FotografĆ­a: Felipe Trueba

AdiĆ³s a Nicanor Parra

Nicanor Parra fue mucho mĆ”s que el opuesto de Pablo Neruda. Desde los temas cotidianos hasta los personajes carnavalescos, entre la tradiciĆ³n y la modernidad, su antipoesĆ­a lo asimilĆ³ todo, incluso la gran poesĆ­a.
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En los comienzos de mi generaciĆ³n literaria el gran ausente era Vicente Huidobro, que habĆ­a pasado toda su vida en ParĆ­s, habĆ­a regresado y habĆ­a fallecido hacĆ­a poco en los cerros de Cartagena. Recuerdo a Enrique Lihn y a Jorge Sanhueza, que regresaban de Cartagena en un tren de trocha angosta, con los zapatos llenos de tierra, del entierro de pueblo en el que los sepultureros se habĆ­an extraviado y habĆ­an tardado largo rato en encontrar la tumba. A todo esto, Pablo Neruda acababa de regresar a Chile y era el padre de todos nosotros, o el padrastro, o la vaca sagrada, segĆŗn el punto de vista de cada uno. Y habĆ­a aparecido por ahĆ­ no un padre: un hermano mayor desconcertante, medio secreto, provocativo, que se llamaba Nicanor Parra.

ConocĆ­ a Nicanor Parra en los dĆ­as de la publicaciĆ³n de Poemas y antipoemas. Si no recuerdo mal, tenĆ­a una relaciĆ³n correcta, incluso amistosa, con Pablo Neruda, pero no pasaba de ahĆ­. ReconocĆ­a que Neruda lo habĆ­a ayudado en sus comienzos, pero el bardo Ć©pico de Tercera residencia, de Canto general, de Las uvas y el viento, tenĆ­a muy poca relaciĆ³n con el Parra de los primeros antipoemas. Era una relaciĆ³n forzada, destinada a deteriorarse.

El Nicanor de esos aƱos era amigo de personas como Luis OyarzĆŗn PeƱa, Jorge Millas, TeĆ³filo Cid, Braulio Arenas. TambiĆ©n, al menos en mi recuerdo, del pintor Carlos Pedraza, Enrique Bello, Carlos y Roberto Humeres, TomĆ”s Lago, Eduardo Anguita. Amigos diversos, contradictorios: surrealistas, proustianos, seguidores del grupo de Montparnasse, discĆ­pulos apasionados de Vicente Huidobro. Reviso ahora esas cosas, y me acuerdo de una voz mĆ”s bien apagada, bajo una luz mortecina; de preguntas incisivas, pero desprovistas de todo dramatismo; de una actitud de antĆ­tesis permanente, seguida de alguna sĆ­ntesis cautelosa, que nunca excluĆ­a la proposiciĆ³n contraria. A nosotros, a los jĆ³venes de la despuĆ©s llamada generaciĆ³n del cincuenta ā€“Enrique Lafourcade, Armando CassĆ­goli, Enrique Lihn, Alejandro Jodorowsky, Claudio Giaconiā€“, nos enseƱaba a pensar y al mismo tiempo a dudar, a no estar demasiado seguros de nada. A mantener un diĆ”logo que se ramificaba, que a cada rato se pisaba los talones. Los mĆ”s cercanos a Ć©l, los mĆ”s fieles participantes en la hechura del diario mural Quebrantahuesos, eran Lihn y Jodorowsky. Yo tenĆ­a conversaciones largas con Nicanor, pero adolecĆ­a de un pecado mayor: frecuentaba demasiado a Pablo Neruda y admiraba por encima de todo la poesĆ­a de la primera y segunda Residencia en la tierra, a pesar de que Neruda habĆ­a renegado de ella.

DespuĆ©s de mĆ”s de medio siglo de conversaciones, de lecturas y relecturas de su poesĆ­a, de afinidades y de una que otra diferencia, creo que puedo proponer tres o cuatro puntos de reflexiĆ³n sobre la obra de Nicanor Parra.

Nosotros leĆ­amos la revista Pro Arte, que entraba en definitiva decadencia, las diversas publicaciones universitarias y de la FederaciĆ³n de Estudiantes, los libros de la Universitaria y de Nascimento. A veces llegaba hasta nuestras costas, a precio de oro, alguna ediciĆ³n inglesa de James Joyce o francesa de Albert Camus, de Jean-Paul Sartre, de Franz Kafka. Y alguna detestable traducciĆ³n argentina de William Faulkner. Nicanor, por su parte, habĆ­a leĆ­do poesĆ­a inglesa durante sus estudios de fĆ­sica y de matemĆ”ticas en la Universidad de Oxford. Era, a pesar de las apariencias, un lector intenso, apasionado, disciplinado.

Nicanor se encontrĆ³ en el Chile de sus aƱos juveniles con el lenguaje torrencial, telĆŗrico, del Neruda que habĆ­a descubierto a GĆ³ngora en la EspaƱa de Rafael Alberti, DĆ”maso Alonso y Federico GarcĆ­a Lorca. HabĆ­a escrito en Madrid y habĆ­a publicado en Caballo Verde para la PoesĆ­a una breve arte poĆ©tica que habrĆ­a podido tener sentido para Nicanor: ā€œSobre una poesĆ­a sin purezaā€. Pero Nicanor nunca fue complaciente con la poesĆ­a o la prosa de Neruda. Le prestĆ³ atenciĆ³n, pero no le gustaba confesarlo. BebĆ­a ā€œpotrillosā€ de vino con frutillas en jardines nerudianos, pero escapaba de su Ć³rbita en forma terca, implacable.

Cuando regresamos de las honras fĆŗnebres de estos dĆ­as en la catedral de Santiago, Ɠscar Hahn, que es un poeta con mĆ”s conciencia de su profesiĆ³n, que ha desarrollado en la cĆ”tedra un sentido crĆ­tico agudo, me dijo que si uno escribe una lista de rasgos que definen a Neruda, la lista de cualidades exactamente opuestas servirĆ­a para definir a Nicanor Parra. En materia de lenguaje, el contraste entre Neruda, Huidobro, los surrealistas chilenos, por un lado, y Parra, por el otro, es notorio. Ahora se ve esta distancia con mucho mayor claridad que antes. ā€œSube a nacer conmigo, hermanoā€, escribe Neruda en los cantos finales de ā€œAlturas de Macchu Picchuā€, y ese hermano se identifica con personajes de ficciĆ³n, ā€œJuan Cortapiedras, hijo de Wiracochaā€, etcĆ©tera, pero tambiĆ©n con el pueblo innumerable, anĆ³nimo. Los primeros poemas de Canto general son los comienzos de la dĆ©cada de los cuarenta del siglo pasado. Los primeros antipoemas de Nicanor Parra aparecen en revistas y antologĆ­as de fines de esa dĆ©cada. Los versos finales de ā€œLos vicios del mundo modernoā€ dicen asĆ­: ā€œPor todo lo cual / cultivo un piojo en mi corbata / y sonrĆ­o a los imbĆ©ciles que bajan de los Ć”rboles.ā€ Se podrĆ­a sostener, entonces, como lo proponĆ­a Ɠscar Hahn, que la antipoesĆ­a es lo antinerudiano. Es una afirmaciĆ³n sugerente, si se quiere, pero insuficiente. En el Chile de los aƱos cuarenta, Nicanor Parra tambiĆ©n se encontraba con el verso de Gabriela Mistral, de un posmodernismo que podĆ­a ser vĆ”lido para ella, pero se detenĆ­a en ella; con la poesĆ­a de Vicente Huidobro, que hacĆ­a su obra de ā€œpequeƱo diosā€, de poeta de primer dĆ­a de la CreaciĆ³n, y con la producciĆ³n torrencial de Pablo de Rokha, que algunos definĆ­an como tremendista, y que para Nicanor Parra era ā€œpoesĆ­a de toro furiosoā€.

En resumidas cuentas, ese ā€œantiā€ de la poesĆ­a de Parra, ese invento suyo, inspirado en un libro francĆ©s olvidado, A-PoĆ©sie, tĆ­tulo que divisĆ³ al pasar frente a una vitrina inglesa, tiene un sentido mĆ”s amplio, mĆ”s complejo, mĆ”s beligerante. El poeta de esas regiones del mundo se apodera de todo, se alimenta de todo, y todo lo asimila y lo transforma. Es un artista antropĆ³fago, como sostenĆ­an los vanguardistas brasileƱos de los aƱos veinte. Nicanor Parra tenĆ­a necesidad de asesinar a sus progenitores poĆ©ticos mĆ”s cercanos para seguir escribiendo. En lugar de alas, de arcoĆ­ris, de invocaciones solemnes, estaba obligado a hablar de los piojos que llevaba en la ropa, de los imbĆ©ciles que bajaban de los Ć”rboles. No era, despuĆ©s de todo, algo tan diferente del tono propio de Rokha, pero la originalidad de Parra consistĆ­a, quizĆ”, en utilizarlo con mesura, con una especie de equilibrio, con una sonrisa.

SegĆŗn ā€œManifiestoā€, uno de sus poemas mĆ”s conocidos y mejores, los poetas tenĆ­an que bajar del Olimpo. Esto significaba, en otras palabras, que la poesĆ­a tenĆ­a que volverse prosaica. Era otra vuelta de tuerca, un asunto mĆ”s complejo de lo que parecĆ­a a primera vista, una paradoja notable. La poesĆ­a tenĆ­a que hacerse prosaica para seguir siendo poesĆ­a, para evitar la rutina, el lugar comĆŗn, la grandilocuencia hueca. TenĆ­a que ponerse a contar en lugar de cantar. Neruda, Huidobro, GarcĆ­a Lorca, los neosurrealistas chilenos del estilo de Rosamel del Valle o de Humberto DĆ­az Casanueva eran lĆ­ricos sin remedio. Nicanor Parra, entre otros, le torciĆ³ el cuello al cisne ā€œde engaƱoso plumajeā€, como pedĆ­a un viejo poeta crĆ­tico del modernismo, y lo hizo sin el menor escrĆŗpulo, riĆ©ndose de sus lectores.

Tengo una fotografĆ­a de la dĆ©cada de los cincuenta junto a Nicanor y a un hombre de teatro de esos aƱos, Ɠscar Navarro, en una fiesta nerudiana, y me acuerdo de un detalle interesante. Los nerudĆ³logos, profesiĆ³n que ya existĆ­a entonces, junto con los amigos oficiales, se llenaban la boca con el nombre de Pablo. DecĆ­an pablo con letras mayĆŗsculas, con el pecho inflado, midiendo los efectos en la audiencia. Nicanor, de espaldas a la fiesta, mirando el humo del paisaje santiaguino, con las manos hundidas en los bolsillos de su abrigo, hablaba de Pablito. Con un disimulo cĆ³mico. ĀæEra el Antipablo de ese Pablo inflado? Y decĆ­a por lo bajo que los mejores poemas del dueƱo de la casa (de Pablito) eran los de Crepusculario, su libro de los diecinueve aƱos de edad: ā€œMariposas de otoƱoā€, por ejemplo, o ā€œMaestranzas de nocheā€. Todo esto implicaba una irreverencia solitaria, sostenida, socarrona. ā€œDurante medio siglo / la poesĆ­a fue / el paraĆ­so del tonto solemneā€, rezan las primeras lĆ­neas de uno de los poemas de Versos de salĆ³n.

Escribir poesĆ­a prosaica significa insertar elementos narrativos en la poesĆ­a. Exige mirar la vanguardia estĆ©tica con una visiĆ³n diferente. No solo como segunda etapa del romanticismo del siglo XIX, como Novalis y Lord Byron mĆ”s Sigmund Freud. La narraciĆ³n en verso es tan antigua como el mundo. Adoptarla en periodos de vanguardismo dominante suponĆ­a un riesgo, un desafĆ­o, un rescate arriesgado, en el fondo, lĆŗcido. Parra explorĆ³, experimentĆ³ con su poesĆ­a, se desviĆ³ de los caminos centrales y consiguiĆ³ resultados indiscutibles. Uno lee los Versos de salĆ³n con gusto, con risa, con sorpresa, con una visiĆ³n que se desarrolla y adquiere substancia. Desde los antipoemas, su obra se empieza a llenar de personajes. No son exactamente heterĆ³nimos, en el sentido en que Fernando Pessoa, en esos mismos aƱos, inventaba a poetas que eran diferentes de Ć©l mismo. En otra forma, pero con una insatisfacciĆ³n parecida frente a la poesĆ­a existente, la obra de Parra se puebla de personajes ficticios, de payasos, bufones, profesores de suburbio, que cumplen funciones comparables con las de un heterĆ³nimo. Por ejemplo, el Cristo de Elqui, personaje entre loco y energĆŗmeno que la gente de mi tiempo divisĆ³ en los barrios de la EstaciĆ³n y de la Quinta Normal, predicando y dando saltos. El Cristo de Elqui es un heterĆ³nimo burlesco, delirante, de inspiraciĆ³n popular. Parra no pretendiĆ³ actuar a lo Cristo de Elqui, pero se identificĆ³ de una manera extraordinaria con su lenguaje. InventĆ³ las antiprĆ©dicas, otra vertiente de la poesĆ­a chilena de su tiempo:

QuiƩnes son mis amigos

los enfermos

los dƩbiles

los pobres de espĆ­ritu

los que no tienen dĆ³nde caerse muertos

Siempre observĆ© a Parra de cerca, con amistad, con intensa curiosidad, con frecuente admiraciĆ³n, con ocasional irritaciĆ³n. Se dejaba contagiar por el espĆ­ritu muy chileno, derivado de nuestra debilidad crĆ­tica, de los campeones mundiales de cualquier cosa: de fĆŗtbol, de equitaciĆ³n, de poesĆ­a. Creo que nunca se liberĆ³ de la obsesiĆ³n por Neruda y que su ansiedad por obtener el Premio Nobel fue una perfecta pĆ©rdida de tiempo. La crĆ­tica deberĆ­a entender la obra de Parra como parte de una gran constelaciĆ³n literaria en prosa y en verso. A mĆ­ me llamaba la atenciĆ³n y a veces me fascinaba algo que se podrĆ­a definir como creaciĆ³n permanente. Parra se alimentaba de poesĆ­a inglesa, de traducciones de TolstĆ³i, de Pushkin, Dostoyevski, de pensadores del socialismo utĆ³pico de comienzos de siglo XIX francĆ©s, como Proudhon, asĆ­ como de alguna pĆ”gina de Baldomero Lillo, JosĆ© Santos GonzĆ”lez Vera, Luis OyarzĆŗn, de algĆŗn verso de Carlos Pezoa VĆ©liz. RecogĆ­a poemas menores, pero que forman parte de la memoria chilena, y los transformaba en obra propia sin la menor advertencia al lector. Sin decir Ā”agua va! O los modificaba con toques mĆ­nimos, difĆ­ciles de advertir. PodrĆ­a aƱadir que Nicanor tambiĆ©n se alimentaba de papeles encontrados en la calle, como el personaje de Cervantes. Una de sus diferencias esenciales con los grandes clĆ”sicos chilenos o latinoamericanos, con Neruda y Huidobro, con Jorge Luis Borges, con Octavio Paz, residĆ­a precisamente en su rechazo a todo Ć©nfasis, en un tono menor deliberado, en su capacidad de asimilar asuntos cotidianos y usarlos en su poesĆ­a: un episodio leĆ­do en un diario o un chiste escuchado en una cervecerĆ­a. Yo le dije alguna vez que los prosistas trabajan cinco o seis horas al dĆ­a, como los empleados pĆŗblicos, y que los poetas, en cambio, sin transmitir nunca una impresiĆ³n de trabajo, trabajan hasta cuando duermen. Nicanor, en medio de una conversaciĆ³n, sacaba una libreta de un bolsillo lleno de papeles, apuntes, lĆ”pices Faber, y escribĆ­a un verso, un epigrama, un artefacto. Tuvo un diĆ”logo en presencia mĆ­a con mi hija Ximena, que entonces no pasaba de los diez o los once aƱos de edad, y lo convirtiĆ³ de inmediato en artefacto: ā€œXimena, eres muy bonitaā€, dijo Nicanor. ā€œSĆ­ā€, respondiĆ³ Ximena, ā€œpero muerdoā€.

La creaciĆ³n parriana de personajes, exigida por el prosaĆ­smo narrativo de su poesĆ­a, me lleva a recordar algunos conceptos de la teorĆ­a literaria contemporĆ”nea: la nociĆ³n de polifonĆ­a, de voces diferentes, divergentes, contradictorias, corales, y la de lo carnavalesco. MijaĆ­l BajtĆ­n aplicĆ³ esa idea a la obra de FranƧois Rabelais. En nuestra lejana periferia, Pablo Neruda y Pablo de Rokha, examigos de juventud, enemigos declarados y beligerantes en sus aƱos maduros, coincidĆ­an en pensar que eran rabelaisianos. Eran los autores de ā€œApogeo del apioā€ y del ā€œEstatuto del vinoā€, de un canto Ć©pico de alabanza de ā€œlas comidas y las bebidas de Chileā€. Y eran a su modo, aunque no conocieron o no se interesaran para nada en la teorĆ­a correspondiente, carnavalescos, pero les faltaba bajar de sus Olimpos respectivos. La idea de lo carnavalesco es aplicable a gran parte de la poesĆ­a de Nicanor Parra, a sus bufones, sus santones, sus filĆ³sofos callejeros. En los carnavales medievales, el mundo se ponĆ­a al revĆ©s durante un tiempo determinado. En sociedades altamente jerarquizadas, era una liberaciĆ³n necesaria, una explosiĆ³n colectiva ritual. Los mendigos se transformaban en reyes durante un breve plazo y los reyes en mendigos. En el caso de Parra se podrĆ­a pensar en un elemento aƱadido: la poesĆ­a suya, con sus fuertes elementos burlescos, con sus predicadores mĆ”s o menos dementes y sus personajes que descubren de la noche a la maƱana que han sido ungidos como papas, se transforma casi por definiciĆ³n, de una manera natural, en antipoesĆ­a. Lo carnavalesco de la poesĆ­a, a diferencia de lo que ocurre en la prosa narrativa, reside en su carĆ”cter reversible, en su ambivalencia profunda. Los personajes parrianos se ponen mĆ”scaras diversas a la vuelta de cada pĆ”gina. De esta manera, el poeta, solitario, arrinconado, se da el lujo de tomarles el pelo a los pomposos, a los olĆ­mpicos, a los pretendidamente poderosos. Les da una patada en el trasero y pasa a otro asunto.

Estuve de acuerdo casi siempre con Nicanor, en largas conversaciones, en los mĆ”s diversos lugares de este mundo, y nos reĆ­mos a menudo a carcajadas. HabĆ­a inventos repetidos, adoptados, cultivados, que alimentaban la conversaciĆ³n: el AntiniƱo, que tenĆ­a respuestas para todo; el Instituto de la Maleza, que se extendĆ­a por laderas contiguas a su casa de La Reina; el Club GagĆ” de Chile, cuya membresĆ­a aumentaba a cada rato, pero cuyo presidente honorario y perpetuo, por decisiĆ³n nuestra, era BenjamĆ­n Subercaseaux, con sus capas espaƱolas y sus invitaciones a tomar el tĆ©, junto a una bandera chilena, a acadĆ©micos de todos los paĆ­ses del mundo. Y conversar con Nicanor de temas menos fantasiosos, de William Shakespeare, por ejemplo, sobre todo en el Rey Lear y en Hamlet, era una fiesta permanente.

Algunos profesores de provincia se han quedado intensamente preocupados despuĆ©s de su muerte porque nunca le dieron el Premio Nobel de Literatura. Pues bien, era difĆ­cil que los miembros de la Academia de Suecia se fijaran en un poeta extravagante, melenudo, escondido en el pueblo costeƱo de Las Cruces. Piensen ustedes en el siguiente ā€œdetalleā€: Marcel Proust publicĆ³ el primer tomo de la Recherche en 1913. Tres meses despuĆ©s de esa publicaciĆ³n en la editorial Grasset de ParĆ­s, Henry James, que vivĆ­a en Londres, ya sabĆ­a que Proust era uno de los grandes novelistas del siglo XX. La Academia sueca no alcanzĆ³ a enterarse en mĆ”s de nueve aƱos. Proust muriĆ³ en 1922 sin haber ganado el premio. Y Londres y ParĆ­s quedan mucho mĆ”s cerca de Estocolmo que Las Cruces y El Tabo.

En mi balance final, personal, la poesĆ­a de Nicanor Parra es irregular, siempre interesante, casi siempre divertida, nunca aburrida. Tiene momentos de gran invenciĆ³n, en los que se vislumbran aspectos esenciales del mundo moderno. Es arcaica, arcaizante, y hace pensar en el paso del romancero espaƱol a los cancioneros populares de HispanoamĆ©rica. Algo esencial de la obra de Nicanor era su atenciĆ³n puesta en lo medieval, lo popular, lo arcaico, y a la vez en la poesĆ­a y el pensamiento mĆ”s refinados. Para decirlo en dos palabras: John Donne y Newton, T. S. Eliot y Einstein. La antipoesĆ­a lo llevaba a menudo al prosaĆ­smo y a la poesĆ­a menor. Y a veces ocurrĆ­a lo siguiente: la poesĆ­a, la gran poesĆ­a, se infiltraba en la antipoesĆ­a. Entraba de contrabando en forma imprevista, o solo prevista a medias, en los umbrales de la conciencia del poeta. Como esa sorprendente ā€œmuchacha rodeada de espigasā€ en el poema ā€œManifiestoā€. ā€œYo soy mercader / indiferente a las puestas del sol… / Ā”QuĆ© me importan a mĆ­ los arreboles!ā€ Pero de repente la poesĆ­a ā€œpoĆ©ticaā€, la de un lirismo en estado puro, le tocaba a la puerta, y Ć©l la dejaba entrar con una inclinaciĆ³n respetuosa. El poeta medieval, campesino, chillanejo tenĆ­a la capacidad de transformarse de pronto en un renacentista. AprendiĆ³ esto con notable soltura, sin arrugarse, y continuĆ³ bailando su cueca larga. Parece que hubo cuecas en estos dĆ­as en el interior de la catedral de Santiago, iglesia de gusto italianizante, toesquiana, con angelillos idĆ©nticos en algunos de sus portales escondidos a los de San Giovanni in Laterano, y no estĆ” mal que las hubiera. Era un sincretismo que avanzaba a una sĆ­ntesis posible. ~

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(Santiago de Chile, 1931 - Madrid, 2023) fue escritor y diplomƔtico.


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