Algo pasa con Manolo

Manolo Kabezabolo toca mal, canta mal y se burla de todos los poderes y usos sociales. Sin embargo, es un icono del que casi toda España ha oído hablar. Eso solo puede significar una cosa: tiene excelentes cualidades artísticas. Pero ¿cuáles?
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Hay algo cautivador en el éxito de Manolo Kabezabolo. En los primeros años de su carrera musical no salía en la radio, editaba sus propios discos o los publicaba con pequeñas compañías independientes, y no tuvo ningún tipo de marketing detrás. Era conocido por cantar y tocar mal, y muchas de sus letras eran descarnadas y sin delicadezas. Se burló de todos los poderes y usos sociales, y trataba temas marginales como la droga o la delincuencia. A pesar de ello trascendió los límites de la cultura punk y se convirtió en un icono del que casi toda España ha oído hablar. “Nadie se explica cómo ni por qué”, decía la prensa. Pero que un producto cultural de tan mala factura técnica y poca promoción tenga tanto éxito solo puede significar una cosa: sobresale en sus cualidades artísticas. ¿Cuáles?

La leyenda es conocida: hijo de un militar, pasó del ejército al psiquiátrico por una esquizofrenia. Había recibido su seudónimo de niño porque “a todo le sacaba punta”. No podía parar de inventar coplillas, y cuando salió del cotolengo las grabó en dos maquetas con una guitarra acústica y un radiocasete. Fue en 1989 y 1992. Las cintas no tenían muy buena calidad de sonido, pero animaban a “todo tipo de duplicación y préstamo”. Y así ocurrió. Para conocer gente en la Zaragoza de los noventa solo había que entonar “Vuelvo para casa / solo y mosqueao,/ de repente en el suelo / un papel morao…” Inevitablemente, alguien respondía: “¡Mil duros!” Es el grito de júbilo de uno de sus temas más populares, que puede escucharse, como el resto de las canciones que referiré, en la lista de reproducción titulada Algo pasa con Manolo disponible en Spotify y YouTube.

Loco

Fue esa década, la de 1990, en la que Kabezabolo ganó popularidad, y de la que trataré principalmente en este texto. En ella confluyen dos hechos relevantes. Uno es la irrupción de la segunda ola del punk a partir del éxito en 1991 del disco Nevermind de Nirvana, que supuso la muerte del rock de los ochenta, sus excesos estéticos y su sonido ultraprocesado. Guiado por la cadena de televisión estadounidense mtv, el público joven occidental viró su gusto hacia una música más simple, cercana, cruda y personal, en la que importaba más la turbación de el o la artista que la pericia técnica, siempre que permitiese rellenar los huecos de las personalidades en formación de la audiencia adolescente. Era la generación x.

Si alguien llevó la música simple, cercana, cruda y personal al extremo fue Manolo Kabezabolo. La pobre calidad de sonido y los errores de interpretación de las maquetas y su primer disco son patentes, pero no resultan realmente hirientes al oído, sino que poseen cierto magnetismo que los convierte en seña de identidad. Sus letras, en concordancia, ofrecen una visión íntima desde su lugar en el mundo, y si bien pueden resultar limitadas, no tienen atisbo de pretensión, moralismo ni pedantería intelectual. Entre sus canciones se distingue su turbación ante la sociedad y su propia estabilidad emocional, y bajo el descaro y la desidia de su voz nasal se adivina ternura y sensibilidad. A ello contribuyen la presencia de temas emocionales de forma principal o subsidiaria en muchas composiciones, como “Solo una vez” o “Reptil-gusano”, así como el tratamiento personal de temas sociales, como “Otro pirulo”, que destroza el mito clasemediano del trabajo: “Se pasan el día hablando / de la jornada de trabajo. / A ver quién hizo más horas extras, / a ver quién sacó más pesetas / para pagar esas deudas / de la cocina, la nevera / garaje y televisor, / el piso y la calefacción. / Y a mí me llaman extraño / porque me tomo vacaciones casi todos los días del año. / Que les den por el culo, / yo me tomo otro pirulo. / Y es que no entiendo esas movidas, / no aguantaría vivir esa vida. / Prefiero hacer mis trapicheos, / unos más guapos y otros más feos…”

A mi entender, ello permite que como público atravesemos la crudeza de sus temas duros y su actitud iconoclasta sin rechazo sino con simpatía, aunque sea para percibir a Kabezabolo como el personaje burlón que entra y sale del manicomio, es decir, que entra y sale de la moralidad, que entra y sale del mundo. Es el loco que en sus delirios musicales a veces retrata con acierto las miserias de nuestra vida y el coste de ser piezas respetables del engranaje social, pero que en vez de una amenaza real es solo un espejo deformante sobre el que echar una risotada paternalista desde nuestro sillón orejero.

Al mismo tiempo, dentro del punk este enfoque supuso una revolución formal y de contenido. Por una parte prescindió de la contundencia de una banda que parecía indispensable en el género. Por otra, cantó no solo hacia fuera sino también hacia dentro. Kabezabolo demostró que ambas cosas eran posibles.

Tolerado

El segundo hecho histórico que hace viable el éxito de Manolo Kabezabolo es la breve época de mayor libertad creativa en España. Me gusta llamar a este periodo “sándwich Krahe”, porque se podría delimitar por dos actuaciones contra Javier Krahe. La primera fue la censura en 1986 de rtve por criticar la ambigüedad del psoe en su canción “Cuervo ingenuo”, que nunca pierde vigencia: “Ahora tú ser presidente. / Lo que antes ser muy mal / hoy resultar excelente.” La segunda fue la denuncia por una receta de un crucifijo que se emitió en televisión en 2004. Durante el “sándwich Krahe” también hubo ataques a la libertad de creación, como la prohibición del cómic Hitler=SS de Vuillemin y Gourio en 1990 o la persecución a Hernán Mingoya por Todas putas en 2003, pero son menos frecuentes que las que hubo antes y después. Algunos ejemplos cercanos: el atentado a la revista El Papus en 1977, el escándalo mediático por “Me gusta ser una zorra” de Las Vulpes en 1983, la denuncia a Soziedad Alkoholika en 2004, el secuestro de la portada de El Jueves en 2007, etc.

Kabezabolo hace en sus canciones “apología de la droga, anarquía y subversión” (“Así fue”). Ataca toda forma de autoridad y poder: arremete contra la clase política, empresas, bancos, la monarquía o la prensa; desprecia la riqueza, el trabajo, las posesiones materiales o el amor romántico; bromea sobre cualquier tema que tiene a mano, delicado o no. Los exabruptos contra las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado son recurrentes, y llama idiotas a quienes votan, subnormales a los militares, o “hijo de puta bigotón” a José María Aznar. La lista no acaba aquí, y a pesar de ello no tuvo ningún encontronazo con los poderes estatales ni mediáticos. Ocurrió al contrario: en 1995 publicó su primer disco, Ya hera ora, y pasó de salir en fanzines punkis a aparecer en televisión –pero, como toda acción subversiva tamizada por la prensa, “transformado en modelos, neutralizado en signos, destripado de sentido” (Baudrillard)–. Incluso confiesa que su familia estaba orgullosa de él, aunque no le gustasen sus canciones y su madre le advirtiera con exceso de celo que “en líos te meterás”.

Cabe preguntarse si esta abultada producción injuriosa hubiera sido posible fuera del “sándwich Krahe”. Por ejemplo, si hubiera sido denunciado por ofensa a los sentimientos religiosos al cantar en “Las koplillas” “Me cago en la Nochebuena, / me cago en la Navidad, / la puta virgen María / porque no quiso abortar”; o cancelado en el mundo contracultural por bromear con un feminicidio en “El tontolaba ke llamó a la puerta”. O tal vez Kabezabolo hoy no escribiría una canción así, ya que las sensibilidades han cambiado. En realidad nunca ha estado bien visto matar a nadie, pero si algo podemos pedirle al arte es, precisamente, que sea capaz de trascender las sensibilidades de cada momento histórico para guiarnos a nuevos destinos morales por el lado de la imaginación.

El único problema legal de Manolo Kabezabolo fue por derechos de autor. La banda británica Judas Priest los reclamó por su canción “Breaking the law”, que el aragonés había reinterpretado como “Véndemelo” y que resignifica drásticamente el sentido trágico de la original. La discográfica tuvo que retirar de las tiendas Ya hera ora, del que llevaba vendidas 7.000 copias, y volverlo a publicar sin las seis versiones que contenía. Pero en Zaragoza la adaptación ya era más popular que la original, y cuando los ingleses actuaron en la ciudad el público coreó “Véndemelo, véndemelo”, probablemente sin que los músicos lo notaran debido a su similitud fonética. Este único encontronazo legal es interesante: desde su oficina en el Reino Unido los mánagers de Judas Priest no podían saber que Kabezabolo era el loco tolerado.

Somarda

Estamos, pues, en un momento histórico de apreciación por la música cruda y una mayor permisividad creativa. Sin embargo, estos factores solo permiten la supervivencia de Kabezabolo, no demuestran su éxito. Debemos atender a sus valores artísticos y, como ya exploré en nofx, me parece interesante la comparación del punk con las vanguardias del siglo XX. Varios elementos de estas corrientes están presentes en la identidad de Kabezabolo: la superación de la ejecución técnica como medida de la calidad artística, con los readymades, los collages o la abstracción como precursores; su desafección de toda costumbre y autoridad, y la corrosión de los símbolos como principal herramienta de subversión. Las vanguardias promovieron el caos semiótico, especialmente hacia los elementos sobre los que se legitima el poder o se agrupan certezas ideológicas, para avanzar en el cuestionamiento y la redimensión moral. El situacionismo bautizó esta práctica como détournement, un término de difícil adaptación al español pero que Kabezabolo recicla de forma contundente: “reventar”.

Los elementos corrosivos de Kabezabolo son principalmente el humor y la desafección. El cantante dirige la desafección, como hemos visto, hacia todo tipo de poder y autoridad, mientras que el humor le sirve a veces de contrapunto, a veces de complemento. “Reírme primero de mí / y después de todo Cristo. / De todo lo que me agobia, / del banquero, del ministro. / Olvidar todas mis fobias, / reír, cantar y voy listo. / Si no aguantas una broma, / que te jodan, que es lo mismo”, canta en “Lo absurdo”.

Humor y desafección juntos conforman el somardismo, una socarronería típicamente aragonesa que “revienta” con retranca y sin aspavientos aquello contra lo que se dirige. Una de sus canciones más populares sirve de ejemplo: “El aborto de la gallina”es una interpretación sarcástica de un informativo, donde el cantante satiriza el léxico y el alarmismo social que promueve la prensa. “Aprobarlo sería el caos de la economía, / aumentarían los precios de las tortillas”, “Las encuestas no pueden ser más alarmantes, / jamás tuvimos un caso así antes”, “Aprobarlo sería fatal, / todos los animales querrían igualdad”, etc. En el estribillo remata con “Y usted, ¿qué opina del aborto de la gallina?”, que visualizamos en boca de un o una periodista a pie de calle. Esta forma de dar voz a la ciudadanía en los informativos simula cercanía y pluralidad, pero en realidad no es más que un recurso estilístico que solo puede reforzar la opinión dominante: las personas entrevistadas, por su elección al azar y el espacio de cinco segundos que tienen en pantalla, no pueden elaborar ningún tipo de discurso formado, en todo caso repetir ligeramente lo ya escuchado. Y, de cualquier modo, por el sesgo de telenovela de la prensa, las cuestiones son siempre fútiles. Como el propio aborto de la gallina.

Kabezabolo también materializa esa ironía contra la publicidad en “Tu vida kambió”, una adaptación de “Every breath you take” de The Police: “Tu vida cambió, / ya no es como ayer. / Hoy todo es mejor, / lavas la colada con el nuevo Ariel.” Es una más de la infinidad de canciones populares que “revienta”, tal vez con menos humor ácido pero igual de pegajoso. Su interpretación de “Un beso y una flor” de Nino Bravo, una vez escuchada, empaña para siempre la original: “Hay pa ti / un queso y un jamón, / un chorizo, mortadela y salchichón…” “Wish you were here” de Pink Floyd se convierte en “Bebe lejía”, y como el somarda ha venido a “faltar al respeto a lo más sagrado” (“Ayer”), transforma “No más punkis” muertos de m.c.d. en “Lomo kon pimiento”.

Pero Kabezabolo es ante todo un excelente narrador de chascarrillos y anécdotas, serias o no. En “Ké majo es el perro” un padre se arrepiente de comprar a sus hijos el perro que él deseó en su niñez; en “Kosas de viejas” describe con indolencia el choque cultural de un grupo de punkis que van al pueblo en verano; en “Solo una vez” narra el trágico proceso de adicción a las drogas de un joven; en “Juggernaut” las almas sacrificadas por el carro hindú se vuelven contra los sacerdotes.

Estamos, pues, ante un loco tolerado que parece agresivo pero es tierno, que critica todo pero no es altivo, que nos cuestiona pero nos hace reír, y que cuenta buenas historias. Y todo ello lo hace bien: la cualidad artística que sobrevuela a las demás es la calidad poética de sus letras, que es natural, sarcástica, espontánea en apariencia y siempre seductora. Ello es producto de una riqueza léxica que abarca desde cultismos hasta la amplia sinonimia inherente a la jerga, que Kabezabolo conoce bien, así como de una inclinación natural por los juegos de palabras. Hemos visto ya varios ejemplos, añadiré solo la rima de “culpable” con “Clark Gable” que hace en “El sordo” y me despediré para que el lector o lectora escuche y juzgue.

También estamos ante un artista que hizo vanguardia somarda, que cambió las reglas de su género y que no perdió nunca la sencillez. Son características que recuerdan a tres importantes aragoneses con los que comparte insobornabilidad y nos invitan a actualizar la famosa jota de Joaquín Sabina:

En Aragón hay cuatro cosas

que no cambian de chaqueta:

Buñuel, Francisco de Goya,

Manolo y Labordeta. ~

Bibliografía

Andrés Lacasta, J. A. (2024): Manolo Kabezabolo (Si todavía te kedan dientes es ke no estuviste ahí). Documental.

Baudrillard, J. (1972): “Réquiem por los medios”. En Crítica de la economía política del signo (Siglo XXI).

Díaz, R. (2023): “Kabezabolo: ‘Si no llega a ser por los conciertos, me hubiera podrido en el psiquiátrico’”. En efe.

El Mundo (2001): “Encuentro digital con Manolo Kabezabolo”.

Garzón, L. (1997): “Le llaman cantautor punk-nihilista”. En Vanidades (29 junio).

Michinela, R. (1996): “Entrevista con Manolo Cabezabolo”. En michinela.com.

Rock Machine Radio (2024): MANOLO KABEZABOLO. En YouTube.

Anónimo García
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