Durante el siglo XIX también hubo mujeres exploradoras y viajeras que partieron a tierras lejanas por el afán de aventura, descubrimiento e interés por otros mundos. Nos han repetido una y otra vez los nombres de hombres exploradores, viajeros y retratistas de las costumbres y vidas cotidianas de las Américas, como Alexander Von Humboldt, Brantz Mayer y Carl Nebel. Pero una vez que volteamos la mirada con otras preguntas hacia nuestro pasado encontramos también a tantas otras mujeres viajeras e intelectuales. Entre aquellas mujeres que exploraron México, Adela Breton (1849-1923) sobresale como una intrépida viajera en solitario que investigó los sitios arqueológicos y las culturas precolombinas durante décadas. En 1892 desembarcó en Veracruz en uno de los primeros barcos turísticos que viajaron del sur de Inglaterra hacia las Américas. Navegó durante un mes a través del Atlántico, junto a otras y otros europeos con ánimo de conocer los paisajes y las comunidades exóticas retratadas en los bestsellers de aquellos exploradores de inicios del siglo. Los panoramas de la Ciudad de México, pinturas murales circulares, que llegaron a toda Inglaterra, también motivaron a la clase burguesa a conocer el país.
Durante el trayecto por el Atlántico, Breton imaginó los paisajes naturales y rurales, sus gentes y costumbres que vio en los siguientes meses. Adela viajó desde muy pequeña por las ciudades europeas con sus padres, transitando de un lugar a otro en largas estancias. A sus cincuenta años, y tras la muerte de sus padres, de quienes heredó una cuantiosa cantidad de dinero, decidió emprender una vida llena de viajes de exploración y estudio.
A finales del siglo XIX, algunas mujeres de la élite victoriana tuvieron ciertas libertades para moverse solas y recorrer el mundo. Si la mujer está tradicionalmente asociada al hogar y a la tierra del esposo, a la que supuestamente pertenece, la mujer viajera rompe estigmas y los límites del espacio doméstico. Pensamos únicamente en hombres cuando hablamos de exploradores y aventureros, personas que se mueven por el afán (y el placer) de emprender travesías y conocer nuevos espacios, saberes, personas y culturas. Pero las mujeres también se mueven, transitan, como nómadas, peregrinas y aventureras. Las mujeres viajeras decimonónicas se resistieron a la domesticación, tomaron sus cuadernos para escribir o pintar y emprendieron periplos hacia otros continentes. Aunque menos reconocidas, las mujeres viajaron al Nuevo Mundo como exploradoras, escritoras, académicas y artistas. Desde la ruptura con la imperial España (1825) y durante la transición a la modernidad (1880), las mujeres incursionaron en los paisajes urbanos y rurales americanos. Eran predominantemente mujeres europeas independientes de clase media y mediana edad que deseaban escapar de las limitaciones sociales que encontraban en sus países de origen. Flora Tristán, Maria Graham y Frances Calderón de la Barca son algunas de las mujeres que escribieron sobre sus vidas mientras viajaron por las ciudades emergentes de América Latina.
Si bien Adela Breton no escribió sobre sus viajes, dejó un extenso archivo visual de acuarelas que puede considerarse una especie de diario; cada dibujo narra un aspecto de sus excursiones. Al igual que otras mujeres que se aventuraron a las Américas en busca de descubrimientos científicos –como Zelia Nuttall, a quien le debemos mucho sobre lo que sabemos del códice mixteco Zouche-Nuttall; Alice Dixon Le Plongeon, arqueóloga y fotógrafa, y Maria Sibylla Merian, precursora de la entomología y científica–, Breton viaja por México y Centroamérica con el afán de investigar y aprender. A través de sus dibujos, reclama su lugar como una de las primeras arqueólogas que investigaron los sitios precolombinos en México y Guatemala.
Los cuadernos de bocetos funcionan como un diario visual de los primeros viajes de Breton por México. Las numerosas acuarelas representan paisajes, arquitecturas, objetos arqueológicos y pueblos de Oaxaca y Puebla. Como los hombres exploradores de principios de siglo, dibuja como testigo de estas tierras extranjeras. Presta atención a los edificios precolombinos, pero sobre todo a las personas que encuentra a su paso. A diferencia de otros cuadernos de viaje, aquí pinta para sí misma como una expresión íntima de su trayecto. Sus dibujos ofrecen la mirada de una mujer errante, una artista en movimiento sin el interés de formular un discurso objetivo. La relación entre la artista y el objeto de la pintura –el paisaje, los pueblos, los artefactos arqueológicos– le da fluidez y espontaneidad a su trabajo, de un dibujo a otro vemos su mirada en movimiento. Breton está menos interesada en representar a México como un país accesible que en describir su viaje a medida que se desenvuelve. México no es un lugar perceptible y tranquilo, sino un lugar lleno de contrastes, paisajes naturales, formas de vida humana y culturas antiguas; es casi inaccesible y difícil de representar.
Imágenes inacabadas, ensambladas y contrastadas forman parte de sus primeros cuadernos. Los dibujos la muestran como una nómada sin destino fijo, una real exploradora. Deliberadamente deja trazos incompletos y pocas notas mientras se mueve de un lado a otro en su trayecto por las zonas rurales del México de Porfirio Díaz. En uno de sus primeros cuadernos retrata el sitio arqueológico de Mitla. Sus trazos son cuidadosos, le interesa capturar los detalles de la pared de piedra, los diferentes colores del dique y la profundidad en la perspectiva. Sentimos que estamos por entrar al edificio. Breton retrata las cámaras subterráneas del segundo palacio detallando algunos ladrillos y dejando incompleta la mayor parte de la escena. Le preocupaba menos la precisión que el instante en el que ve desde la entrada frontal el gran sitio arqueológico. La espontaneidad y la incompletitud caracterizan estas acuarelas y, por lo tanto, muestran cómo ella misma transitó en este espacio extranjero. Las escenas de Breton representan una perspectiva del viajero libre, la narrativa de un explorador. En otra acuarela, la viajera retrata una casa rural en Tlaxcala y presta especial atención a la representación de los elementos naturales y del momento. Podemos ver los volcanes a lo lejos, la flora que caracteriza la región y una persona saliendo de la casa. La escena ejemplifica el paisaje rural único de México, pacífico y exótico. Mientras que antes, en Mitla, sus bocetos estaban incompletos, el dibujo de Tlaxcala ocupa toda la página y revela la actitud de Breton al plasmar las particularidades de su viaje.
El regreso de Breton a México en su viaje de 1893 duró unos dieciocho meses, en los que estuvo en constante movimiento, deteniéndose en algunos lugares para breves estancias. Aunque siguió las principales ciudades y atracciones turísticas mencionadas en los folletos, también visitó áreas remotas y lugares a los que solo llegaban los lugareños. Fue en este recorrido que comenzó a visitar zonas arqueológicas. Pablo Solorio, un hombre indígena de Churumuco, Michoacán, viajó con ella como su guía. No muchas viajeras se aventurarían a la vida del campo y a la travesía nómada, mucho menos a un viaje con un guía hombre. Breton y Solorio se acompañarían en muchas expediciones futuras. Él incluso la visitaría en su casa en Inglaterra en 1895. Conociendo los alrededores, Solorio le sirvió de guía y sabría cómo llegar a las ruinas antiguas en el desierto y a las ruinas aún cubiertas por la naturaleza, vírgenes de la mirada del arqueólogo. En su gira de 1892 y 1893, Breton visitó por primera vez las pirámides de Teotihuacan, cerca de la Ciudad de México –entonces aún poco estudiadas–, Xochicalco, en Morelos, Mitla y Monte Albán en el Valle de Oaxaca.
Las piezas precolombinas detalladas forman parte de este cuaderno de viaje y muestran el creciente interés de la exploradora por las ruinas antiguas. Recorriendo Tlacochahuaya, un pueblo cercano a la ciudad de Oaxaca, Breton descubre piezas de cerámica precolombina. Fascinada y alentada por los hallazgos arqueológicos, más tarde viajaría sin descanso recolectando y estudiando objetos arqueológicos. Construiría un archivo de dibujos arqueológicos como evidencia de su investigación. Esta perspectiva separa a las comunidades indígenas contemporáneas de su pasado, como reconoció Mary Louise Pratt en la obra de Alexander von Humboldt: “La imaginación europea produjo sujetos arqueológicos al separar a los pueblos no europeos contemporáneos de su pasado precolonial e incluso colonial.” La mirada de Breton es similar en el sentido de que representa estos espacios y artefactos desprovistos de sus resonancias actuales. Se interesa por las ruinas como construcciones del pasado y por los restos materiales de culturas antiguas. Las imágenes evocan una sensación de nostalgia por el pasado perdido. Breton encuentra las culturas precolombinas como sitios y objetos aislados que necesitan contexto. Al incluir bocetos arqueológicos, señala su intensa curiosidad y apela a los restos de civilizaciones antiguas.
En una acuarela de Tlacochahuaya, una pieza de cerámica representa a una mujer indígena sentada con las piernas cruzadas y las manos descansando sobre sus rodillas. Breton detalla su elaborada ornamentación: aretes, collar y pulseras. Los múltiples componentes de su vestido y el exceso de decoración en la pieza de cerámica demuestran su riqueza y posición social. Aunque Breton no hace más anotaciones, presta especial cuidado al dibujarla, probablemente reconociendo el significado de los artefactos, el rostro y los arreglos en el cabello. Otra acuarela de Tlacochahuaya enfatiza los mismos detalles iconográficos. Breton estaba interesada en precisar el tamaño de los objetos desde su perspectiva y se centró menos en escribir un texto que los explicara. La configuración más esporádica de los bocetos revela el encuentro de Breton con lo nuevo. En este momento de su carrera sigue siendo una exploradora que deambula por las ruinas sin un proyecto aún en mente. En lugar de notas, las composiciones de información visual de su archivo personal se convertirán en la fuente de futuras investigaciones.
Otra contemporánea suya viajó por México para visitar y estudiar ruinas antiguas y pronto se convertiría en una de las arqueólogas más importantes de códices prehispánicos. Zelia Nuttall (1857-1933) fue una erudita y arqueóloga estadounidense que estudió las culturas precolombinas y viajó mucho por México a lo largo de su vida. Unos años antes de la primera excursión de Breton, Nuttall permaneció cinco meses en el Museo Nacional de México, estudiando y coleccionando piezas de cerámica antigua. Reconocida entre los arqueólogos tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña, más tarde se convirtió en asistente especial honoraria en arqueología mexicana en el Museo Peabody de Harvard. En 1901 Zelia y Adela intercambiaron dibujos y comentarios sobre los objetos arqueológicos que hallaron en sus travesías. A fines del siglo XIX, los logros académicos de Breton también empezaron a ser conocidos en el mundo académico predominantemente masculino.
Los dibujos posteriores de Breton muestran más improvisación y atención a la vida cotidiana de las personas, convirtiéndose en un diario de pinturas de viaje íntimo. Su mirada cambió con sus viajes. Después de su segunda estancia en México, su proyecto se convirtió en un estudio de los sitios arqueológicos y dedicó gran parte de su tiempo a copiar murales, objetos de cerámica y ruinas como parte de su investigación.
En 1917, Breton se encontraba en su habitación en un hotel en Canadá. Llevaba más de veinte años viajando por México para estudiar las ruinas de sitios prehispánicos. En los últimos meses recorrió el continente desde Centroamérica hasta las cataratas del Niágara. En la habitación transcribió sus notas en 34 hojas de la libreta del hotel para enviarlas cuanto antes a William Gates, quien preparó la edición de un libro sobre lenguas indígenas. Durante su estancia en la zona maya, escribió un vocabulario de la lengua poqomchí con la ayuda de hablantes nativos. En 2019 esta lengua era hablada por alrededor de 130 mil personas. Su vocabulario es valiosísimo. Breton también transcribió un libro de doctrina cristiana escrito en lengua quekchí. Le interesaban las diferentes lenguas habladas en el centro y sur de México. Ambos documentos forman hoy parte de la carpeta de la correspondencia de William Gates de la biblioteca Harold B. Lee, en Utah.
Adela Breton fue una exploradora, intelectual y artista. Visitó México, Perú, Guatemala, Canadá y Estados Unidos –y muy posiblemente también Japón–. Viajaba sola en un mundo patriarcal en el que el espacio para las mujeres era sobre todo el doméstico y en el que eran excluidas de la producción intelectual. Breton vio en los viajes una manera de liberarse de estas limitaciones y encontró en ellos la posibilidad de estudiar, pintar y participar en las investigaciones arqueológicas de las culturas precolombinas que dominaban la academia angloparlante de finales del siglo XIX. Sus cuadernos de bocetos llenos de acuarelas y anotaciones reflejan su transición de una nómada viajera a una autodidacta en trayecto. ~
es investigadora, bibliotecaria y ceramista.
Estudia el doctorado en historia y literatura en la Universidad de Chicago. Lleva el proyecto Biblioteca Revelaciones.