Urraco derrumba downtown

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Prefiere el estacionamiento de Bellas Artes. Teme la entrada, que le evoca la janua inferni, el descenso a la gruta geométrica de neón. Ella espera arriba, cantando un aria de su invención Je suis Titania! Donde dice ENTRADA, él lee Lasciate ogni speranza. Baja el zigurat, vestigio de caducos ritos iniciáticos, encomendándose a Arne Saknussem. Ante los autos quietos, cuerpos petrificados de quienes fracasaron en la prueba, su ansiedad aumenta. Llega al sexto nivel y se estaciona. Se prepara para la prueba final: alcanzar la escalera sin sucumbir a las emanaciones. Tiene la teoría de que, bajo el concreto del sexto nivel, se localiza el horroroso culo de Coatlicue. Apaga el motor, calcula la distancia a la escalera, toma aire y corre.
     Asciende por el cráter del Strómboli y llega a la plazuela. De nuevo ha sido parido a la sociedad civil. Comprueba los bronces que coronan su proeza. El beso de Titania lo reconforta. ¡Como Ulises y Eneas, ha dejado atrás la oscuridad! ¡Qué emocionante es ir al centro!
     Enderezan hacia levante en una travesía plagada de peligros. El primero, cruzar el "Piélago de los microbuses", plaga espeluznante abortada del sucio apareamiento de la deforme K—ala y el hediondo Mrytu. A la mitad del cruce, una señora redonda obstruye el paso. Se acerca el microbús. Titania, ignorante del peligro, burbujea pecesitos y arbolitos. Al saltar, él pisa el pie de chapata y jitomates bolita de la gorda, sobacos de almohada, epidermis de tiramisú. La señora suelta de la boca como hangar un peculiar insulto ¡Urraco!
     —¿Cómo te dijo? —inquiere Titania.
     —Creo que… Urraco.
     —¡Urraco! —repite ella, riendo.
     Por si quedaba duda, la señora 3.1416 repite: ¡urraco! Él pide perdón y de nuevo ¡urraco! Un buen insulto es ante el que no hubo respuesta inmediata. Uppercut directo a la imaginación que cae averiada en la lona del silencio. Urraco derrotado. Urraco no Voltaire.
     —¿Comemos primero, Urraco? —dice ella, con cataplasma. Es en vano. El insulto tatuado en el alma. ¿No habrá querido decir verraco? Urraco cumple cincuenta en el 2000. Sombrío, piensa que el año pasado tenía 32 y el que viene tendrá 64. Si los cuarenta es la vejez de la juventud los cincuenta es la juventud de la vejez. "Menos mal —piensa Urraco—, pronto estaré en la flor de la senilidad".
     ¡Pero no debe perderse en lucubraciones! Su cruzada es conducir sana y salva a Titania rumbo a la enigmática Tierra de los Donceles, imberbes protectores de libros viejos. ¡Oh paradoja! ¡Donceles cuidando viejo! ¡Estúpidos Donceles en la vejez de la niñez!
     Imposible llegar sin reponer fuerzas. Urraco propone el Danubio en pos de un pescado, símbolo de vida y fertilidad, primo del delfín que salvó a Anfión, avatar de Vishnu y clave del ichthus cristiano. Pero resulta que hay rana y Titania opta por la rana. Urraco tiembla en secreto. Rana es yin y la Gran Rana hindú, Mahamand—uka, además de sostener al universo, invoca a la lluvia. Nada de esto parece inquietar a Titania, que lee servilletas y mastica batracio.
     Al salir, claro, comienza la lluvia minuciosa. Urraco y Titania dejan atrás tierras de Isabel la Católica y libran el Escila y Caribdis de las zapaterías de Tacuba. De pronto, cae una lluvia tan fuerte que en cada goterón parece viajar Danae, de cuerpo entero. Urraco pone a salvo a Titania en la dudosa seguridad de la tienda Ilusiones Kathy. Las ilusiones son brasieres lilas, pantaletas pistache en aros de alambre como platívolos de nylon, ambiguos brasieres de varilla y encaje, torsos cercenados de styrofoam blanco y nalgas planetarias. Urraco se pregunta si habrán escogido el nombre Kathy para vender brasieres en memoria de Santa Catalina, que prescindió de golpe tanto del brasier como de necesitarlo. Entre ligueros Candy y medias Marvilí, un adminículo extraño, especie de calzón con ventanas, llamado "El Levantaglúteos".
     Llegan al polvoso paraíso de los libros usados. Urraco arranca: ¡Librerías de viejo, instituciones venerables, lázaros y cadáveres, catálogos de decepción, sede de la quincalla, fosa común y cielo de los elegidos, promesa y desaire! Entran con prudente economía: equilibrar la esquiva esperanza y la sabia anticipación al fracaso.
     Los libreros españoles se han llevado todo. Hordas de donceles arreglan libros a un ritmo de rock ultraheavy. Urraco mira a un escritorzuelo de una mafiezuela deslizarse por una puertecilla casi secreta. ¡El sancta sanctorum! Titania hurga botánica y veterinaria. Los donceles cholopunks construyen muros precarios de papel. Un hombrecillo de cara aquilina seduce a la cajera leyéndole versos picosones. Su corbata lustrosa es su curriculum, bodas y bautizos, mole y betún.
     Urraco quiere entrar por la puertecilla y un empleado se lo impide. Señala hacia los libros que se adivinan dentro, en la penumbra. El empleado niega sin decir palabra. Urraco insiste y el empleado enfurece de pronto y dice una frase que Urraco aún destraba, poco a poco: "¡Ya no derrames downtown!" –

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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