Mucho más que mariposas amarillas: García Márquez periodista

En el décimo aniversario luctuoso del Nobel de Literatura, la abrumadora celebridad de su novela cumbre eclipsa el resto de su legado. ¿Por dónde empezar a leer al Gabo periodista?
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En La invención de la crónica (1992), Susana Rotker observa que “más de la mitad de la obra escrita de José Martí y dos tercios de la de Rubén Darío se componen de textos publicados en periódicos, sin embargo, la historia literaria ha centrado el interés básicamente en sus poesías”. Una precisión parecida puede aplicarse a Gabriel García Márquez: además de escribir y publicar diez novelas, cuatro volúmenes de cuento, una obra de teatro y un volumen de memorias, Gabo desarrolló una prolífica y audaz carrera periodística. Entre 1948 y 1999 publicó cientos de artículos, reseñas, crónicas y reportajes que compilados en cinco tomos suman 3,288 páginas. Esos cinco tomos contienen historias reales que conmueven y entusiasman tanto como sus mejores ficciones. En el décimo aniversario luctuoso del Premio Nobel de Literatura 1982, la abrumadora celebridad de su novela cumbre termina por eclipsar el resto de su legado.

¿Por dónde empezar a leer al García Márquez periodista? Una respuesta obvia sería que por sus trabajos más conocidos en este renglón: Relato de un náufrago (1970), La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile (1986) y Noticia de un secuestro (1996). Pero cuando se trata de García Márquez, la respuesta más fácil rara vez es la mejor. Entre los cientos de historias que el maestro consignó, hay muchas más que también merecen destacarse: una es el reportaje sobre un alud de tierra que, el 12 de julio de 1954, sepultó a sesenta personas en Medellín (“Balance y reconstrucción de la catástrofe de Antioquia”, El Espectador, agosto de 1954). Otra es la extensa crónica que realizó en Roma, al año siguiente, en torno al asesinato nunca resuelto de una joven italiana llamada Wilma Montesi (“El escándalo del siglo”, El Espectador, septiembre de 1955). Y una más, el testimonio detallado de un sobreviviente a la explosión de la bomba atómica en Hiroshima, el sacerdote jesuita Pedro Arrupe (“Habla un testigo de la primera explosión atómica”, El Espectador, mayo de 1955).

García Márquez ejerció el periodismo durante seis décadas, en una trayectoria que comenzó cuando fue contratado como aprendiz de redactor en El Universal de Cartagena el 20 de mayo de 1948. No debió ser un oficio sencillo, pues desde su primer artículo, publicado a los veintiún años, enfrentó la censura. Días antes, el 9 de abril, Gabo había sido testigo del llamado Bogotazo: Jorge Eliécer Gaitán, candidato del Partido Liberal a la presidencia, fue asesinado a disparos, lo que desembocó en una ola de protestas y disturbios que se propagaron por otros puntos del territorio colombiano. Comenzaba la época conocida como La ViolenciaAquel primer artículo de García Márquez consistió en una crítica al toque de queda. Según recuerda el novelista en sus memorias, su jefe de entonces, Clemente Manuel Zabala, tuvo que reescribir el texto para que se autorizara su publicación, pues “desde el 9 de abril había en cada diario del país un censor del gobierno que se instalaba en un escritorio de la redacción como en casa propia desde las seis de la tarde”. Durante los siete años siguientes –bajo los gobiernos de Mariano Ospina Pérez, Laureano Gómez, Roberto Urdaneta Arbeláez y Gustavo Rojas Pinilla– se mantendría la censura oficial de la prensa.

El propio autor recordó así esa época: “me quedé en la redacción casi dos años publicando hasta dos notas diarias que lograba ganarle a la censura, con firma y sin firma, y a punto de casarme con la sobrina del censor”. Un ejemplo de esos artículos ganados a la censura es el que comienza con la frase “Recto, empinado y magnífico ha caído Braulio Henao Blanco bajo el llameante soplo de la violencia” (El Universal de Cartagena, junio de 1948). Se trata de un reclamo por la muerte de un líder liberal herido de bala por un policía.

Tampoco debió ser sencillo ejercer el oficio siete años después, en 1955, cuando publicó en El Espectador un reportaje basado en el testimonio del náufrago Luis Alejandro Velasco, quien había sobrevivido once días en el mar tras el naufragio de un buque de la marina colombiana. El punto medular de aquel reportaje era la denuncia de prácticas de contrabando en embarcaciones oficiales, lo que ocasionó la cólera gubernamental y tal lluvia de amenazas contra el reportero que los directivos del diario resolvieron enviarlo al extranjero. Otro momento difícil debieron ser los meses de 1961 cuando Gabo fue corresponsal de Prensa Latina en Nueva York: hay testimonios de que, en estado de alerta por las amenazas que recibía todo el tiempo, el periodista escribía con una barra de hierro junto al escritorio. ¿Y qué decir cuando estalló una bomba en la redacción de Alternativa –la revista que García Márquez fundó en los años setenta junto al sociólogo Orlando Fals Borda–, en un atentado que convirtió en chatarra carbonizada las máquinas de escribir?

En cualquier caso, también gracias al periodismo, García Márquez fue un testigo privilegiado del siglo XX: el ya mencionado Bogotazo fue el primero de muchos momentos clave que habría de consignar de primera mano. Su legado contiene lo mismo la crónica resultante de una visita a Castel Gandolfo, adonde llegó tras la pista de un ataque de hipo que afectaba al papa Pío XII (“S.S. va de vacaciones”, El Espectador, agosto de 1955), que amplios reportajes que exponen las luces y sombras de la vida en el bloque socialista (“90 días tras la Cortina de Hierro. De viaje por los países socialistas”, serie publicada en la revista Cromos entre junio y agosto de 1959).

Sus artículos también dan cuenta de algunas entre sus muchas iniciativas humanitarias y diplomáticas: desde sus gestiones para liberar a “docenas de presos políticos” en distintos países latinoamericanos, hasta su participación en los procesos de pacificación en Colombia. En esta vertiente hay pasajes que bien podrían formar parte de una novela de espionaje. Uno de ellos ocurrió durante los años noventa, cuando el autor de Cien años de soledad fungía como intermediario entre Fidel Castro y Bill Clinton. Aprovechando que en abril de 1994 Gabo visitaría la Universidad de Princeton para impartir un taller, el escritor llevaba una nota confidencial del mandatario cubano donde este informaba a Clinton que su gobierno había descubierto una conspiración terrorista que podría afectar no solo a Estados Unidos y a Cuba, sino también a otras naciones. Por obvias razones, el mensaje debía ser entregado en mano al inquilino de la Casa Blanca (“La misión secreta de García Márquez”, publicado en El País el 5 de junio de 2005).

Es preciso reconocer que el auge que hoy viven la crónica y el periodismo narrativo se debe en buena medida a iniciativas del propio García Márquez. Desde septiembre de 1951, año en que fundó en Cartagena con un grupo de amigos el diario Comprimido (llamado así porque ofrecía las noticias condensadas y porque tenía un tamaño diminuto), hasta casi seis décadas después, García Márquez se embarcó en numerosos proyectos informativos: diarios, revistas y hasta noticieros de televisión.

Mención aparte merece la Fundación para el Nuevo Periodismo Latinoamericano (hoy Fundación Gabo). Desde su creación en 1995 hasta la fecha, la institución ha promovido innumerables talleres y seminarios periodísticos en el ámbito de la lengua española, al tiempo que ha auspiciado una nutrida colección de libros, manuales y podcasts en torno al que García Márquez llamaba “el mejor oficio del mundo”. ~

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(Torreón, 1977) es
escritor y periodista. Su más reciente
libro es La sangre desconocida (Alfaguara,
2022), por el cual obtuvo el Premio Nacional de Novela “Élmer Mendoza


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