Jeff Koons es una celebridad en el mundo de arte, y su relación con el mercado es indiscutible. El 15 de mayo la casa de subastas Christie’s en Nueva York vendió, durante la sesión de pujas de arte de la posguerra y arte contemporáneo, una de las tres ediciones de la escultura de acero inoxidable Rabbit en 91,075,000 dólares. Después de la transacción, Koons se convirtió en el artista vivo con la obra por la que más se ha pagado. ¿Quién posee el conejo ahora? Robert Mnuchin, padre del secretario del Tesoro de Estados Unidos, Steven Mnuchin, compró la escultura a nombre de un cliente. En este escenario, se inauguró el 19 de mayo la muestra Apariencia desnuda. El deseo y el objeto en la obra de Marcel Duchamp y Jeff Koons, aun en el Museo Jumex.
La curaduría de la exhibición estuvo a cargo de Massimiliano Gioni, director artístico Edlis Neeson del New Museum de Nueva York y director de la Fundación Trussardi de Milán. La lógica del museo es diferente a la de la casa de subasta, no porque se desprecie el dinero, sino porque el valor simbólico de la obra es igual o más importante que su precio. El gran reto de Gioni es hacer pública la importancia de Koons, como artista vivo, frente a la leyenda que es Marcel Duchamp, inventor del ready-made. ¿Lo consigue?
Apariencia desnuda, que toma su título del libro homónimo de Octavio Paz dedicado a Duchamp, comienza en la explanada del museo con Seated ballerina de Koons, un inflable de nylon de más de trece metros de altura. La muchacha, en pose reflexiva, mira hacia abajo mientras se acomoda su zapatilla azul de ballet. La pieza es parecida a la escultura Bailarina Lenochka en una otomana, de mucho menor tamaño, 20 x 19 x 12 cm, producida por Oksana Zhnykrup en 1963. La obra de Koons es interesante no solo por sus dimensiones, por su belleza y sus colores metálicos, también es una de las pocas obras del autor que, en esta exhibición, presentan al ser humano en una postura meditativa, casi melancólica.
Koons comenzó a trabajar con inflables muy temprano en su carrera. El artista comentó en una entrevista con Gioni que siendo joven disfrutaba de caminar por las calles de Nueva York y absorber todo lo que veía a su paso. Pero Koons no se conformó con ser un flâneur, con mirar las cosas sin consumirlas, sino que las compró para más tarde perfeccionarlas: “Sabía todo lo que se estaba fabricando. En la esquina de la calle 26 con Broadway había una tienda de inflables, que fue donde compré mis flores. Mi conejo lo compré en China Town, muy cerca de Bowery. No recuerdo exactamente en qué calle pero fue allí donde compré los conejos inflables.”
En la galería 3 del museo se encuentran Luna, Corazón colgante (rojo/oro), Perro globo (magenta), Conejo y Venus metálica. Todas las esculturas producen la sensación visual de estar infladas pero, en realidad, se construyeron con acero inoxidable. En la sala, una persona del departamento de educación explicó que, pese a ser similares, entre el Conejo y la Venus hay una gran diferencia. Para el conejo se utilizó una tecnología manual, mientras que la Venus fue hecha con una máquina parecida a las de impresión en tercera dimensión. “Si te acercas al conejo aún puedes ver pequeñísimas imperfecciones, lo que no sucede con la Venus”, enfatizó.
En la conferencia de prensa, Gioni declaró que no necesita validar la obra de Koons frente a la de Duchamp porque el primero es un artista por derecho propio. Ante ello se abre la pregunta sobre las relaciones entre ambos artistas y el argumento visual para presentarlos juntos.
El hilo conductor entre las piezas de esta exhibición es el deseo, sin embargo, Gioni escapa a cualquier esencialismo al evitar definirlo; por el contrario, deja claro que Duchamp y Koons tienen modos muy distintos de aproximarse a él. Así, más que meter con calzador un concepto entre los artistas, el curador utiliza la imagen del espejo: “Al colocar la obra de Koons y la de Duchamp una a lado de la otra, la exposición funciona como una sala de espejos […] que refleja, distorsiona y amplifica las similitudes y las diferencias entre ambos artistas en un complejo ‘régimen de coincidencias’.”
Tener la posibilidad de estar frente a las piezas de Duchamp es un lujo: el artista es una de las figuras clave en la historia del arte del siglo XX. Lo es aún más porque Jumex no trajo a México bocetos y obras menores, como ocurre en las exposiciones de otros museos. En esta, en cambio, podemos ver las reediciones de algunos ready-mades, desde el Porte-bouteilles (Bottle rack) de 1914 (edición de 1964) hasta la Fountain, conocida popularmente como “mingitorio”, de 1917 (edición de 1964). Sobre esta última pieza hay un debate actual sobre su autoría. Hay historiadores, teóricos y curadores que defienden que el artista detrás del urinario fue una mujer: la baronesa Elsa von Freytag-Loringhoven, amiga de Duchamp. Al cuestionar a Gioni sobre esta polémica, contestó que él no cree que la baronesa sea la verdadera autora, aunque sí tuvo un lugar importante en la escena dadaísta de Nueva York.
Duchamp frente a Koons
Debo confesar que mi interés en Apariencia desnuda se inclinaba, en un principio, mucho más por Duchamp que por Koons, pero en las salas encontré algo que no esperaba. Al recorrer la exposición, me di cuenta de algo que me fascinaba en las piezas de Jeff Koons: la posibilidad de consumar el deseo de manera inmediata mediante mecanismos simples como espejos, imágenes pornográficas, formas bellas y retratos de personas sensuales. No hay ninguna demanda de conocimiento sobre la historia del arte o sobre conceptos específicos (por lo menos, no en un primer vistazo), la obra está ahí para ser consumida y fotografiada por el espectador sin ningún requisito.
En la sala del museo, los ready-mades de Marcel Duchamp pierden un poco de su brillo ante las grandes superficies especulares en varias obras de Koons. Luna y Venus metálica funcionan como un filtro de Instagram al que se añade la plusvalía de verse reflejado en una obra que vale millones, la cual solo se puede poseer mediante la imagen: clic, clic, foto. No habría que escandalizarnos ante esta situación, es más común de lo que parece; constantemente buscamos mirar y ser mirados en la esfera pública. Buscamos objetos para contemplarnos y ensayar la mejor versión de nosotros mismos.
Volvamos a la exposición. ¿Cuál es la diferencia entre Marcel Duchamp y Jeff Koons si ambos utilizan objetos de la vida cotidiana como punto de partida para su producción? Boris Groys, filósofo y crítico de arte, explica que el ready-made emplea una estrategia parecida a una de las posturas de Friedrich Nietzsche: el ready-made hace una valoración distinta de los paradigmas vigentes. “Duchamp no ofreció una nueva forma de producir arte, sino que revaluó los objetos de la vida profana”, explica.1
Para Groys, el ready-made forma parte de la innovación en el mundo moderno. La búsqueda de algo nuevo no necesariamente pasa por su fabricación desde cero, basta con seleccionar entre lo existente para dar cuenta de otra realidad. Siguiendo a Nietzsche, esta situación es consecuencia de la muerte de Dios, algo debe sustituir al significante primordial, que guiaba el sentido de la vida, y que perdimos; pero no hay un solo ready-made que baste para reemplazar la función divina y cada tanto tiempo se tiene que buscar otro y otro más.
Las obras de Koons no funcionan igual que las de Duchamp. Para Koons no se trata de encontrar un significante que nos dé sentido, sino de producir un escenario para que el espectador construya ese significante mediante su propia imagen. De modo que las piezas de Koons apelan a la identificación del espectador con un modo de vida limpio, pulcro y sin manchas:
Hay que rehacer el objeto para amplificarlo y volverlo perfecto. No es una decisión fácil porque, si conservas el objeto tal cual lo encontraste, queda cargado de belleza e inmediatez, la pureza del ready- made. Es hermoso por sí mismo, tal y como es, pero imperfecto, así que, cuando te metes de lleno en la organización formal del objeto, te das cuenta de que hay detalles que podrían corregirse, que el objeto tendría más fuerza y poder si pudieras eliminar algunas imprecisiones […] Quizá se pierde en inmediatez pero se gana en perfección.
Uno se identifica con la perfección, aunque sea imposible de alcanzar. Pese a que en la modernidad fueron desapareciendo los absolutos (la conciencia frente al inconsciente, la religión frente a las ciencias, el determinismo ante sus críticos), parece que, en la contingencia y en la diversidad del presente, seguimos haciendo una demanda universal: la petición de belleza (que tiene como uno de sus componentes a la perfección). No hemos podido hacer nada frente a ese valor. Nos desarma. Basta ver las revistas de moda o la estética armónica en las tiendas departamentales.
Aunque Apariencia desnuda nos deleita con la perfección de Koons, también nos pone cara a cara con la experiencia conceptual y epistemológica de las piezas de Duchamp. El ready-made hace resonar, aún después de un siglo, la pregunta acerca de la diferencia que hay entre un objeto común y un objeto que se lleva del mundo profano al museo. Todavía me cuesta entender por qué estos dos artistas se presentan en una exhibición, siendo tan diferentes, pero agradezco que el curador no haya intentado establecer un linaje histórico. En Apariencia desnuda no hay herencia, sino espejeo: el visitante es quien establece las relaciones entre uno y otro, como mejor le convenga.
Addenda
Hacia el final de la película La gran belleza, Paolo Sorrentino propone una hipótesis que la desestabiliza sin renunciar a ella. El director pone en boca de su protagonista, Jep Gambardella, lo siguiente: la belleza, la gran belleza, es un truco. ~
1 Boris Groys, Particular cases, Berlín, Sternberg Press, 2016, p. 22.