La vida de Galdós, como su obra, es víctima de una segunda leyenda negra, la que maldijo a la literatura decimonónica española, acusada de una doble indigencia: ante Miguel de Cervantes y ante la narrativa europea. Me temo que las causas de este desprecio, atenuado por la industria académica pero visible para el visitante de librerías de viejo, son más políticas que literarias. Se trata de una engañosa ecuación entre cultura política y realidad literaria, muy propia de los traumas del liberalismo español. El fracaso de las revoluciones burguesas en la península ibérica devino en purgatorio sin remisión para aquella novela burguesa. La vergonzosa indulgencia dejó a Galdós en calidad de epílogo segundón de Balzac y Dickens. Que España padeciese la Restauración alfonsina, tan cutre en relación a la era victoriana o a las espectaculares mudanzas francesas, se convirtió en motivo suficiente para descartar la novela que la retrataba. Es el argumento que los críticos transformados en Monsieur Homais utilizaron contra Flaubert: es un mediocre porque habla de mediocres. Si la Ilustración y el romanticismo español fueron, sin duda, fenómenos ancilares por causas discutidas hasta el tedio, el mismo modelo de subordinación parece no justificarse contra Galdós, ni como baremo estético ni como coartada ideológica. Los Episodios nacionales galdosianos se convirtieron en catecismo liberal, pero su dignidad artística fue sobajada por las generaciones del 98 y del 27. La derrota republicana de 1939 agravó el cuadro. Con gran parte de la inteligencia desterrada, el franquismo impuso un syllabus cuya negación del mundo moderno pasaba por la deformación escolar de los clásicos del siglo XIX. La aparente mediocridad de Valera, Galdós y Clarín le venía muy bien a la dictadura.
El siglo XX avanzaba y Galdós se iba quedando ciego, mientras los nuevos escritores, la generación del 98, desarrollaban pertinaces defensas contra el maestro. Baroja y Azorín, anarquistas de salón que se habían estremecido con Electra, negaron a Galdós tres veces tan pronto cayó el telón sobre el antiguo liberalismo. La religiosidad atormentada del regeneracionismo, su exaltación de una España profunda y castiza tras la pérdida de Cuba, lo tornaba incompatible con la mansa clerofobia de don Benito. Se fue imponiendo el parricidio. “No es cínico como Verlaine, ni satánico como Baudelaire, ególatra como Nietzsche. En Galdós no hay llama”, sentenció Baroja. César González-Ruano se lamentó en sus memorias de que ni con la mejor buena voluntad podían respetarlo los jóvenes. Era inútil esperar que los Ramiro de Maeztu, que velaban armas para la guerra civil europea, tuviesen piedad para el ciego que dictaba sus últimos Episodios nacionales sobre la vetusta Primera República. Unamuno fue más generoso, al grado de ser el único entre ellos que lo homenajeó el día de su muerte. Y Ramón Gómez de la Serna se burló de la suscripción nacional que Galdós auspició para procurarse una vejez más que digna, porque pobre nunca fue. “Otra vez el español con afán de mendigo…”, anotó Ramón.
Galdós fue el último de los gigantes de la novela decimonónica y el único en soñar con el Premio Nobel. Se lo ganaron José Echegaray (1904) y Jacinto Benavente (1922). Tras su muerte, el 4 de enero de 1920, el novelista fue asimilado al mundo senescente de esos dramaturgos. Antonio Espina firmará el anatema en 1923: “Galdós fue una inmensa medianía.” Tomás Segovia dice que Espina se arrepintió, como Gómez de la Serna, quien concluyó que tan monstruoso fue Galdós como Unamuno.
La muerte de Galdós fue galdosiana. Los curas merodeaban alrededor del lecho del moribundo. Hay familiares interesados en vender a la Iglesia la sonora reconciliación del hereje. El doctor Gregorio Marañón, médico de cabecera, ahuyenta a las ratas eclesiásticas con su conciencia española en paz: Galdós se va creyendo en el austero cristianismo que soñaron Juan de Valdés y Erasmo. Muerto el novelista, Alfonso XIII ordena luto nacional pero la izquierda protesta porque este no incluye desfile militar. La Institución Libre de Enseñanza prefiere no hablar de un compañero de viaje cuyo radicalismo dejó mucho que desear. Y al escritor popular lo despide esa muchedumbre que Ramón execra pues cuando se reúne crea un domingo. La actriz Margarita Xirgu, preferida de Galdós, melodramatiza arrojando flores al cortejo desde el Hotel París de la Puerta del Sol. Cierran todos los teatros. ~
es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile