Fotografía: Carlos Villavicencio

Arqueólogos en apuros. Un reconocimiento a los divulgadores naturales

Frente al desafío de cómo interesar a los niños en el estudio de las civilizaciones antiguas, un grupo de arqueólogos decidió involucrarlos como investigadores, realizadores y conductores de un noticiero. Su éxito brinda valiosas lecciones sobre la importancia de la imaginación y los relatos a la hora de comunicar el conocimiento.
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a Eduardo Matos Moctezuma

En alguna ocasión tuve el privilegio de hablar con el profesor Eduardo Matos Moctezuma y, luego de una breve conversación, concordamos en un punto: siempre que los arqueólogos hablamos de la necesidad de construir estrategias de divulgación arqueológica para niños y niñas escolares es muy común que señalemos la necesidad de dejar por un momento nuestras excavaciones para visitar las escuelas y divulgar nuestros nuevos hallazgos e interpretaciones en el salón de clase. El problema de esta iniciativa es que, si la deseamos mucho, podemos correr el riesgo de convertirla en realidad y entonces seremos testigos de nuestros tremendos esfuerzos para convertir nuestro vocabulario arqueológico especializado en uno comprensible para los niños y niñas de entre ocho y doce años de edad, absolutamente llenos de energía, quienes, por cierto, nos harán sentir su salón de clase como su territorio.

Esto me ocurrió hace tiempo cuando invité a algunos arqueólogos a dos escuelas primarias contiguas a la zona arqueológica de Teotihuacan. Ellos aceptaron amablemente la invitación conscientes de la necesidad que tenemos de informar a los estudiantes sobre los problemas que conlleva la conservación de la ciudad arqueológica. Mis colegas arqueólogos entraron al salón de clase y desde el primer minuto realizaron un enorme ejercicio de síntesis pedagógica, se corregían a sí mismos cuando mencionaban conceptos especializados como sustratos, estratos o prácticas funerarias, buscando afanosamente las palabras equivalentes. No obstante, nada de ello parecía funcionar, ya que los niños y niñas empezaron a inquietarse luego de los primeros veinte minutos de exposición, mientras se escuchaba la voz amenazante de su maestra que gritaba: “¡Si no guardan silencio los arqueólogos no van a regresar, por favor!” La amenaza de la maestra fue una premonición, pues días después volvimos a invitar a nuestros colegas para continuar con las jornadas de divulgación, pero esta vez se disculparon diciéndonos que les encantaría, pero tenían que atender compromisos urgentes de trabajo.

Salvo notables excepciones, como la de Eduardo Matos Moctezuma, Manuel Gándara Vázquez y otros más, el resto de los arqueólogos suplicamos un poco de comprensión, ya que fuimos formados para reproducir un lenguaje especializado que apropiamos durante nuestra estancia en las escuelas de arqueología. Al respecto, Brigitte Vasallo señala que, durante años, se nos ha inculcando un lenguaje técnico especializado y pulimentado, que a la postre se convierte en una especie de peaje que tenemos que pagar para ser tomados en serio en la autopista de la academia. En el camino, hemos tenido que dejar nuestros acentos, dejes y malas pronunciaciones para complacer a nuestros pares académicos y tratar de conquistar la palabra pública. No obstante, advierte que, en este intento, “el lenguaje canónico se nos ha quedado enganchado a la piel interiorizándolo y reproduciéndolo con naturalidad”.

((Brigitte Vasallo, “Lenguaje académico y traición de clase”, Pikara Magazine, 3 de abril de 2019.))

Por ello y en aras de pensar en una estrategia de divulgación mayormente empática con los niños y niñas en el salón de clase opté por sustituir a los arqueólogos y arqueólogas por un grupo de títeres que los representaran, parodiando su lenguaje, sus obsesiones, filias y fobias, lo cual, dicho sea de paso, es terapéutico. El uso de títeres nos confiere el poder de condensar o alargar la realidad y hasta ser políticamente “incorrectos” con la academia, pero sobre todo generan una expectativa alta con los niños y niñas, a los que he visto escoltar literalmente a los muñecos cuando entran por la puerta de su escuela y hasta el salón de clase donde los presento.

Con esto en mente, en el año 2016 creé junto con otros compañeros un noticiero protagonizado por títeres para transmitir nuevos hallazgos e interpretaciones de la arqueología teotihuacana y del país. La conexión con los niños y niñas fue inmediata, ya que se divertían con los giros de las historias y los incidentes de las marionetas en vivo, pero también reflexionaban sobre la importancia de los paisajes naturales, los animales y los vestigios arqueológicos. Con esta estrategia pudimos mantener la atención de los estudiantes por los más de 45 minutos que duraba la presentación y hasta tuvimos tiempo de aplicar encuestas de entrada y salida para determinar la incidencia educativa del noticiero.

((Para conocer los resultados se puede leer el estudio de Macrina Cid “Análisis de la incidencia educativa del noticiero Los Reporteros del INAH”, archivo técnico de la zona arqueológica teotihuacana, proyecto Arqueólogos en Apuros, Teotihuacan, 2013.))

Sobra decir que estábamos felices de encontrar la conexión con los niños y niñas y de paso descubrir habilidades escénicas que no sabíamos que teníamos. Pero la alegría duró poco, ya que en las últimas presentaciones decidimos aplicar una encuesta a nuestra joven audiencia con la siguiente pregunta: ¿Qué otros temas quieren saber de los antiguos teotihuacanos y que nosotros los preparemos? Las respuestas de los encuestados nos sorprendieron. Querían saber si los teotihuacanos tenían mascotas, se enamoraban, cómo se peinaban, si se lavaban los dientes y dónde hacían del baño. Inquietudes que nos revelan que nuestra lista de intereses no coincidía con la de ellos, quienes mostraban interés en el conocimiento de la historia prehispánica, pero a partir de su vivencia y realidad concretas.

Las niñas y los niños se interesan por el pasado a partir de su vivencia concreta.
Fotografía: Eduardo Castillo

Por ello, en este punto nos preguntamos, ¿qué pasaría si invertimos la ecuación y fueran los propios niños y niñas los que decidieran, representaran y produjeran su noticiero escolar, respetando sus lenguajes y sentidos? Con este cambio de enfoque estábamos convencidos de que se modificaría la manera en que se relacionan con el patrimonio arqueológico más allá del discurso académico autorizado.

Así nació Arqueólogos en Apuros: un noticiero co-creativo cuyo distintivo fundamental es ser planeado y producido por los niños y niñas y que, gracias al auspicio del INAH, ha sido replicado en más de quince sitios arqueológicos del país: Teotihuacan, Estado de México; Xochicalco, Morelos; Chichén Itzá, Yucatán; Cholula, Puebla; Becán, Calakmul y Pomuch, Campeche; Palenque, Chiapas; Atzompa, Oaxaca; Tulum, Quintana Roo; Tajín, Veracruz; Yaxchilán, Bonampak y Frontera Corozal, Chiapas, y Cacaxtla, Tlaxcala. Hoy en día estas cápsulas se pueden ver en el canal de YouTube de INAH TV de la Secretaría de Cultura del gobierno federal y en el de UNESCO México.

La metodología co-creativa que sigue el noticiero consta de siete pasos: elección del tema, guion colectivo, taller de fabricación de títeres, investigación, producción y desarrollo escénico, edición correctiva y première. Además, con esta estrategia, logramos levantar a los niños y niñas de sus asientos, dándoles un rol activo tanto en la investigación como en la representación de su noticiero. Así asumen el papel de entrevistadores, conductores, actores, reporteros, corresponsales, ingenieros de sonido e iluminación, se mueven en todas direcciones en busca de la noticia, aprenden a hacer una investigación periodística e identifican los elementos técnicos involucrados en la realización del noticiero y los elementos básicos de desarrollo escénico, tales como la importancia de la entonación, la respiración y la gestualidad frente a la cámara.

Metodología diseñada para este modelo co-creativo
Un proceso de enseñanza mutua

Luego de recorrer diferentes comunidades del país pudimos percibir el temperamento de los niños, sus habilidades y sus formas de ser y sentir su comunidad, al tiempo de entrar en un proceso de educación mutua, ya que nos ofrecieron (sin proponérselo) elementos importantes para la reflexión sobre nuestro propio quehacer como arqueólogos divulgadores, mismos que a continuación presento.

Nuestra idea del tiempo

Los arqueólogos estamos interesados en los acontecimientos ocurridos hace cientos o miles de años, investigándolos y habitando (intelectualmente) en estas épocas de la historia. Nos atraen las cronologías y los procesos de cambio cultural, las caídas de las grandes civilizaciones, las relaciones comerciales a larga distancia, las técnicas de manufactura, las patologías, paleodietas y últimamente los llamados isótopos estables de estroncio. Contrario a esto, los niños y las niñas quieren saber: ¿quién inventó la tarea?, ¿qué comían?, ¿cómo se divertían?

{{Jaime Delgado, “Arqueólogos en Apuros: un modelo de co-creación escolar en torno al patrimonio arqueológico en México”, Revista Innovación Educativa, vol. 17, núm. 73, Ciudad de México, Instituto Politécnico Nacional, 2017.}}

Una lista de intereses que revela la necesidad de que el pasado se traiga al presente y se convierta en espejo de sus propias preocupaciones, inclinaciones, gustos y hasta pesadillas. Es por ello que podemos afirmar que a las niñas y los niños sí les interesa el pasado, pero solo si este es capaz de responder a los dilemas y conflictos que viven en su escuela, en su casa, en su barrio o comunidad, un principio que hemos denominado “Arqueología de la Proximidad”.

Esto no significa que como especialistas debamos responder solo a las preguntas del inmediato cotidiano, en detrimento de las explicaciones generales sobre una civilización prehispánica, sino reconocer que estas inquietudes son una ventana de oportunidad para interesar a los niños sobre temas de historia y luego, entonces, escalarlos a temas de investigación cada vez más complejos en la medida que crece su curiosidad.

Nuestra imaginación sometida

Como es sabido, una de las características más visibles de los niños y niñas ha sido su enorme capacidad de imaginar situaciones, por ejemplo, cuando en la zona arqueológica de Cacaxtla, Tlaxcala, tuvieron que imaginar los motivos de la pelea representada entre los guerreros jaguares y los guerreros aves en el famoso Mural de la Batalla.

{{“Presenta zona arqueológica de Cacaxtla programa Arqueólogos en Apuros”, ABC Noticias de Tlaxcala, 19 de agosto de 2021.}}

 Contrario a lo que podría pensarse, los niños se ciñeron a lo visto en el mural, pero al mismo tiempo llegaron a imaginar posibles causas y hasta escenarios de conflicto factibles que nos sorprendieron a todos los arqueólogos. En otras palabras, su imaginación se movió dentro del horizonte de subjetividad de la propia evidencia, pero a la vez era libre y espontánea.

Durante nuestra formación como arqueólogos estamos poco dispuestos a aceptar públicamente que hacemos uso de nuestra imaginación. Las razones de esta reticencia tienen que ver con lo que llamamos “la tiranía de la evidencia”, en la que la academia exige que nos remitamos rigurosamente a las evidencias tangibles, medibles y cuantificables, en detrimento de las prácticas sociales “no evidentes” que les dieron lugar. Nos perdemos lo mejor del mundo del pasado por falta de evidencias, pero lo más preocupante es que llegamos a creer que la imaginación es una cosa subjetiva e incompatible con el quehacer arqueológico. Menciono como ejemplo el descubrimiento de un enterramiento prehispánico, en el que el arqueólogo, en nombre del rigor científico, debe registrar el esqueleto, determinar su posición anatómica, la orientación de su cráneo y su altura, para luego extraer cuidadosamente cada parte del cuerpo y empaquetarlo con un registro preciso. Esto no está mal, sin embargo, los problemas comienzan cuando creemos peligroso imaginar que ese individuo enterrado (hombre, mujer, adulto, niño o anciano) tuvo un funeral, probablemente con llanto, con deudos, con flores, con recuerdos personales, con súplicas a los dioses, con aromas y con un tratamiento del cuerpo. Y si lo llegamos a imaginar, lo hacemos en privado porque no tenemos evidencia de ello. ¿Cómo le explicamos a un niño o niña que no podemos imaginar?

Por ello, coincido con Yannis Hamilakis cuando afirma que los arqueólogos solemos ser una especie de profesionistas discapacitados, ya que solo podemos usar la vista en detrimento de cualquier otro recurso, convirtiendo la evidencia en una especie de camisa de fuerza del quehacer arqueológico.

{{Arqueología de los sentidos. Experiencia, memoria y afecto, Madrid, JAS Arqueología, 2015.}}

 Considero saludable empezar a aceptar que toda la arqueología es producto de una interpretación, donde siempre habrá una cuota de subjetividad e imaginación, y que, en todo caso, debemos usar la imaginación dentro de los horizontes de la propia evidencia tal y como lo hicieron los niños y niñas de la comunidad de Cacaxtla, Tlaxcala.

Nuestra idea de la materialidad

Igualmente importante para la reflexión es que entre nuestro gremio existe una obsesión por la materialidad y quizá por ello esperamos que al diseñar un programa de divulgación convirtamos a las niñas y los niños en una especie de guardianes de monumentos arqueológicos, es decir, un cuerpo de policías infantiles que custodien la materialidad del pasado. Sin embargo, en la interacción con los estudiantes del país hemos sido testigos de su capacidad para trabajar con la información existente de un objeto o monumento, aun sin necesidad de verlo o tocarlo.

En esta plasticidad, las niñas y los niños pueden hablar de una mandíbula de tiburón encontrada como ofrenda en el Templo Mayor de Tenochtitlan

{{Se puede conocer más en Ana Graciela Bedolla Giles, Desde las entrañas del museo. Reflexiones sobre las exposiciones con niños, Ciudad de México, Archivo Técnico del INAH, 2015.}}

 y hacer con esta una exposición museográfica, utilizando sus sentidos, imaginación y capacidad creativa, sin haber visto nunca la mandíbula original. Pero más sorprendente es su capacidad de cambiar la ontología de los objetos, es decir, de convertir una cuchara de cocina en una espada, en un micrófono o en una catapulta, lo cual explica el éxito de sus exploraciones y su propensión a encontrar explicaciones espontáneas de un suceso investigado.

Los niños y las niñas son capaces de cambiar la ontología de los objetos. Fotografía:
Eduardo Castillo

Entonces, si los niños y niñas pueden ser capaces de prescindir de la materialidad para emprender una investigación, ¿qué los motiva? La respuesta habita en el poder del relato y la emoción de protagonizarlo en primera persona. Al respecto cito a Manuel Gándara quien ubica al “poder del relato” como el corazón que late con fuerza en cualquier programa de divulgación infantil.

{{ Manuel Gándara, “La interpretación temática: una aproximación antropológica”, Antropología y patrimonio: investigación, documentación e intervención, Andalucía, COMARES, 2003.}}

 Para demostrar esto, menciono el programa “Las reumas de la reina”

{{Puede verse en el canal de YouTube de UNESCO México.}}

 que realizaron niñas y niños de Palenque, Chiapas, sobre la Reina Roja de Palenque y sus padecimientos de osteoporosis y reumatismo. Según las investigaciones arqueológicas la Reina Roja, esposa de Pakal “el Grande”, vivió hace mil setecientos años en Palenque y estaba tan bien cuidada que su esqueleto no tenía fractura o rasguño alguno, lo cual nos indica que tenía un séquito de sirvientes que la atendía. Pero este cuidado quizás era agobiante y le impedía conectarse con su entorno. Nos imaginamos que la reina no podía salir a jugar, ver los monos de la selva, ni comer lo que se le antojara, por lo que su vida estaba llena de lujos, pero sin la cuota de libertad necesaria para conectarse con su entorno y su pueblo. A partir de este relato, Ximena, una niña de ocho años de edad que fungió como conductora del programa, soñó con ser reina por un día. En su sueño, sus amigos de la escuela eran sus guardaespaldas, modistas, cargadores, consejeros y damas de compañía. Sin embargo, los cuidados que le daban eran tales que al despertar renunció a su deseo de ser reina, pero paradójicamente desarrolló un fuerte sentimiento de empatía por las circunstancias vividas por esta importante mujer de la antigüedad.

Después de la grabación del programa estaba planeada la visita al Museo Pabellón de la Reina Roja en Palenque, pero por las restricciones que impuso la pandemia de covid-19 no pudimos realizarla. A pesar de ello, las niñas y los niños entendieron la historia de la reina y me dijeron que no importaba, porque, como mencionó Iker,“ya la habían conocido”.

Un arqueólogo o divulgador puede sentir que su estrategia se viene abajo cuando nuevos datos de carbono 14 adelantan la caída de una civilización o cultura, pero al final los niños y niñas valoran más el poder del relato y protagonizarlo en primera persona, que las certezas, las cronologías o materialidad del suceso.

Nuestra idea del patrimonio como una definición académica

Mucha tinta ha corrido desde que los arqueólogos se dispusieron a consensuar una definición del llamado “patrimonio arqueológico”; quizá la que predomina es la de un conjunto de bienes que por sus cualidades históricas, educativas e identitarias merece una protección, investigación y difusión por parte del Estado mexicano.

Sin embargo, Paulo Freire afirma que el fin último del llamado patrimonio no es su materialidad per se sino las relaciones sociales que estos objetos pueden propiciar entre las personas.

{{Paulo Freire, Pedagogía del oprimido, Ciudad de México, Siglo XXI Editores, 2005.}}

 Esto es algo que hemos definido como “solidaridad orgánica” y que se puso de manifiesto en todas las cápsulas realizadas, cuando las niñas y los niños se ayudaban entre sí al momento de decir sus líneas, al dar su opinión sobre la manera de actuar frente a la cámara o simplemente tratando de tranquilizarse o animarse, lo que nos recuerda que, al final, el propósito del patrimonio arqueológico es que estos vestigios se conviertan en un vehículo para generar relaciones sociales entre las personas.

Para ilustrar este argumento quisiera exponer el caso de Daniel, de diez años de edad, quien fue uno de los corresponsales de campo en la cápsula de Calakmul, Campeche.

{{Se puede ver en el canal de YouTube de UNESCO México.}} 

Desde el primer momento, Daniel quería demostrarnos que era muy inteligente y podía hacer la entrevista que se le encomendó. No obstante, cuando estaba frente a las cámaras parecía sucumbir ante los nervios y decía que quería estornudar para escapar del escenario. Ante esta situación, Carlos, uno de sus compañeros, lo tomaba del hombro y le decía: “Tranquilo, Dani, tú puedes hacerlo.”

Otro caso fue el de Cristina, una niña de diez años de edad y dueña de un carisma evidente, pero que constantemente nos advertía que padecía de déficit de atención y en nombre de ello salía corriendo del escenario al percibir que se equivocaba. En una de las ocasiones, Julia, una de sus amigas, la detuvo recordándole que es capaz y no tuviera miedo: “A ver, tomemos aire, no pasa nada.”

De pronto, tal y como afirma Freire, el patrimonio y la arqueología estaban sirviendo de pretexto para generar relaciones solidarias entre niños y niñas trabajando en equipo y creando un proyecto compartido.

Conclusiones

Con lo expuesto hasta aquí, me sumo a la celebración del Premio Princesa de Asturias 2022 otorgado al doctor Eduardo Matos Moctezuma en el área de ciencias sociales, haciendo énfasis en que, más allá de sus aportes a la historia cultural de Mesoamérica con la dirección de importantes proyectos arqueológicos y la fundación de museos, merece el reconocimiento por su enorme cualidad de divulgador “natural” y su demostrada capacidad de comunicarse con el gran público de una manera amena, legible e interesante.

No obstante, el aprendizaje que Arqueólogos en Apuros nos ha dejado es que muchas veces los mejores maestros suelen ser los niños y niñas de comunidades rurales o indígenas del país. Ellos nos demuestran que el valor de la labor arqueológica no está en las teorías macroscópicas, conceptos y preocupaciones, sino en apropiarse de los relatos para comprender mejor el pasado. ~

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