Una saludable reticencia

Las dos torres. ¿Puede la cultura contemporánea pensar algo nuevo?

Beatriz Sarlo

Siglo XXI

Buenos Aires, 2024, 272 pp.

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Quizá porque su obra ha venido desde hace lustros acompañada por el sino de la inconformidad y de una exigencia a rajatabla por llevar la reflexión más allá de cualquier pacto cultural satisfactorio para todas las partes involucradas, Beatriz Sarlo (Buenos Aires, 1942) ha perdido cierta prominencia, sobre todo en Argentina, como la intelectual pública de cabecera. Los estragos que causó su libro La audacia y el cálculo: Kirchner 2003-2010 (2011), un análisis filoso y nada condescendiente con el kirchnerismo, le pasaron factura en un país donde el arrojo de imaginar o concretar un proyecto político progresista que no transite por las categorías ajadas del peronismo académico –heredero lo mismo de Gramsci que de las alucinaciones crípticas de Laclau– fue percibido como una traición elitista o una entrega a los poderes fácticos, opresores, que supuestamente cooptan a los letrados mediante la modulación de sus entusiasmos y el entibiamiento de sus opiniones.

Sarlo fue, a su modo –vieja historia–, acusada de pactar con la derecha macrista, esa agrupación insensible y burda en su lectura del horizonte político nacional. En buena medida porque el revival de Perón vía los esposos Kirchner no terminaba de convencerla. O acaso porque la nueva ola del progresismo, con agendas de consecución de derechos individuales, privilegiadas por encima de conquistas colectivas –más de factura clásica–, no le suscitaba furor. Su talante de mujer de porte burgués, viajada, premiada y publicada ampliamente, pero ante todo escéptica del frenesí masivo, no tenía cabida en la militancia de cántico y barricada, y en los fervores que por las calles se advertían cuando se lograban triunfos sobre las estructuras judiciales de un antiguo régimen ciertamente reaccionario.      

Con su enciclopedismo colosal y su distanciamiento por el cóctel actual de la nueva crítica cultural, que se las juega por los estudios de la identidad, la jerga postestructuralista y las sensibilidades presentistas, Sarlo venía a representar el canon. El viejo y sospechoso canon cultural y literario. Sus libros y opiniones estaban pasadas de moda y despedían un olor a rancio porque cultivaba el ensayo, porque sus orígenes se localizaban lo mismo en el marxismo inglés –sobre todo de Raymond Williams– que en los Henríquez Ureña, los Rodó, los Martínez Estrada. Aunque fascinada por las nuevas formas de lo simbólico, como los medios mixtos o las nuevas formas de sensibilización y aprendizaje, Sarlo parecía escribir con ayuda de un radar que la traía de regreso al centro mismo de la cultura letrada: a Musil o Borges, a Freud o Auerbach.

Mientras paseaba por Buenos Aires o cualquier otra ciudad que suscitara su curiosidad para hablar de memoria colectiva, urbanismo, arte contemporáneo o medios audiovisuales, Sarlo era relevada por figuras menos universalistas, como María Moreno –extraordinaria cronista y ensayista porteña–, que se ufanaban en sus escritos híbridos de poseer orígenes populares o de publicar desde la experiencia propia. Una pequeña historia de las formas que ha tomado la figura del intelectual latinoamericano contemporáneo delataría el apego por decirse siempre liminar, nunca ansioso de disputar el centro de la enunciación cultural: un juego en que Sarlo no estuvo dispuesta a participar. Muerta la utopía de la consecución del núcleo mismo del poder político, abandonada la batalla por disputar el sentido común a la economía de masas o a la estupidización de la televisión, lo que restaba era presumir de situarse en el margen. No solo eso: ser el margen, encarnarlo. El lugar de enunciación se convierte así en un elemento de igual o más valor que la reflexión misma. Y si este lugar privilegia o anuncia lo novedoso, lo contracanónico –cualquiera que sea el significado de esta palabra– o lo menor, mayor es su validación, más masiva es su legitimación. Si la academia se ha vuelto prácticamente el único lugar de reflexión sobre la cultura, es ella misma, la cultura, la que ha de moldearse de acuerdo a la academia: ese despojarse de su inobjetable estatus de privilegio, ese volcarse contra los cimientos del conocimiento organizado para dar lugar a formas atomizadas e hiperespecializadas de investigación para iniciados.

La prosa de Sarlo es compleja, pero no se sostiene en neologismos ni en formulaciones subsidiarias de teorías fabricadas ex profeso para alumnos aventajados. En Las dos torres. ¿Puede la cultura contemporánea pensar algo nuevo? reúne conferencias, artículos y ensayos publicados entre 1992 y 2018, y muestra una solvencia envidiable en el manejo de referentes culturales, principalmente literarios. Los motivos del libro son varios, aunque puede aventurarse un hilo común, que tal vez pudo haber sido discutido en un prólogo: la exploración de la cultura contemporánea y sus variadas resonancias en el seno de una sociedad que convive problemáticamente con la velocidad –es decir, la tecnología– y el bagaje cultural occidental –otra vez, el canon–. Para la autora argentina, la mediación o el dispositivo que permite una reflexión más enriquecedora de estas tensiones es el ensayo. De eso trata su primer texto, una aproximación personal y dialogante, a la vez, a este género. Apunta: “El ensayo acepta algunas formas de la argumentación y tiende a expulsar otras. Presenta una condensación: una idea no completamente desplegada (a la cual le falta a veces la historia; a veces, los pasos lógicos). Los recursos del ensayo son la paradoja, la elipsis, la polémica, la metáfora (los desplazamientos y las condensaciones), el aforismo.” Así, con plena conciencia de las bondades de esta escritura y dueña de una capacidad impar de asociación, creatividad y discusión con otros pensadores, recorre varios problemas contemporáneos, donde cabe la pregunta sobre la pertinencia de las artes y las letras en un tiempo que muestra reticencias para negociar el peso que le corresponde al pasado.

Dos son los ejes que atraviesan su más reciente compendio de intervenciones. En primer lugar, su abierta disposición a la polémica. En “Pensar entre objeciones” emprende una suerte de genealogía de la controversia y recoge citas de algunos de los enfrentamientos más recordados entre escritores. Recurre a Walter Benjamin, a Ángel Rama, y, espoleada por ellos, ratifica que la fuerza del antagonismo crea nuevas y más enriquecedoras formas de pensamiento. Como cuando evoca los años de la Revolución cubana y el fragor de la crítica que, bien posicionada a favor o en contra, provocaba desde sus novedosas lecturas de la realidad otras formas de leer un texto. Estas páginas recuerdan la discusión que tuvo con Santiago Kalinowski en La lengua en disputa. Un debate sobre el lenguaje inclusivo (2019), un despliegue formidable de su conocimiento de los recodos por donde circulan las disputas políticas en estos días. En segundo lugar, su querencia por la literatura. El texto que la autora presenta sobre la obra de W. G. Sebald, donde recupera el valor inicial del humanismo e instala al novelista alemán en esa estela diversa y sensible de autores obstinados por poner al ser humano en la convergencia de las preocupaciones trascendentales y materiales, remonta la más reciente deriva conservadora que de este movimiento ha hecho, en el mejor de los casos, una caricatura. Sarlo piensa con y desde la literatura, y eso se agradece en tiempos de relativización de las disciplinas, de antropologización del debate sobre la cultura, en consonancia con la hegemonía de los avatares del mercado de las diversidades. Escribe esto: “Los estudios culturales se caracterizan por su perspectiva ultrarrelativista. Yo querría afirmar que el arte y la literatura modernos no pueden ser captados por completo desde un punto de vista exclusivamente relativista. La experiencia estética y la discusión de valores estéticos pueden basarse sobre una diversidad democrática, pero requieren mucho más que el respeto de esa diversidad. Requieren evaluación, que, en el caso del arte, no proviene de reglas democráticas y puede no tener a la diversidad como factor guía.”

Parece no sobrar nada en el último libro de la autora argentina, dueña de una saludable reticencia ante los vaivenes y mareos que producen las formas –y los mercados– de hacer pensamiento en sintonía con estos, unos tiempos más espurios, presentistas, muy poco cuidadosos con lo que puede ofrecer la mirada universalista –incluyendo las semillas de rebeldía inscritas en él–. Más que un nostálgico regreso a categorías inamovibles de intervención intelectual, Sarlo despliega un proyecto de recuperación de la ilustración que, como ella, halla en Argentina y América Latina exponentes impares. ~

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es crítico literario en Letras Libres e investigador posdoctoral.


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