Atilano Domínguez, el amigo de Spinoza

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Esta breve nota quiere rendir homenaje a Atilano Domínguez y su gran labor a la hora de acercar y difundir la obra de Baruch Spinoza en castellano, hasta el punto de que ambos nombres están ya indisolublemente asociados en nuestra lengua. Haya un mayor o menor acuerdo con su interpretación general del autor holandés, lo que importa es agradecer la ingente aportación de materiales de toda índole –como se verá luego– que facilitan enormemente su conocimiento en muy diversos registros. Se puede decir incluso que supone una labor excepcional, si no única, en la medida en que muy pocos de entre los grandes pensadores han recibido un tratamiento semejante y con tales resultados prácticos por parte de un estudioso.

En absoluto resulta exagerado afirmar que el profesor Atilano Domínguez ha consagrado una vida profesional –y en parte personal– de cincuenta años a la tarea de arrojar luz sobre esa filosofía, mediante las traducciones de todas sus obras –excepto la peculiar Gramática de la lengua hebrea–, decenas de estudios de diferente extensión, análisis sistemáticos de temas, amplios compendios bibliográficos, un detallado acercamiento biográfico junto a la contextualización histórica, cronologías, índices cruzados de toda clase, catálogos y noticias, organización de congresos y otras actividades académicas y de divulgación. En resumen, su trabajo ha facilitado extraordinariamente el acceso a Spinoza desde casi todos los ángulos posibles, poniendo a disposición de los interesados los medios y recursos necesarios para la reflexión sobre un autor que no ha dejado de ganar presencia con el paso del tiempo.

Ese quehacer se inició con su tesis doctoral titulada Conocimiento de salvación. La filosofía de Spinoza (1973), donde ya se perfilaba una visión global del caso. El enfoque consistía desde el comienzo en mostrar el carácter sistemático de un pensamiento que no disocia la teoría metafísica y epistemológica de la praxis ética y política, dada la trabazón –acaso más lograda que en otros filósofos– de un proyecto de emancipación personal y colectiva ciertamente innovador y aun revolucionario en pleno siglo XVIII. El judío de Ámsterdam es, como todos, hijo de su tiempo, pero atesora un estilo de pensar y un núcleo de ideas harto singulares que tienen algo de perenne o sapiencial, de ahí que sea útil seguir pensando desde Spinoza en nuestra época. No se trata solo de que los clásicos nunca se agoten, sino de que este se presta particularmente a ello, como bien sabe nuestro profesor, por eso añadiré algo al respecto más adelante.

Demos un salto para mencionar la convocatoria y organización por parte de Domínguez y sus ayudantes de dos grandes congresos internacionales en Almagro, cuyas actas fueron publicadas con los siguientes títulos: La ética de Spinoza. Fundamentos y significado (1992) y Spinoza y España (1994). La intención de estas reuniones científicas, con asistencia de bastantes de los mejores especialistas mundiales del momento y también de estudiosos noveles como el que esto escribe, era promover la investigación sobre el autor en nuestro país, y nada mejor que ocuparse de esos dos grandes temas, que a su vez resumen los que quizá sean sus principales intereses como erudito. Además de ello, el otro gran resultado de aquella primera cita en Almagro fue la creación del Seminario Spinoza de España, del que Atilano Domínguez fue impulsor y primer presidente, poniendo en marcha una asociación dedicada a continuar con reuniones y publicaciones periódicas el análisis y la difusión de la filosofía spinozista, y cuya actividad ha llegado hasta hoy.

Una de las cosas más destacables es que ha revisado de manera incansable sus tareas de traducción, edición y aportación de materiales que veían la luz a lo largo de los años, sin conformarse nunca con los resultados. Fuera para corregir, matizar o añadir nuevos elementos, los frutos de los últimos años son concluyentes y hablan por sí solos: en 2019 lanzó el monográfico Spinoza. Vida, escritos y sistema de filosofía moral (528 páginas), un estudio que ofrece en treinta capítulos un retrato global de Spinoza, tanto en lo personal como en lo filosófico, y en 2021 apareció la edición más completa de las suyas, Spinoza. Obras completas y biografías (1512 páginas), con una introducción general de unas 150 páginas, que incluye una abundante bibliografía ordenada por temas, más un índice analítico integrado de unas noventa páginas y otras 250 páginas de notas, por dar una muestra del aparato crítico complementario. Se trata, pues, de una presentación exhaustiva del holandés, puesta al servicio de la traducción de sus obras en un solo volumen, todo lo cual reúne y filtra una inmensa información para el lector.

Conviene añadir que esta labor que culmina y recoge los frutos de su trayectoria fue realizada por un hombre octogenario (hoy al pie de los noventa años) con una capacidad de trabajo admirable, pero más grande aún es el respeto que expresa por el pensamiento de Spinoza. Voluntad de excelencia en este servicio intelectual llevado hasta las últimas consecuencias, por tanto, y que sirve además de acicate para la investigación y la edición llevadas a cabo por otros. En definitiva, ahí están los materiales esenciales para seguir indagando en una filosofía que parece inagotable, por mucho que deba respetarse la distancia histórica que nos separa de ella.

En este sentido, pueden mencionarse algunos de los rasgos que todavía parecen harto sugerentes, toda vez que escapa a bastantes etiquetas y propone formas lúcidas de abordar la reflexión y la acción, pues teoría y praxis van de la mano como en todo gran pensador. Me parece que el naturalismo complejo de Spinoza muestra la confianza de pertenecer a lo absoluto (Deus sive natura), sin que pueda ser adscrito al materialismo ni al idealismo, como tampoco al ateísmo o al espiritualismo convencionales, y acaso en esa fuga de la oposición dualista estribe su profunda heterodoxia. Hay en él una mirada neutra que ataca la superstición al desantropomorfizar lo real, en la medida en que no lo moraliza ni busca algún Sentido o designio dados, pues no hay diseño finalista, a la par que remite las decisiones morales y políticas al ámbito cultural que es el propio del ser humano. Así, por ejemplo, propone una “ética de potencias en lugar de una moral de deberes” (Deleuze dixit), donde la alegría es el índice genuino de la sabiduría; o se sitúa en la tradición republicana del realismo político basado en la defensa de la libertad colectiva, pero sin olvidar la autonomía del individuo, siempre desde el reparto equilibrado del poder y con respeto escrupuloso a los procedimientos que regulan la elección y el funcionamiento de las instituciones. Por otro lado, defiende la búsqueda de la utilidad en todos los planos, lejos por igual del utopismo y de la voluntad de poder que define a la modernidad, y precisamente por ello suma fuerzas en la empresa cognoscitiva (los tres géneros de conocimiento aportan recursos), y cuenta con la mayoría iletrada de los ciudadanos en cierto proyecto democratizante. Spinoza, en fin, equipara potencia, saber y gozo bajo la guía de la razón y quiere compartir ese deseo ilustrado con todos, a lo que contribuye Atilano Domínguez como valiosísimo mediador. ~

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es profesor titular de la Universidad de Salamanca y autor de una tesis doctoral sobre Spinoza.


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