Ilustración: Manuel Monroy

¿Adiós a los ópatas?

En Sonora y Arizona perviven rastros de una cultura indígena abierta hasta el punto de disolverse en la asimilación.
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Todavía hay genes ópatas en México y los Estados Unidos, pero la etnia se disolvió en el mestizaje y su lengua dejó de hablarse.

El noruego Carl Lumholtz, que estuvo en Sonora como etnólogo en 1890, observó que los ópatas “perdieron su lengua, religión y tradiciones. Su vestido y apariencia no pueden distinguirse de los campesinos mexicanos con los cuales se fundieron por vía matrimonial” (Unknown Mexico, capítulo primero). Un siglo después, el Censo de población 1990 registró en el país a doce personas que hablaban ópata. Significativamente, tenían veinticinco años o más, y solo tres eran mujeres. El ópata dejó de ser una lengua materna.

En un documental de YouTube (“Ópatas. Una etnia casi extinta”) filmado el 6 de diciembre de 2016 en Pónida (Arivechi, Sonora), los ópatas entrevistados no hablan ópata, pero saben de antepasados que lo hablaban.

En un programa de televisión, Rodolfo Rascón Valencia, cronista de Nácori y autor de Vestigios de la cultura ópata (2015), entrevistado por la aparición de este libro, arguye vigorosamente sobre la presencia ópata en las costumbres, gestos, apellidos, apodos y palabras sonorenses. Menciona a un sacerdote católico orgulloso de su origen ópata.

Busqué inmediatamente el libro, pero está agotado. Absurdamente, el Instituto Sonorense de Cultura no hizo más que trescientos ejemplares, aunque mil hubieran costado lo mismo. Esperemos que lo reedite.

Georgina Rodríguez Palacios (“‘¡No somos extintos!’ Apuntes para un estudio sociológico sobre los pueblos de ópatas”) habla del movimiento Ópatas Unidos que trata de reivindicar su etnia. También existe un Opata Tribes Research Project en los Estados Unidos. Ojalá que promuevan el ópata como lengua viva.

Los ópatas llegaron del norte como nómadas, cazadores y recolectores, pero se quedaron a vivir junto a los ríos, en valles altos de la Sierra Madre Occidental de Sonora y Arizona, como agricultores (de riego, con diques y canales), alfareros, talladores de bateas, tejedores de cestas y sarapes, así como constructores de casas de adobe.

Según la Wikipedia en inglés, hubo tres subgrupos: los deve (o eudeve) ‘gente’, los tehuima ‘gente del río’ y los jova ‘gente del agua’. Pero les quedó el gentilicio que les dieron los pimas: ópatas ‘gente enemiga’.

El italiano Natal Lombardo, que llegó a Sonora en 1648 como misionero jesuita, publicó en 1702 una obra notable: Arte de la lengua tegüima, vulgarmente llamada ópata (se consigue la reedición de Ignacio Guzmán Betancourt, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2009).

El alemán Juan Bautista Nentvig, también misionero jesuita, llegó en 1752 y dejó testimonios sobre los ópatas en su Rudo ensayo. Tentativa de una prevencional descripción geográfica de la provincia de Sonora, sus términos y confines. O mejor: Colección de materiales para hacerla quien lo supiere hacer mejor, 1764. Está en la web y hay edición de América Flores, Margarita Nolasco y María Teresa Martínez Peñaloza para el INAH, 1977.

Hay quienes estiman que, en el siglo XVII, los ópatas eran setenta mil, aunque disminuyeron a seis mil en el siglo XVIII, combatidos por pimas, apaches y españoles; diezmados por las enfermedades que trajeron estos o disueltos en el mestizaje. Fueron, además, despojados de sus tierras por los políticos mexicanos.

En el Archivo General de la Nación, Georgina Rodríguez Palacios (Tras la huella de los ópatas. Experiencia, dominación y transfiguración cultural, 2012) encontró una carta del 27 de julio de 1836 al presidente Anastasio Bustamante, firmada por Juan Ysidro Bojórquez, gobernador “de la nación ópata en Sonora, por sí y como embiado de los treinta y seis pueblos de que se compone dicha nación”. Denunciaba que “los usurpadores de nuestras tierras todos son ermanos, parientes, compadres y amigos de los mandatarios, quiero decir, del gobierno de Sonora”. Pedía al “supremo Jefe de la Nación Mejicana […] que se les buelban sus tierras”.

Según Horacio Sobarzo (Vocabulario sonorense, 2007), los ópatas eran alegres y aficionados a las competencias deportivas y las fiestas:

El ópata fue el aborigen mejor dotado de Sonora, física y moralmente, por su laboriosidad, buena fe, hábitos ordenados, sentido de justicia, valentía y resistencia. Siempre fue amigo del blanco, con el cual se asimiló hasta fundirse en él.

Era el mejor soldado y el más guerrero, sirviendo al gobierno invariablemente. Inclinado a la tranquilidad y a la paz, se habituó al ejercicio de las armas por la necesidad de combatir a los apaches y otras tribus indómitas, que no cejaban en su vida depredatoria […]

Era extraordinario el vigor físico del ópata, pues hacían (cuando las circunstancias lo requerían) recorridos a pie hasta de doscientos kilómetros en veinticuatro horas. [Esto implica marchar a ocho kilómetros por hora, que es rápido, aunque posible. Pero sostener ese ritmo veinticuatro horas, sobre todo en el monte, es una proeza.]

Busqué a los autores por si tenían cantos ópatas. Sobarzo había muerto; Rascón y Rodríguez no tenían, pero me orientaron generosamente. Rascón, un sabio a la usanza de Spinoza (que investigaba por su cuenta, no como parte de una institución, y vivía de tallar lentes), vive de un puesto en el mercado de Hermosillo. Es también el autor de Compositores sonorenses 1860-1940, Últimos apaches en Nácori Chico y otros libros. Me recomendó el de Alonso Vidal (Los testimonios de la llamarada. Cantos y poemas indígenas del noroeste de México y de Arizona, Hermosillo: Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Sonora, 1997). Tomo de ahí los textos siguientes, atribuidos a los ópatas.

las máscaras

Vairubi está con nosotros,

pintémonos máscaras

para empezar la fiesta.

Virisegua nos observa.

piedrecitas

Piedrecitas

para el camino

y un saquito de pinole,

alimento para tu viaje.

Bástenme las piedrecitas,

solo eso:

no el llanto.

piricu-sehua

Aino mi jijí durai cu

huanto pírico sehuai

nonórico sun usi.

daño

De las miserias y trabajos

que pasan estos

nuestros enemigos

cuando vienen

robando y matando por acá

la causa es su flojera y dejadez.

Que si sembraran,

como aquí se hace,

no anduvieran haciendo tanto daño.

No los mataríamos.

persecución apache

Aquí se libró una gran batalla.

Nuestros parientes vencieron

a nuestros enemigos y, de estos,

los pocos que salieron con vida,

corrieron como venados

para ocultarse en sus montes,

donde conservan el recuerdo

de cómo pelean los ópatas.

Aquí vertieron su sangre

nuestros hermanos.

Aquí arrancamos cabelleras

a cientos de prisioneros enemigos.

En este sitio bailamos

ante el padre Sol

con fe y alegría

por el triunfo

que nos dieron nuestros dioses.

Por nuestros dioses,

por el padre Sol

que nos oye, ve y contempla;

desde el camino que lleva

al país de los muertos,

te declaro Caballero Tigre,

con valor necesario

para soportar el hambre,

la sed, el frío,

las largas caminatas

por el desierto,

cuyas arenas van a desgarrar

tus plantas.

Tú serás fuerte y bravo

como lo han sido

nuestros padres.

Tú verás

como miserables hormigas

a los enemigos

de la nación ópata,

y los matarás sin compasión,

para ser digno de los dioses

y del padre Sol

que te sonríe.

el apachi y el cumanchi

El apachi y el cumanchi

se jueron a trair amor

y a la mitad de la jornada

se les acabó el pinol.

El apachi y el cumanchi

se jueron a malhoriar

y decían, y decían:

Oiga amigo, párese ai.

Sébaili bachi tabachi toto jai

Sébaili bachi tabachi toto jai.

El apachi trai un bato

y el cumanchi trai una hoz.

Yo los miro y ando de priesa.

¡Ah, qué gente tan atroz!

El apachi y el cumanchi

por las nochis roban maiz;

y los siguen los coyotes

por el maiz que se les cai.

Sébaili bachi tabachi toto jai

Sébaili bachi tabachi toto jai.

los inditos

(fragmento)

Préstame tu jicarilla.

–Uh, me contestó la indita,

yo no entiendo tu castilla.

Si en algo me necesitas,

háblame en el idioma mía. ~

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(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.


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