artaud no han podido”, escribiรณ Jean Schuster en 1973, en la reediciรณn de En bas, una obra que algunos consideran un ejemplo de “diario surrealista”. ¿Cรณmo ha podido Leonora Carrington sobrevivir a los delirios de la razรณn y a los acosos de las criaturas fantรกsticas de su mundo y otros mundos y mantenerse serena y seguir pintando?, me pregunto yo. “Yo soy una vieja dama que ha vivido mucho y ha cambiado –si mi vida vale algo yo soy el resultado del tiempo”, escribiรณ Leonora a los 56 aรฑos a su editor Henri Parisot. Sin embargo, a menudo ella ha dicho que no sabe si inventa el mundo que pinta o ese mundo la inventa. “Probablemente lo รบltimo”, me aclara.

En 1941, en Madrid rumbo a Portugal, en un tรฉ danzante reconociรณ a Renato Leduc, el diplomรกtico, periodista y poeta mexicano, diecinueve aรฑos mayor que ella, que residรญa en Lisboa y que Pablo Picasso le habรญa presentado aรฑos atrรกs en Parรญs. El padre de Leonora, uno de los mayores accionistas de la compaรฑรญa Imperial Chemicals, habรญa arreglado que un guardiรกn la llevara a Lisboa, desde donde serรญa enviada a Sudรกfrica para ser internada en un sanatorio. Una vez en Lisboa, Leonora se las arreglรณ para escapar de su captor y pidiรณ asilo en la embajada de Mรฉxico, donde trabajaba Leduc. Un poco de destino venir a Mรฉxico, le digo. Y ella contesta: “Bueno, el destino fue esa monstruosidad que era Hitler.”

En Lisboa, pero “en territorio mexicano”, como le dijo el embajador de Mรฉxico, Leonora se casรณ con el poeta Renato Leduc para poder salir de Portugal. En 1941, entre diplomรกticos mexicanos y refugiados de varias nacionalidades que escapaban de la guerra, partiรณ hacia Nueva York en uno de los รบltimos barcos que pudieron salir de Europa. A su llegada a Mรฉxico, en 1942, obtuvo la nacionalidad mexicana y entrรณ en contacto con el cรญrculo de surrealistas que vivรญan en la capital del paรญs: Remedios Varo y Benjamin Pรฉret, Kati y Josรฉ Horna, Wolfgang Paalen y Alice Rahon, entre otros.

Divorciada de Renato Leduc, Leonora se casรณ en 1946 con Emerico “Chiki” Weisz, con quien tuvo dos hijos: Gabriel y Pablo. Antes de morir, Chiki me contรณ que Leonora “es la mujer con quien yo querรญa estar, porque ella era como es ahora, muy artรญstica y muy autรฉntica. Entonces estaba casada con Renato Leduc y yo la conocรญ en la casa de Remedios Varo y Benjamin Pรฉret, en la colonia San Rafael. A esta casa (en la colonia Roma) vinimos cuando naciรณ Pablo. Fue Pรฉret quien nos encontrรณ la casa y aquรญ nos quedamos. Nunca quise regresar a Hungrรญa. La pasรฉ muy mal. Era un lugar antisemita y como yo era judรญo me perseguรญan mucho. Mi madre vivรญa en un departamento de alquiler en un tercer piso, y como la ventana daba a la calle, vimos un dรญa un desfile de jรณvenes nazis cantando: ‘Cuando el cuchillo estรฉ chorreando sangre de judรญos, serรกn buenos tiempos.’ Despuรฉs mataron a dos hermanos. Pero tambiรฉn a los primos y a casi toda la familia”. Desde su llegada al Distrito Federal, y hasta su muerte en 2007, Chiki no abandonรณ ni una sola vez la ciudad. Leonora, salvo algunos viajes cortos, saliรณ por dos periodos largos para vivir en Chicago y Nueva York, la primera en 1968, despuรฉs de la matanza de estudiantes en Tlatelolco dรญas antes de los Juegos Olรญmpicos, cuando su nombre apareciรณ en la lista de intelectuales conspiradores contra el gobierno que la escritora Elena Garro entregรณ a las autoridades, y la segunda despuรฉs del terremoto de 1985, cuyas cicatrices quedaron marcadas en el edificio colapsado delante de su casa. “Cuando los perros rastreadores que se habรญan fletado por una agencia internacional para las labores de desescombro de supervivientes fueron desviados y vendidos como animales de compaรฑรญa, Carrington sintiรณ que no aguantaba mรกs vivir en Mรฉxico”, segรบn la escritora inglesa Marina Warner.

En la ciudad de Mรฉxico, Leonora estableciรณ una buena amistad con el cineasta Luis Buรฑuel, a quien habรญa conocido en Nueva York y con quien compartรญa su pasiรณn por el surrealismo. “Tenรญa muy buen sentido del humor negro”, explica, aunque recuerda que el cineasta no llevaba a ningรบn lado a su esposa Jeanne, “por tenerla encerrada”. Sobre Octavio Paz, ella recuerda que al principio lo vio a menudo, pero en los รบltimos aรฑos de su vida muy poco. Al hablar de “ironรญa” romรกntica y “humor” surrealista el poeta afirmรณ que “la plena libertad erรณtica se alรญa a la creencia en el amor รบnico… Las heroรญnas romรกnticas, hermosas y terribles como esa maravillosa Carolina de Gunderode reencarnan en mujeres como Leonora Carrington” (Octavio Paz, El arco y la lira, 1956).

Tal vez la relaciรณn mรกs fuerte fue con la pintora espaรฑola Remedios Varo –a la que habรญa conocido en Parรญs–, quien, gracias a la polรญtica generosa de asilo a los refugiados espaรฑoles del presidente Lรกzaro Cรกrdenas, se encontraba en Mรฉxico desde 1941 exiliada de la Espaรฑa franquista. Leonora y Varo hablaban de filosofรญa, religiรณn, pintura y literatura, diseรฑaban trajes y sombreros para obras de teatro, cocinaban platos incomestibles con ingredientes extraรฑos que encontraban en los mercados mexicanos y se mandaban diariamente mensajes. Pero ademรกs de “compartir la sensaciรณn de que ambas estaban especialmente inspiradas por extraรฑas fuerzas internas, que habรญan sido elegidas para un viaje psรญquico espacial”, segรบn Janet Kaplan, Viajes inesperados / El arte y la vida de Remedios Varo, hubo influencias de forma y de fondo de parte de Carrington sobre Varo. Por ese tiempo, Andrรฉ Breton calificรณ a Leonora Carrington y a Remedios Varo como “los mรกs bellos haces de luz” de la pintura de la posguerra.

La identificaciรณn de Leonora con el caballo no es extraรฑa: la artista siempre ha sentido fascinaciรณn por ese animal, aunque cuando se le preguntรณ si creรญa en la reencarnaciรณn, respondiรณ: “¿Quiรฉn me gustarรญa haber sido en mi vida pasada? No sรฉ, quizรกs un animal… algo con alas… un murciรฉlago.”

Leonora Carrington me ha dicho repetidamente que “la vejez estรก llena de miedos, miedo de morir, miedo de hacerse mรกs viejo”, pero a su edad siempre hay un lugar para lo fantรกstico y para el humor, como cuando hace poco Betty le preguntรณ a dรณnde le gustarรญa ir y por ese anhelo del Norte que a veces no puede ocultar Leonora contestรณ lacรณnicamente: “a Laponia”.

“Mi ambiciรณn es cada vez mรกs flaca, mรกs flaca”, afirma, mientras por un pasillo exterior, y la escalera de servicio, nos lleva a su estudio en la azotea para mostrarnos las figuras en plastilina que pronto se convertirรกn en esculturas de bronce. “Quien diga que la vejez es idรญlica, no sabe lo que es ser viejo.”

Las horas han pasado y hacia las ocho de la noche nos acompaรฑa a mi esposa y a mรญ a la salida. Para entonces las luces y las vallas publicitarias de las ruinas del edificio delante de su casa se han encendido y perros y gatos corretean por la calle hacia un eje vial. Al decirle adiรณs, me doy cuenta de que a sus noventa aรฑos –los cumpliรณ el 6 de abril de 2007– Leonora Carrington ha creado a una mujer fiel a sรญ misma. Pues aunque ella ha dicho que “con los aรฑos tambiรฉn se van los sueรฑos”, en su caso los sueรฑos todavรญa estรกn allรญ. ~

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(Contepec, Michoacรกn, 1940) es poeta, narrador, diplomรกtico y activista ambiental.


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