En los comienzos de mi generaciĆ³n literaria el gran ausente era Vicente Huidobro, que habĆa pasado toda su vida en ParĆs, habĆa regresado y habĆa fallecido hacĆa poco en los cerros de Cartagena. Recuerdo a Enrique Lihn y a Jorge Sanhueza, que regresaban de Cartagena en un tren de trocha angosta, con los zapatos llenos de tierra, del entierro de pueblo en el que los sepultureros se habĆan extraviado y habĆan tardado largo rato en encontrar la tumba. A todo esto, Pablo Neruda acababa de regresar a Chile y era el padre de todos nosotros, o el padrastro, o la vaca sagrada, segĆŗn el punto de vista de cada uno. Y habĆa aparecido por ahĆ no un padre: un hermano mayor desconcertante, medio secreto, provocativo, que se llamaba Nicanor Parra.
ConocĆ a Nicanor Parra en los dĆas de la publicaciĆ³n de Poemas y antipoemas. Si no recuerdo mal, tenĆa una relaciĆ³n correcta, incluso amistosa, con Pablo Neruda, pero no pasaba de ahĆ. ReconocĆa que Neruda lo habĆa ayudado en sus comienzos, pero el bardo Ć©pico de Tercera residencia, de Canto general, de Las uvas y el viento, tenĆa muy poca relaciĆ³n con el Parra de los primeros antipoemas. Era una relaciĆ³n forzada, destinada a deteriorarse.
El Nicanor de esos aƱos era amigo de personas como Luis OyarzĆŗn PeƱa, Jorge Millas, TeĆ³filo Cid, Braulio Arenas. TambiĆ©n, al menos en mi recuerdo, del pintor Carlos Pedraza, Enrique Bello, Carlos y Roberto Humeres, TomĆ”s Lago, Eduardo Anguita. Amigos diversos, contradictorios: surrealistas, proustianos, seguidores del grupo de Montparnasse, discĆpulos apasionados de Vicente Huidobro. Reviso ahora esas cosas, y me acuerdo de una voz mĆ”s bien apagada, bajo una luz mortecina; de preguntas incisivas, pero desprovistas de todo dramatismo; de una actitud de antĆtesis permanente, seguida de alguna sĆntesis cautelosa, que nunca excluĆa la proposiciĆ³n contraria. A nosotros, a los jĆ³venes de la despuĆ©s llamada generaciĆ³n del cincuenta āEnrique Lafourcade, Armando CassĆgoli, Enrique Lihn, Alejandro Jodorowsky, Claudio Giaconiā, nos enseƱaba a pensar y al mismo tiempo a dudar, a no estar demasiado seguros de nada. A mantener un diĆ”logo que se ramificaba, que a cada rato se pisaba los talones. Los mĆ”s cercanos a Ć©l, los mĆ”s fieles participantes en la hechura del diario mural Quebrantahuesos, eran Lihn y Jodorowsky. Yo tenĆa conversaciones largas con Nicanor, pero adolecĆa de un pecado mayor: frecuentaba demasiado a Pablo Neruda y admiraba por encima de todo la poesĆa de la primera y segunda Residencia en la tierra, a pesar de que Neruda habĆa renegado de ella.
DespuĆ©s de mĆ”s de medio siglo de conversaciones, de lecturas y relecturas de su poesĆa, de afinidades y de una que otra diferencia, creo que puedo proponer tres o cuatro puntos de reflexiĆ³n sobre la obra de Nicanor Parra.
Nosotros leĆamos la revista Pro Arte, que entraba en definitiva decadencia, las diversas publicaciones universitarias y de la FederaciĆ³n de Estudiantes, los libros de la Universitaria y de Nascimento. A veces llegaba hasta nuestras costas, a precio de oro, alguna ediciĆ³n inglesa de James Joyce o francesa de Albert Camus, de Jean-Paul Sartre, de Franz Kafka. Y alguna detestable traducciĆ³n argentina de William Faulkner. Nicanor, por su parte, habĆa leĆdo poesĆa inglesa durante sus estudios de fĆsica y de matemĆ”ticas en la Universidad de Oxford. Era, a pesar de las apariencias, un lector intenso, apasionado, disciplinado.
Nicanor se encontrĆ³ en el Chile de sus aƱos juveniles con el lenguaje torrencial, telĆŗrico, del Neruda que habĆa descubierto a GĆ³ngora en la EspaƱa de Rafael Alberti, DĆ”maso Alonso y Federico GarcĆa Lorca. HabĆa escrito en Madrid y habĆa publicado en Caballo Verde para la PoesĆa una breve arte poĆ©tica que habrĆa podido tener sentido para Nicanor: āSobre una poesĆa sin purezaā. Pero Nicanor nunca fue complaciente con la poesĆa o la prosa de Neruda. Le prestĆ³ atenciĆ³n, pero no le gustaba confesarlo. BebĆa āpotrillosā de vino con frutillas en jardines nerudianos, pero escapaba de su Ć³rbita en forma terca, implacable.
Cuando regresamos de las honras fĆŗnebres de estos dĆas en la catedral de Santiago, Ćscar Hahn, que es un poeta con mĆ”s conciencia de su profesiĆ³n, que ha desarrollado en la cĆ”tedra un sentido crĆtico agudo, me dijo que si uno escribe una lista de rasgos que definen a Neruda, la lista de cualidades exactamente opuestas servirĆa para definir a Nicanor Parra. En materia de lenguaje, el contraste entre Neruda, Huidobro, los surrealistas chilenos, por un lado, y Parra, por el otro, es notorio. Ahora se ve esta distancia con mucho mayor claridad que antes. āSube a nacer conmigo, hermanoā, escribe Neruda en los cantos finales de āAlturas de Macchu Picchuā, y ese hermano se identifica con personajes de ficciĆ³n, āJuan Cortapiedras, hijo de Wiracochaā, etcĆ©tera, pero tambiĆ©n con el pueblo innumerable, anĆ³nimo. Los primeros poemas de Canto general son los comienzos de la dĆ©cada de los cuarenta del siglo pasado. Los primeros antipoemas de Nicanor Parra aparecen en revistas y antologĆas de fines de esa dĆ©cada. Los versos finales de āLos vicios del mundo modernoā dicen asĆ: āPor todo lo cual / cultivo un piojo en mi corbata / y sonrĆo a los imbĆ©ciles que bajan de los Ć”rboles.ā Se podrĆa sostener, entonces, como lo proponĆa Ćscar Hahn, que la antipoesĆa es lo antinerudiano. Es una afirmaciĆ³n sugerente, si se quiere, pero insuficiente. En el Chile de los aƱos cuarenta, Nicanor Parra tambiĆ©n se encontraba con el verso de Gabriela Mistral, de un posmodernismo que podĆa ser vĆ”lido para ella, pero se detenĆa en ella; con la poesĆa de Vicente Huidobro, que hacĆa su obra de āpequeƱo diosā, de poeta de primer dĆa de la CreaciĆ³n, y con la producciĆ³n torrencial de Pablo de Rokha, que algunos definĆan como tremendista, y que para Nicanor Parra era āpoesĆa de toro furiosoā.
En resumidas cuentas, ese āantiā de la poesĆa de Parra, ese invento suyo, inspirado en un libro francĆ©s olvidado, A-PoĆ©sie, tĆtulo que divisĆ³ al pasar frente a una vitrina inglesa, tiene un sentido mĆ”s amplio, mĆ”s complejo, mĆ”s beligerante. El poeta de esas regiones del mundo se apodera de todo, se alimenta de todo, y todo lo asimila y lo transforma. Es un artista antropĆ³fago, como sostenĆan los vanguardistas brasileƱos de los aƱos veinte. Nicanor Parra tenĆa necesidad de asesinar a sus progenitores poĆ©ticos mĆ”s cercanos para seguir escribiendo. En lugar de alas, de arcoĆris, de invocaciones solemnes, estaba obligado a hablar de los piojos que llevaba en la ropa, de los imbĆ©ciles que bajaban de los Ć”rboles. No era, despuĆ©s de todo, algo tan diferente del tono propio de Rokha, pero la originalidad de Parra consistĆa, quizĆ”, en utilizarlo con mesura, con una especie de equilibrio, con una sonrisa.
SegĆŗn āManifiestoā, uno de sus poemas mĆ”s conocidos y mejores, los poetas tenĆan que bajar del Olimpo. Esto significaba, en otras palabras, que la poesĆa tenĆa que volverse prosaica. Era otra vuelta de tuerca, un asunto mĆ”s complejo de lo que parecĆa a primera vista, una paradoja notable. La poesĆa tenĆa que hacerse prosaica para seguir siendo poesĆa, para evitar la rutina, el lugar comĆŗn, la grandilocuencia hueca. TenĆa que ponerse a contar en lugar de cantar. Neruda, Huidobro, GarcĆa Lorca, los neosurrealistas chilenos del estilo de Rosamel del Valle o de Humberto DĆaz Casanueva eran lĆricos sin remedio. Nicanor Parra, entre otros, le torciĆ³ el cuello al cisne āde engaƱoso plumajeā, como pedĆa un viejo poeta crĆtico del modernismo, y lo hizo sin el menor escrĆŗpulo, riĆ©ndose de sus lectores.
Tengo una fotografĆa de la dĆ©cada de los cincuenta junto a Nicanor y a un hombre de teatro de esos aƱos, Ćscar Navarro, en una fiesta nerudiana, y me acuerdo de un detalle interesante. Los nerudĆ³logos, profesiĆ³n que ya existĆa entonces, junto con los amigos oficiales, se llenaban la boca con el nombre de Pablo. DecĆan pablo con letras mayĆŗsculas, con el pecho inflado, midiendo los efectos en la audiencia. Nicanor, de espaldas a la fiesta, mirando el humo del paisaje santiaguino, con las manos hundidas en los bolsillos de su abrigo, hablaba de Pablito. Con un disimulo cĆ³mico. ĀæEra el Antipablo de ese Pablo inflado? Y decĆa por lo bajo que los mejores poemas del dueƱo de la casa (de Pablito) eran los de Crepusculario, su libro de los diecinueve aƱos de edad: āMariposas de otoƱoā, por ejemplo, o āMaestranzas de nocheā. Todo esto implicaba una irreverencia solitaria, sostenida, socarrona. āDurante medio siglo / la poesĆa fue / el paraĆso del tonto solemneā, rezan las primeras lĆneas de uno de los poemas de Versos de salĆ³n.
Escribir poesĆa prosaica significa insertar elementos narrativos en la poesĆa. Exige mirar la vanguardia estĆ©tica con una visiĆ³n diferente. No solo como segunda etapa del romanticismo del siglo XIX, como Novalis y Lord Byron mĆ”s Sigmund Freud. La narraciĆ³n en verso es tan antigua como el mundo. Adoptarla en periodos de vanguardismo dominante suponĆa un riesgo, un desafĆo, un rescate arriesgado, en el fondo, lĆŗcido. Parra explorĆ³, experimentĆ³ con su poesĆa, se desviĆ³ de los caminos centrales y consiguiĆ³ resultados indiscutibles. Uno lee los Versos de salĆ³n con gusto, con risa, con sorpresa, con una visiĆ³n que se desarrolla y adquiere substancia. Desde los antipoemas, su obra se empieza a llenar de personajes. No son exactamente heterĆ³nimos, en el sentido en que Fernando Pessoa, en esos mismos aƱos, inventaba a poetas que eran diferentes de Ć©l mismo. En otra forma, pero con una insatisfacciĆ³n parecida frente a la poesĆa existente, la obra de Parra se puebla de personajes ficticios, de payasos, bufones, profesores de suburbio, que cumplen funciones comparables con las de un heterĆ³nimo. Por ejemplo, el Cristo de Elqui, personaje entre loco y energĆŗmeno que la gente de mi tiempo divisĆ³ en los barrios de la EstaciĆ³n y de la Quinta Normal, predicando y dando saltos. El Cristo de Elqui es un heterĆ³nimo burlesco, delirante, de inspiraciĆ³n popular. Parra no pretendiĆ³ actuar a lo Cristo de Elqui, pero se identificĆ³ de una manera extraordinaria con su lenguaje. InventĆ³ las antiprĆ©dicas, otra vertiente de la poesĆa chilena de su tiempo:
QuiƩnes son mis amigos
los enfermos
los dƩbiles
los pobres de espĆritu
los que no tienen dĆ³nde caerse muertos
Siempre observĆ© a Parra de cerca, con amistad, con intensa curiosidad, con frecuente admiraciĆ³n, con ocasional irritaciĆ³n. Se dejaba contagiar por el espĆritu muy chileno, derivado de nuestra debilidad crĆtica, de los campeones mundiales de cualquier cosa: de fĆŗtbol, de equitaciĆ³n, de poesĆa. Creo que nunca se liberĆ³ de la obsesiĆ³n por Neruda y que su ansiedad por obtener el Premio Nobel fue una perfecta pĆ©rdida de tiempo. La crĆtica deberĆa entender la obra de Parra como parte de una gran constelaciĆ³n literaria en prosa y en verso. A mĆ me llamaba la atenciĆ³n y a veces me fascinaba algo que se podrĆa definir como creaciĆ³n permanente. Parra se alimentaba de poesĆa inglesa, de traducciones de TolstĆ³i, de Pushkin, Dostoyevski, de pensadores del socialismo utĆ³pico de comienzos de siglo XIX francĆ©s, como Proudhon, asĆ como de alguna pĆ”gina de Baldomero Lillo, JosĆ© Santos GonzĆ”lez Vera, Luis OyarzĆŗn, de algĆŗn verso de Carlos Pezoa VĆ©liz. RecogĆa poemas menores, pero que forman parte de la memoria chilena, y los transformaba en obra propia sin la menor advertencia al lector. Sin decir Ā”agua va! O los modificaba con toques mĆnimos, difĆciles de advertir. PodrĆa aƱadir que Nicanor tambiĆ©n se alimentaba de papeles encontrados en la calle, como el personaje de Cervantes. Una de sus diferencias esenciales con los grandes clĆ”sicos chilenos o latinoamericanos, con Neruda y Huidobro, con Jorge Luis Borges, con Octavio Paz, residĆa precisamente en su rechazo a todo Ć©nfasis, en un tono menor deliberado, en su capacidad de asimilar asuntos cotidianos y usarlos en su poesĆa: un episodio leĆdo en un diario o un chiste escuchado en una cervecerĆa. Yo le dije alguna vez que los prosistas trabajan cinco o seis horas al dĆa, como los empleados pĆŗblicos, y que los poetas, en cambio, sin transmitir nunca una impresiĆ³n de trabajo, trabajan hasta cuando duermen. Nicanor, en medio de una conversaciĆ³n, sacaba una libreta de un bolsillo lleno de papeles, apuntes, lĆ”pices Faber, y escribĆa un verso, un epigrama, un artefacto. Tuvo un diĆ”logo en presencia mĆa con mi hija Ximena, que entonces no pasaba de los diez o los once aƱos de edad, y lo convirtiĆ³ de inmediato en artefacto: āXimena, eres muy bonitaā, dijo Nicanor. āSĆā, respondiĆ³ Ximena, āpero muerdoā.
La creaciĆ³n parriana de personajes, exigida por el prosaĆsmo narrativo de su poesĆa, me lleva a recordar algunos conceptos de la teorĆa literaria contemporĆ”nea: la nociĆ³n de polifonĆa, de voces diferentes, divergentes, contradictorias, corales, y la de lo carnavalesco. MijaĆl BajtĆn aplicĆ³ esa idea a la obra de FranƧois Rabelais. En nuestra lejana periferia, Pablo Neruda y Pablo de Rokha, examigos de juventud, enemigos declarados y beligerantes en sus aƱos maduros, coincidĆan en pensar que eran rabelaisianos. Eran los autores de āApogeo del apioā y del āEstatuto del vinoā, de un canto Ć©pico de alabanza de ālas comidas y las bebidas de Chileā. Y eran a su modo, aunque no conocieron o no se interesaran para nada en la teorĆa correspondiente, carnavalescos, pero les faltaba bajar de sus Olimpos respectivos. La idea de lo carnavalesco es aplicable a gran parte de la poesĆa de Nicanor Parra, a sus bufones, sus santones, sus filĆ³sofos callejeros. En los carnavales medievales, el mundo se ponĆa al revĆ©s durante un tiempo determinado. En sociedades altamente jerarquizadas, era una liberaciĆ³n necesaria, una explosiĆ³n colectiva ritual. Los mendigos se transformaban en reyes durante un breve plazo y los reyes en mendigos. En el caso de Parra se podrĆa pensar en un elemento aƱadido: la poesĆa suya, con sus fuertes elementos burlescos, con sus predicadores mĆ”s o menos dementes y sus personajes que descubren de la noche a la maƱana que han sido ungidos como papas, se transforma casi por definiciĆ³n, de una manera natural, en antipoesĆa. Lo carnavalesco de la poesĆa, a diferencia de lo que ocurre en la prosa narrativa, reside en su carĆ”cter reversible, en su ambivalencia profunda. Los personajes parrianos se ponen mĆ”scaras diversas a la vuelta de cada pĆ”gina. De esta manera, el poeta, solitario, arrinconado, se da el lujo de tomarles el pelo a los pomposos, a los olĆmpicos, a los pretendidamente poderosos. Les da una patada en el trasero y pasa a otro asunto.
Estuve de acuerdo casi siempre con Nicanor, en largas conversaciones, en los mĆ”s diversos lugares de este mundo, y nos reĆmos a menudo a carcajadas. HabĆa inventos repetidos, adoptados, cultivados, que alimentaban la conversaciĆ³n: el AntiniƱo, que tenĆa respuestas para todo; el Instituto de la Maleza, que se extendĆa por laderas contiguas a su casa de La Reina; el Club GagĆ” de Chile, cuya membresĆa aumentaba a cada rato, pero cuyo presidente honorario y perpetuo, por decisiĆ³n nuestra, era BenjamĆn Subercaseaux, con sus capas espaƱolas y sus invitaciones a tomar el tĆ©, junto a una bandera chilena, a acadĆ©micos de todos los paĆses del mundo. Y conversar con Nicanor de temas menos fantasiosos, de William Shakespeare, por ejemplo, sobre todo en el Rey Lear y en Hamlet, era una fiesta permanente.
Algunos profesores de provincia se han quedado intensamente preocupados despuĆ©s de su muerte porque nunca le dieron el Premio Nobel de Literatura. Pues bien, era difĆcil que los miembros de la Academia de Suecia se fijaran en un poeta extravagante, melenudo, escondido en el pueblo costeƱo de Las Cruces. Piensen ustedes en el siguiente ādetalleā: Marcel Proust publicĆ³ el primer tomo de la Recherche en 1913. Tres meses despuĆ©s de esa publicaciĆ³n en la editorial Grasset de ParĆs, Henry James, que vivĆa en Londres, ya sabĆa que Proust era uno de los grandes novelistas del siglo XX. La Academia sueca no alcanzĆ³ a enterarse en mĆ”s de nueve aƱos. Proust muriĆ³ en 1922 sin haber ganado el premio. Y Londres y ParĆs quedan mucho mĆ”s cerca de Estocolmo que Las Cruces y El Tabo.
En mi balance final, personal, la poesĆa de Nicanor Parra es irregular, siempre interesante, casi siempre divertida, nunca aburrida. Tiene momentos de gran invenciĆ³n, en los que se vislumbran aspectos esenciales del mundo moderno. Es arcaica, arcaizante, y hace pensar en el paso del romancero espaƱol a los cancioneros populares de HispanoamĆ©rica. Algo esencial de la obra de Nicanor era su atenciĆ³n puesta en lo medieval, lo popular, lo arcaico, y a la vez en la poesĆa y el pensamiento mĆ”s refinados. Para decirlo en dos palabras: John Donne y Newton, T. S. Eliot y Einstein. La antipoesĆa lo llevaba a menudo al prosaĆsmo y a la poesĆa menor. Y a veces ocurrĆa lo siguiente: la poesĆa, la gran poesĆa, se infiltraba en la antipoesĆa. Entraba de contrabando en forma imprevista, o solo prevista a medias, en los umbrales de la conciencia del poeta. Como esa sorprendente āmuchacha rodeada de espigasā en el poema āManifiestoā. āYo soy mercader / indiferente a las puestas del sol… / Ā”QuĆ© me importan a mĆ los arreboles!ā Pero de repente la poesĆa āpoĆ©ticaā, la de un lirismo en estado puro, le tocaba a la puerta, y Ć©l la dejaba entrar con una inclinaciĆ³n respetuosa. El poeta medieval, campesino, chillanejo tenĆa la capacidad de transformarse de pronto en un renacentista. AprendiĆ³ esto con notable soltura, sin arrugarse, y continuĆ³ bailando su cueca larga. Parece que hubo cuecas en estos dĆas en el interior de la catedral de Santiago, iglesia de gusto italianizante, toesquiana, con angelillos idĆ©nticos en algunos de sus portales escondidos a los de San Giovanni in Laterano, y no estĆ” mal que las hubiera. Era un sincretismo que avanzaba a una sĆntesis posible. ~
(Santiago de Chile, 1931 - Madrid, 2023) fue escritor y diplomƔtico.